Una casa de cinco estrellas

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“En este caminar juntos, hablando de las cosas de Dios y de los hombres, ha habido momentos de consuelo y otros de desolación, de tensión y de tentaciones…”

 

No por el lujo, prestancia y buenos servicios del establecimiento, sino por la auténtica calidad de vida que se ofrece en esta casa, revestida de humildad y sencillez, pero con toda la noble belleza de cuanto ha sido diseñado y querido por la bondadosa mano de Dios para ayudar a sus hijos.

En esta casa, que es la Iglesia, y convocados por el papa Francisco, se han reunido obispos y fieles laicos en la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos para reflexionar acerca de un asunto tan importante como es la familia y cuanto con ella se relaciona. Como dice el mismo Papa, en este caminar juntos, hablando de las cosas de Dios y de los hombres, ha habido momentos de consuelo y otros de desolación, de tensión y de tentaciones.

Para evitar equívocos y despropósitos, el Santo Padre ha querido poner en guardia a la Iglesia acerca de unas tentaciones en las que se puede caer, y que son como tropiezos en este camino sinodal por el que debe avanzar el nuevo pueblo de Dios. Cinco tentaciones que, si se logran vencer, pueden convertirse en estrellas que arrojan mucha luz sobre nuestro camino e impidan oscuridades y desvíos.

Un envaramiento que adolece de soberbia y altanería, lo que provoca estancamiento e impide el abrirse a nuevas posibilidades y, sobre todo, el “dejarse sorprender por el Dios de las sorpresas”. Escrupulosos celantes de la letra de la ley, que no de su espíritu, empeñados en poner palos en las ruedas de las inspiraciones de Dios. En este grupo figuran amarrados tradicionalistas, intelectualistas sin talento.

Rasguños y heridas son inevitables en este camino. Entre las dificultades que ponen los hombres y los consuelos que Dios ofrece, habrá que tener a mano el tarro de los bálsamos para curar las heridas, pero teniendo en cuenta que lo peor no es que esas llagas sangren, sino que se infecten por no haber cuidado bien de la justicia. La misericordia sin la justicia es engaño. Y la justicia sin la misericordia conduce a la dureza del corazón. En este tramo del camino se sitúan los llamados progresistas y conservadores a toda costa.

Es algo así como el antimilagro: convertir el pan en piedras y, de paso, arrojarlas contra los más débiles y necesitados. Aquí están todos aquellos que se empeñan en cargar fardos pesados sobre los hombros de los demás, sin tener en cuenta lo de san Pablo: ayudaos mutuamente a llevar la carga, que esto es propio del buen cristiano.

Viene después la claudicación, que es soslayar la cruz, siendo desleales complacientes pensando que de esa manera se pueden conseguir más adeptos. Son las gentes conformistas y halagadoras.
Hacerse dueños y propietarios del depósito de la fe y utilizarlo según conviene, atendiendo más al regalo del oído que el anuncio de la Palabra de Dios. Aquí están los “bizancionistas”.

De todas estas cuestiones nos ha hablado recientemente el papa Francisco en el discurso de clausura de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos.

En el nº 2.916 de Vida Nueva

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