“Vengo como padre, hermano y pastor de todos”

Aunque el 25 de octubre tomó posesión, lleva dos meses trabajando para radiografiar una archidiócesis de 4,1 millones de habitantes 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDITORIAL: Un pastor de todos y para todos

A FONDO: Osoro en el punto de partida [íntegro suscriptores]

JOSÉ LORENZO | Ni es cardenal todavía ni ha presidido aún a sus hermanos en la Conferencia Episcopal Española (CEE), pero en su toma de posesión como arzobispo de Madrid, el 25 de octubre, la sensación de que Carlos Osoro inauguraba ese día un cambio de ciclo –y, tal vez, de liderazgo– en la Iglesia en España era más que evidente. No solo porque reemplazaba al cardenal Antonio María Rouco Varela, cuya personalidad ha marcado el devenir eclesial español de las dos últimas décadas. Tampoco por el caluroso acompañamiento que le dispensó la inmensa mayoría de los miembros de la CEE, ni por la esperanza con la que le recibían en sus comentarios representantes de la Vida Religiosa madrileña, en competencia abierta con la de la mayoría de los medios de comunicación o, incluso, por la magra representación del Gobierno de Mariano Rajoy, en fase de marcar distancias… El cambio estaba ya en el tono de la homilía que pronunció –una vez leídas las letras apostólicas y sentarse en la cátedra–, que reproducía el acento que el papa Francisco le está imprimiendo a la Iglesia desde su elección. No por nada, aparecieron en su alocución palabras clave que quiere imprimir a su ministerio en Madrid, como “cultura del encuentro”, “Iglesia, casa de misericordia”, “acogida”, “puertas abiertas”, “globalizar el corazón”, entre otras muchas que forman parte de la exhortación Evangelii gaudium de Jorge Mario Bergoglio.

No al inmovilismo

Tras los primeros saludos –entre ellos, uno muy especial para Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de Madrid–, Osoro se presentó como lo que quiere ser: padre, hermano y pastor de todos, también de quienes no creen, para seguir haciendo de Madrid “un lugar de encuentro, de acogida, de promoción de todo ser humano, regalándole la dignidad que Dios ha puesto en cada persona”. “No defraudemos a los hombres en este momento de la historia –señaló a continuación–, que puedan encontrar las puertas abiertas de la Iglesia, para que puedan percibir que envuelve su vida la misericordia de Dios, que no están solos y abandonados a sí mismos”.

LAS CLAVES DE SU MINISTERIO

Llega Carlos Osoro con la Evangelii gaudium de Francisco en la punta de los labios. Su homilía estuvo repleta de guiños a expresiones que son de uso común en el vocabulario de Bergoglio, como acogida, puertas abiertas, misericordia, armonía, cultura del encuentro frente a cultura del descarte, audacia, globalización del corazón y no de la indiferencia que genera tantos descartes… En definitiva, el nuevo arzobispo madrileño pretende que la misión que ahora comienza esté presidida por “llevar la alegría del Evangelio, que quiere decir salir a la ciudad, ir al encuentro, hablar de Jesús, escuchar a las personas, no tener las puertas cerradas, vivir responsablemente en la calle, invitar a la conversión personal”. Eso sí, añadió, “sé que no es fácil”.

Osoro_cermonia6“La Iglesia –abundó, remitiéndose al magisterio papal desde Juan XXIII– tiene que ser reconocida como la casa de la misericordia, que realiza ese diálogo impresionante al cual estamos llamados a ser protagonistas, que se mueve entre la debilidad de los hombres y la paciencia de Dios”.
“Ni la opresión, ni la vejación, ni la explotación, ni la usura, ni el robo de lo que pertenece al otro tiene vigencia en quien ha sido alcanzado por Jesucristo –descartó como forma de comportamiento de los cristianos–. Lo nuestro es lo mismo de Dios, pues somos su imagen: escuchar, tener compasión, amar, acercarnos al otro como Dios mismo lo hace”.

Para esto es necesario salir al encuentro, apuntó, deteniéndose en el pasaje –muy querido para él– de los discípulos de Emaús. Y eso se traduce en una Iglesia “que escucha a todos los hombres y siente una preocupación especial por quienes están más abandonados y excluidos, por los más pobres, entre los que se encuentran también quienes no conocen a Dios”.

Esto, apuntaría luego, conlleva un cambio pastoral –al que invitó a todos– para “descubrir juntos cómo pasar de una pastoral de mera conservación a una decididamente misionera”. “Seamos audaces y creativos, no caminemos solos –enfatizó–; involucremos nuestra vida en todas las situaciones que viven los hombres, acompañemos y festejemos la vida. Y todo ello realizado desde la cercanía, apertura al diálogo, la paciencia y la acogida cordial, vividas como nuestro Señor, que vino a salvar y no a condenar”.

Y esto se puede hacer, insistió, “con la audacia y alegría del Evangelio, para hacer que la Iglesia sea casa de comunión”, donde “nadie es más importante que otro”, “en la que todos hacen el mismo canto, pero con ritmos, acentos, notas diferentes”, y en donde “no sobra nadie”, subrayó.
En esta apuesta por el encuentro, también dentro de la Iglesia, Osoro hizo una petición: “Os necesito; juntos estamos llamados a construir la civilización del amor, la cultura del encuentro. Frente a la maraña de problemas que existen en el mundo, ¿se puede cambiar el mundo? Frente a la impotencia que muchas veces sentimos ante realidades que están junto a nosotros, ¿tiene sentido tratar de cambiar todo esto? ¿Vale la pena intentarlo? Claro que vale la pena, pero no basta con ser buenos y generosos; hay que ser audaces, inteligentes, capaces y eficaces”.
Un cambio que “ha de comenzar por uno mismo, viviendo con una mente abierta y un corazón creyente. Esta manera de vivir no puede ser impedida por nadie. Quien tiene relación con los hombres no puede aceptar un mundo donde tantos sufren y están privados de lo necesario, pues nos desvela un sistema que no es justo, que es inhumano. Son necesarias transformaciones profundas, y estoy convencido de que la fe y el amor, vividos con intensidad y la fuerza que viene de Jesucristo, producen una cultura de la justicia, del encuentro, y eliminan la exclusión. Esto no es una utopía vaga”, señaló.

“¡PERO SI HEMOS VENIDO TODOS!”

Prácticamente, la Conferencia Episcopal Española en pleno asistió a la toma de posesión de Carlos Osoro: siete cardenales (entre ellos, el anterior nuncio en España, Manuel Monteiro de Castro) y más de sesenta obispos. “¡Pero si hemos venido todos!”, exclamaba un purpurado, visiblemente sorprendido por la afluencia. A ellos se unió una nutrida representación de prelados de otras confesiones cristianas, en un gesto ecuménico buscado por el nuevo arzobispo.
“Don Carlos lo hará bien en Madrid. Lo haría bien en cualquier sitio”, confiaba un obispo, antiguo colaborador suyo. Esa era la impresión predominante entre los varios prelados consultados por Vida Nueva. “Dejará hacer…”, soltaba otro, contraponiendo ese futurible a lo que se había vivido hasta entonces. “Hace mucho y escucha mucho”, apuntó otro. “Lo malo es que no delega nada”, sentenció otro, en la mayor crítica cosechada a la salida de donde obispos y cardenales se habían revestido..

Tuvo en su homilía palabras para todos, más destacadas para los seminaristas, los religiosos y religiosas (a quienes anunció un próximo encuentro), los laicos, con especial atención a las familias, y los jóvenes, a quienes invitó a ser “profetas de vida”, y con quienes se reunirá todos los primeros viernes de mes en la catedral de la Almudena, siguiendo la experiencia iniciada en su época en Valencia.

La ceremonia concluyó con un besamanos que se prologó casi una hora ante la cantidad de asistentes que querían saludar al arzobispo. “No tengan prisa –les dijo este–. Yo esperaré hasta el último”.

Reflejo de esta apertura iniciada es su participación en el Foro Cristianismo y Sociedad. Organizado por Justicia y Paz de Madrid, la Parroquia San Jerónimo el Real y la Fundación Crónica Blanca de Jóvenes Comunicadores, será Osoro el responsable de inaugurarlo participando en una mesa redonda de impronta bergogliana: Lampedusa, Ceuta… ¿Cuál será el siguiente? Dignidad de la persona y emigración. Su simple confirmación es significativa, pues según confirman desde Justicia y Paz, no habían contado con la presencia del cardenal Rouco Varela en estos veinte años. Es cierto, aseguran, que nunca puso traba alguna a la actividad de este organismo eclesial promotor de los derechos humanos, pero tampoco siguió de cerca su trabajo, algo que también ocurrió con algunas delegaciones como la de Trabajo o áreas como el ecumenismo, con las que no se sentía especialmente identificado. En cualquier caso, la asistencia de Osoro el 31 de octubre tiene mucho de gesto, sabedor de que tanto el arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo, como el presidente y fundador de Mensajeros de la Paz, el padre Ángel García, no hubieran pasado antes el corte.

 

Homilía íntegra Carlos Osoro 

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