Editorial

Un pastor de todos y para todos

Compartir

Tomar el pulso a la Iglesia local madrileña permite radiografiar, al menos en términos generales, la salud de la vida de fe en nuestro país

 

 

 

 

 

 

 

 

VIDA NUEVA | No es baladí que Renzo Fratini, en nombre del Papa, invitara a Osoro a “vencer la fragmentación” en la vida diocesana.

La Iglesia española no es solo Madrid. Pero Madrid es España. No solo por ser capital en lo administrativo, en lo político y en lo social. También en la esfera eclesial. En la capital no solo se encuentra la sede de la Conferencia Episcopal, también la Nunciatura, los gobiernos generales y provinciales de innumerables institutos religiosos y movimientos, las oficinas centrales de Cáritas, Manos Unidas… Este repaso puede resultar obvio e innecesario, pero evidencia que todo aquello que sucede en torno a las calles Bailén y Añastro tiene eco y repercusión en el resto de las comunidades cristianas de nuestro país. Y todo, con el correspondiente acuse de recibo en Roma. De ida y vuelta. Este centralismo corre el peligro de generar una visión de los acontecimientos no siempre real, en tanto que acota la mirada y lleva incluso a ignorar la riqueza de lo que se cuece más allá del núcleo, cometiendo el error de considerar que aquello que no pasa por Madrid, no existe.

Huyendo de este extremo, lo cierto es que tomar el pulso a la Iglesia local madrileña permite radiografiar, al menos en términos generales, la salud de la vida de fe en nuestro país. Además, precisamente por esa concentración de poderes e instituciones, la archidiócesis puede ser motor y revulsivo para las demás sedes episcopales. En el caso de Vicente Enrique y Tarancón, Ángel Suquía y Antonio María Rouco Varela, fueron llamados además a ser presidentes del Episcopado. Rouco Varela deja la primera fila de la vida eclesial, sabedor de que ha sido fiel y ha cumplido con los encargos marcados desde Roma por Juan Pablo II y Benedicto XVI, sin generar escándalo alguno en el exterior y con una impronta en el gobierno eclesial que se aleja de la colegialidad en lo ejecutivo y en lo pastoral, en la que tanto hace hincapié Francisco. No es baladí que el nuncio Renzo Fratini, en nombre del Papa, le exhortara al nuevo arzobispo a “vencer la fragmentación” entre los diocesanos.

Sin embargo, no es tiempo ahora de hagiografías, tampoco de ajuste de cuentas de quien se ha entregado por completo a su ministerio. Más bien toca analizar pormenorizadamente las inquietudes de quienes construyen una Archidiócesis de cuatro millones de habitantes: sacerdotes, seminaristas, diáconos, religiosos, laicos, familias, jóvenes… Es la primera tarea del nuevo arzobispo, Carlos Osoro, que se puso a trabajar en ello mucho antes de tomar posesión el pasado sábado.

El cuentakilómetros se ha puesto a cero para él. Su homilía fue programática pues trasladó las tesis pastorales de Francisco sobre el pastoreo con olor a oveja, la urgencia de abrir las puertas y la unidad como desafío compartido, y no fruto de decisiones unipersonales. No cuenta con veinte años por delante como Rouco Varela para aplicar esta hoja de ruta. Llega entrenado, porque tampoco los ha tenido en las tres diócesis que ha guiado y, sin embargo, ha dejado huella por su mano izquierda en lo institucional, cercanía con los fieles y apertura desde la dimensión social a una sociedad que ignora el hecho religioso. “Quiero ser el pastor de todos”, insiste en todas sus intervenciones. Ahora esta “receta” ha de cuajar en Madrid, sabiendo que España y Roma le miran.

En el nº 2.915 de Vida Nueva