Pablo VI, “gran timonel del Concilio”, ya es beato

Ceremonia multitudinaria para celebrar el ascenso a los altares del Papa que recuperó los sínodos

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ANTONIO PELAYO (ROMA) | “Gran papa”, “cristiano valiente”, “apóstol infatigable”, “gran timonel del Concilio”. Estos son los cuatro piropos que dirigió el papa Francisco a Giovanni Battista Montini, Pablo VI, al declararle beato el domingo 19 de octubre.

Pocas veces, la Plaza de San Pedro ha sido escenario de una concelebración tan numerosa y variada: en torno al Santo Padre, se unieron en el rito eucarístico varios centenares de cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos, sacerdotes y unos 70.000 fieles. Todos acariciados por un sol benevolente, típico de las famosas ottobrate romanas.

Entre todos los asistentes, destacaba Joseph Ratzinger, el hoy papa emérito Benedicto XVI, quien en 1977 fue el último cardenal en recibir el capelo de manos de Pablo VI. También estaban presentes los otros dos únicos purpurados aún vivos que fueron nombrados por él: el norteamericano William W. Baum, antiguo penitenciario mayor, y Pablo Evaristo Arns, arzobispo emérito de São Paulo.

No podían faltar a la cita los numerosos miembros de la familia Montini (casi un centenar), de los que son más conocidos sus sobrinos y sobrinos-nietos: Fausto, Giambattista, Chiara o Elisabetta. Se les colocó en la parte derecha más contigua al altar papal, zona normalmente reservada a las misiones extraordinarias de los gobiernos y al cuerpo diplomático.

Las delegaciones oficiales, esta vez, no fueron muy numerosas; llamaba la atención la de Zimbabwe, a cuyo frente figuraba el indeseable Robert Mugabe; de Italia, además del presidente del Gobierno, Mateo Renzi, a título personal, estaban presentes las autoridades de Lombardía y decenas de miles de peregrinos llegados de Brescia, donde nació el nuevo beato, y de Milán, ciudad de la que Montini fue arzobispo hasta su elección como papa en 1963.

España, que quiso honrar y, en cierto modo, desagraviar históricamente a un papa como Pablo VI, maltratado en su día por el régimen del general Franco, envió a tres ministros: el de Exteriores, José Manuel García Margallo; el de Justicia, Rafael Catalá; y la de Fomento, Ana Pastor, acompañados por nuestro embajador ante la Santa Sede, Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga.

A las diez y media en punto, Bergoglio entró en la Plaza de San Pedro y, con un gesto fraterno, abrazó a Benedicto XVI, intercambiando con él algunas palabras de saludo. Le acompañaban los tres presidentes, el relator y el secretario del Sínodo de los Obispos, los cardenales Peter Erdö, André Vingt-Trois, Luis Antonio Tagle, Raymundo Damasceno Assis y Lorenzo Baldisseri, además del arzobispo Bruno Forte, secretario especial. Por su unión a Pablo VI, subieron al altar en el momento de la concelebración el cardenal Giovanni Battista Re, natural de Brescia; el obispo de dicha diócesis, Luciano Monari; el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, y el vicario para la Diócesis de Roma, Agostino Vallini.
 

Representación española

La representación de la Iglesia española, por su parte, corría a cargo de los cardenales Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona; de los eméritos de Sevilla, Madrid y Pamplona, Carlos Amigo, Antonio Mª Rouco Varela y Fernando Sebastián; del antiguo arzobispo castrense, José Manuel Estepa; así como el purpurado Julián Herranz, presidente emérito del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos. El presidente y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Ricardo Blázquez y Carlos Osoro, también concelebraron, así como el arzobispo castrense, Juan del Río, y otros prelados.

Una vez proclamado beato y mientras la Capilla Sixtina y el coro de la catedral de Milán entonaban el Iubilate Deo [escuchar en SoundCloud], fueron traídas al altar algunas reliquias. La más impresionante era una urna que contenía la camiseta manchada de sangre que llevaba puesta Pablo VI cuando, en el mes de noviembre de 1970, fue víctima de un atentado en el aeropuerto de Manila que pudo costarle la vida; la rápida intervención de un cardenal del séquito impidió que la daga asesina penetrara en su cuerpo.

Y llegó el esperado momento de la homilía. Se suponía que Francisco volvería sobre el tema del Sínodo, pero lo hizo, como suele, desde un enfoque original, partiendo de la “novedad perenne” de Dios.

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En el nº 2.914 de Vida Nueva

  • Papa Francisco: venzamos el temor ante las sorpresas de Dios:

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