Hace falta volver a empezar

carmen-marquezCARMEN MÁRQUEZ | Universidad Pontificia Comillas (UPC)

“La crisis actual no solo responde a errores de políticas económicas y financieras, sino también a fallas de naturaleza ética…”

El episodio de las denominadas tarjetas black de Caja Madrid, último capítulo de la ya larga lista de escándalos e irregularidades que venimos padeciendo, pone de manifiesto que aquellos que debían actuar y gobernar mirando al bien común lo han hecho, una vez más, guiados por sus propios intereses y orientados por ese principio de privatizar beneficios y mutualizar pérdidas que el economista jesuita G. Giraud ha condensado en la máxima “cara, yo gano; cruz, tú pierdes”.

Mientras los líderes políticos afirman sentirse escandalizados, indignados y sorprendidos, la prensa se ha encargado de resaltar que el escándalo de Caja Madrid no es tanto la enfermedad cuanto el síntoma “de un país infestado por algo peor que el ébola” que, más allá de desvelar un panorama de “gente moralmente corrupta”, se constituye en “metáfora de un país de moral pantanosa” y destapa “un modelo de Estado corrupto en origen”. Semejante diagnóstico recuerda algo que ponía no hace mucho de manifiesto un documento del Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’: que la crisis actual no solo responde a errores de políticas económicas y financieras, o a debilidades estructurales de las instituciones políticas, económicas y financieras, sino también a fallas de naturaleza ética. El texto recordaba que la economía, para su correcto funcionamiento, requería de la ética, más en concreto de una ética amiga de la persona, de una ética de la solidaridad que responda a la lógica del bien común.

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Ante semejante panorama, vienen a la mente las palabras de aquel economista heterodoxo que fue Ernst Schumacher al constatar la necesidad de reorientar la economía para ponerla al servicio y a la escala del ser humano: “Hace falta volver a empezar”. Porque parece que también nosotros necesitamos volver a empezar en muchos aspectos. Necesitamos empezar a recuperar la política como servicio al bien común, a los intereses de la sociedad, con un funcionamiento transparente y buenas prácticas de control y rendición pública de cuentas, que devuelva la credibilidad al sistema político. Y no está de más evocar aquí aquel anhelo que Benedicto XVI formuló en su histórica visita al Parlamento alemán: que los políticos actuales no se conduzcan por la búsqueda del éxito y el beneficio material, sino por el compromiso con la justicia y, a ejemplo del joven rey Salomón, soliciten “un corazón dócil, la capacidad para distinguir el bien del mal y establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y a la paz”.

Necesitamos encauzar de nuevo la actividad económica, corregir sus disfunciones, ponerla bajo la adecuada supervisión y, como ha reclamado el papa Francisco, impulsarla bajo la inspiración de una ética a favor del ser humano. Necesitamos desarrollar una cultura de lo público diferente. Y necesitamos una sociedad comprometida en esa dirección, porque si, como dicen, la política es el reflejo de la sociedad, solo una sociedad que se conduce con honestidad puede reclamar actitudes honestas a sus líderes y dirigentes.

En el nº 2.914 de Vida Nueva

 

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