Expulsiones sumarias en Melilla: inhumano e ilegal

José Luis Segovia describe su experiencia en la frontera con Marruecos y denuncia el trato que reciben los inmigrantes

Valla

JOSÉ LUIS SEGOVIA BERNABÉ (UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA-ISP) | Escribo recién llegado de Melilla y Nador. Un grupo de profesores de varias universidades españolas desarrollamos un proyecto sobre inmigración y derechos humanos. Hemos estado en los dos lados: España y Marruecos. Hemos hablado con todos: inmigrantes sin papeles y con papeles, ONG, guardias civiles, religiosas, policías nacionales, asociaciones marroquíes, jueces, abogados, entidades internacionales…

Nunca he experimentado la presencia simultánea del bien y del mal en estado puro de manera tan intensa como en estos cuatro días de ritmo y emociones desbordantes.

Unos pocos cristianos, musulmanes y algún agnóstico, a uno y otro lado de la triple valla, se afanan en auxiliar a los subsaharianos apaleados por la vida y por los cuerpos de seguridad de ambos países. Hay muertos, tetrapléjicos y heridos de consideración. Es el coste de recorrer durante años miles de kilómetros, esperar por meses en los montes fronterizos el momento de adentrarse en el paraíso… y encontrar con que para España (Europa) no son personas, ni siquiera un número. Todo lo más, un fardo a devolver que ni lleva la etiqueta de “frágil”.

Si lo más insufrible está del lado del norte (por lo que tiene de fácilmente evitable), lo más duro está al otro lado. Viven en campamentos improvisados, tapados con plásticos para protegerse del relente, y se buscan la vida en las ciudades y pueblos de la zona (bastante más acogedores que nosotros, incluida la asistencia sanitaria que aquí negamos a las personas sin papeles). Algunos están heridos, con múltiples fracturas después de varios intentos de salto. Sorprende ver que no son tantos. Las penurias de un itinerario de miles de kilómetros con futuro incierto funcionan como filtro cruel. ¡No existe la tal avalancha de miles y miles! Hay niños. Eso lo hace más horrible. No pude hacer ni una sola foto de todo el dolor contemplado. Me daba vergüenza.

A este lado, se tortura a los agentes de la Guardia Civil con órdenes contrarias, en muchos casos, a su conciencia. Se sienten maltratados por una política migratoria que descarga sobre ellos todo el peso. Y no el de la ley, pues son obligados a violarla. “No se aceptan preguntas”, decía un mando a los agentes, mientras les daba órdenes (verbalmente, no por escrito) de qué hacer o no en determinados casos. La amenaza por desobediencia supone un destino en la península (muchos son melillenses de origen y tienen allí a toda su familia).

Expulsiones sumarias en Melilla: inhumano e ilegal [íntegro suscriptores]

En el nº 2.914 de Vida Nueva

 

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