El agitado Sínodo sobre la Familia que quería Francisco

Como pedía el Papa, el debate no ha huido de “momentos de tensión” y toca trabajar para el de 2015

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ANTONIO PELAYO (ROMA) | Francisco abrió los trabajos del Sínodo sobre la Familia el 6 de octubre con un breve discurso en el que invitó a todos a:

Hablar con parresia y escuchar con humildad. (…) Hacedlo con tranquilidad y paz, porque el Sínodo se desarrolla siempre cum Petro et sub Petro y la presencia del Papa es garantía para todos y custodia de la fe.

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Lo concluyó el sábado 18 con otro discurso mucho más amplio y que causó tal impacto entre los padres sinodales que, apenas Jorge Mario Bergoglio finalizó su alocución, todos se pusieron en pie y le aplaudieron durante largos minutos. Un texto, en efecto, que hay que examinar porque en él nada falta y nada sobra.

Puedo decir serenamente [afirmó el Papa después de los agradecimientos de rigor] que, con un espíritu de colegialidad y de sinodalidad, hemos vivido de verdad una experiencia de ‘Sínodo’, de recorrido solidario, ‘un caminar juntos’. (…) Y puesto que ha sido un camino de hombres, con los de consuelo ha habido también momentos de desolación, de tensión y de tentaciones.

Cinco, según el análisis del Pontífice, han podido ser las tentaciones que ha afrontado esta III Asamblea Extraordinaria del Sínodo sobre la Familia:

hand-vintageLa tentación del “agarrotamiento hostil”:

Es decir, del querer encerrarse en lo escrito (‘la letra’) y de no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (‘el espíritu’) (…) Desde los tiempos de Jesús, es la tentación de los celosos, de los escrupulosos, de los apresurados, de los hoy llamados ‘tradicionalistas’ y de los ‘intelectualoides’.

hand-vintage“La tentación del “buenismo destructivo”:

Que, en nombre de una engañosa misericordia, venda las heridas sin curarlas antes y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la tentación de los ‘buenistas’, de los temerosos y de los llamados ‘progresistas’ y ‘liberales’.

hand-vintageLa tentación de “convertir la piedra en pan” y la de “transformar el pan en piedra”. La primera:

Para romper un ayuno largo, pesante y doloroso”. La segunda, “para arrojarlo contra los pecadores, los débiles, los enfermos; es decir, de transformarlo en unos ‘fardos insoportables’.

hand-vintageLa tentación de “bajar de la Cruz para contentar a la gente”: “Y no quedarse en ella para cumplir la voluntad del Padre”. Equivale, según Francisco, a la tentación de “plegarse al espíritu mundano en vez de purificarlo y plegarlo al Espíritu de Dios”.

hand-vintageLa tentación de descuidar el depositum fidei:

Considerándonos no sus custodios, sino sus propietarios y dueños. Y, de otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando una lengua minuciosa y un lenguaje de pulidor para decir tantas cosas y no decir nada. Lo llamaban ‘bizantinismos’, creo, estas cosas.

Bergoglio, en la mejor de sus formas, estaba haciendo “su” balance del Sínodo.

Los purpurados Sistach y Ravasi intercambian pareceres.

Los purpurados Sistach y Ravasi intercambian pareceres en un receso.

Personalmente [les confesó], me hubiera sentido muy preocupado y entristecido si no hubiera habido estas tentaciones y estas animadas discusiones; este movimiento de los espíritus, como lo llamaba san Ignacio, si todos estuvieran de acuerdo o taciturnos en una paz falsa y quietista. Por el contrario, he visto y oído –con alegría y reconocimiento– discursos e intervenciones llenos de fe, de celo pastoral y doctrinal, de sabiduría, de franqueza, de valentía, de parresia. (…) Esta es la Iglesia que no mira a la humanidad desde un castillo de cristal para juzgar o clasificar a las personas. (…) Esta es la Iglesia que no se avergüenza del hermano caído y no finge no verlo; al revés, se siente comprometida y casi obligada a levantarlo y a animarle a retomar el camino, y le acompaña hasta el encuentro definitivo con su Esposo, en la Jerusalén celestial.

La última parte de su discurso la quiso dedicar Francisco “al Papa en su relación con los obispos”. Así, después de recordar que “la autoridad en la Iglesia es servicio”, recogió una larga cita de Benedicto XVI en la que este recordaba que:

El Señor ha querido que el colegio apostólico, hoy los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, participen en esta misión de ocuparse del Pueblo de Dios, de ser educadores en la fe.

La Iglesia [dijo ya Bergoglio en primera persona] es de Cristo, es su Esposa, y todos los obispos, en comunión con el sucesor de Pedro, tienen el deber de custodiarla y de servirla, no como dueños, sino como servidores. El Papa, en este contexto, no es el señor supremo, sino más bien el supremo servidor, el servus servorum Dei, el garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia”.

Finalmente, el Pontífice indicó el camino que va a seguir el Sínodo: “Tenemos todavía un año para madurar con verdadero discernimiento espiritual las ideas propuestas y encontrar soluciones concretas a tantas dificultades e innumerables desafíos que tienen que afrontar las familias”, así como “dar respuesta a tantos descorazonamientos que rodean y ahogan a las familias”.

Esa misma mañana del 18 de octubre, en una concurridísima conferencia de prensa, el cardenal Gianfranco Ravasi presentaba el Mensaje final del Sínodo. Le acompañaban uno de los tres presidentes delegados, el cardenal Raymundo Damasceno Assis, arzobispo de Aparecida; y el cardenal Oswald Gracias, arzobispo de Bombay.

El Mensaje, como es sabido, fue elaborado por una comisión de seis miembros coordinada por Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, además de eminente escriturista y experto comunicador. A él se debe, sin duda, el buen estilo y la brevedad (siempre relativa) que distingue al texto de otros precedentes: tres páginas, a su vez, divididas en tres partes; la primera, dedicada a una rápida enumeración de los problemas de la familia; la segunda es una exhortación, y se concluye con una preciosa invocación de los padres sinodales por todas las familias del mundo.

El agitado Sínodo que quería Francisco [íntegro suscriptores]

En el nº 2.914 de Vida Nueva

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