Desde Roma

Fernando Sebastián, cardenal arzobispo eméritoFERNANDO SEBASTIÁN | Cardenal arzobispo emérito y asistente al Sínodo extraordinario

“Hemos visto la importancia eclesial y humana de la familia. Hablar de familia es hablar de las personas reales, tal como son y tal como viven…”.

Como ocurre siempre, el Sínodo está siendo una experiencia eclesial muy intensa. Somos unos 180 sinodales. Hay, además, otros 60 entre auditores e invitados. En el aula han resonado las voces, angustias y esperanzas, de los cinco continentes. Sorprende la variedad y la complejidad de las situaciones. El papa Francisco, con sus palabras de apertura, creó un clima admirable: “Hablad con libertad y escuchad con humildad”. Y así lo estamos haciendo: hay un clima de libertad y sinceridad.

No hay conflictos ni rivalidades; lo que hay es un deseo compartido y diligente de salir al encuentro de nuestro mundo y de los fieles cristianos con el mensaje y la misericordia de Jesús.

Los sinodales muestran una gran preocupación pastoral. Hemos visto la importancia eclesial y humana de la familia. Hablar de familia es hablar de las personas reales, tal como son y tal como viven. Familia es humanidad y es también Iglesia. Y vemos que por todas partes la familia está sufriendo graves deterioros. Las causas son múltiples y complejas. Las hay de tipo personal y estructural, de orden económico, laboral, social, ideológico y hasta religioso. Si el hombre es familia y la familia se deteriora, todo se deteriora.

La economía, la política, las tensiones internacionales, algunas ideologías muy activas y agresivas están deteriorando la familia. Sorprende escuchar a los obispos de los cinco continentes denunciando agresiones muy parecidas. Es un torbellino internacional que sopla en el mundo entero. Los obispos se preguntan con la mano en el corazón qué puede hacer la Iglesia en estos momentos a favor de la familia. Defender la familia es defender las personas, la humanidad y la felicidad de nuestros hermanos.

Desde el punto de vista eclesial, la familia es, además, el primer agente evangelizador. Si la familia se deteriora perdemos el principal actor en la transmisión de la fe. La quiebra en este proceso transmisor de la fe es ya un hecho desde hace dos generaciones.

Las respuestas se están centrando en tres puntos:

1. Anunciar con entusiasmo la visión cristiana del matrimonio y de la familia. El amor incondicional y definitivo responde a los deseos más profundos de la persona humana. Tenemos una propuesta deslumbrante.

2. Formar y preparar mejor a los cristianos desde la adolescencia para comprender, valorar y vivir el matrimonio cristiano, con una fe viva y operante, con un mejor conocimiento de la visión cristiana de la sexualidad, del amor, del don de la vida.

3. Ayudar a los cónyuges en dificultades a recomponer su vida según las exigencias del amor cristiano, abrir caminos de penitencia y de reconciliación.

No se puede esperar más. Este Sínodo es, en realidad, un pre-sínodo; hay que verlo y valorarlo en la perspectiva del Sínodo del año próximo, que será en realidad la parte segunda y conclusiva de las reflexiones de este año. Ahora toca rezar y esperar. Con el oído y el corazón abierto al clamor de los hombres y a los susurros del Espíritu Santo.

En el nº 2.913 de Vida Nueva

 

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