Galería de personajes posmodernos (Cartas indiscretas para lectores inteligentes)

Seis cartas de un creyente a otros tantos estereotipos de la posmodernidad

821695

MANUEL SOLER PALÁ (MM.SS.CC) DIRECTOR DE COMUNICACIÓN DEL SANTUARIO DE LLUC (MALLORCA) Y PROFESOR DEL INSTITUTO SUPERIOR DE CIENCIAS RELIGIOSAS DE BARCELONA | El malvado se aplica a hacer el mal, que por algo es un sinvergüenza, pero de vez en cuando se da un respiro. El frívolo ejerce de forma permanente, sin concederse tregua. Para él la vida nada tiene que ver con el compromiso ni con valores u objetivos que valgan la pena. Presto a cazar al vuelo cuantas ocasiones se le ofrecen, malgasta sus días lastimosamente.

Por ahí pululan personajes de dudosa reputación y sin oficio conocido que, sin embargo, arrastran una retahíla de periodistas y camarógrafos siguiendo la pista de sus gestos hueros y sus palabras vacías. El hombre o la mujer light se pasean con la sonrisa en los labios. Es muy educado o educada, además, aunque no cree que nada valga la pena. Si acaso, hace excepción de aquello tan viejo que reza así: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. Con gesto pragmático, aboga por el relativismo moral y metafísico. Ellos se mueven como hormigas en nuestra sociedad, van de un lado a otro sin plantearse el porqué.

Se diría que el individuo huero y fútil trata de llenar su propio vacío con cacharros inútiles. Con lo cual no apacigua la vaciedad de su interior. Obtiene su información leyendo revistas frívolas que tratan de amoríos y marqueses. Los espectáculos a que asiste son insustanciales. Sus metas apuntan hacia la velocidad y el ocio. Personajes de corazón tan huero como sus valores, sin opciones ni metas, están destinados a ser alojados en la galería de personajes frívolos, vacuos, volubles y triviales.
 

Al teleadicto

Apreciada amiga teleadicta: cuando enfilo por algún callejón de cualquier barrio marginado, compruebo que los barracones más miserables alojan un aparato de televisión. Una antena renqueante lo anuncia con antelación al viandante. Este aparato ha invadido las viviendas de los más pobres, como bien sabes, y la tuya no es excepción. Ofrece, con dosis de subido cinismo, un mundo imaginario de consumo y éxito. Tú sigues y persigues la magia de las imágenes de la pantalla. Especialmente, estás al acecho de las telenovelas, cuyas escenas observas compulsivamente desde un sofá escuálido y deteriorado.

Las imágenes del televisor te transportan a mundos fantásticos. Galanes perfumados, de cabello vigoroso y figura atlética. Muchachas radiantes, de ojos azules y vestidos gaseosos. Entre nubes y esplendores surgen paisajes de maravilla. Permaneces estática ante la pequeña pantalla. Acabas viendo a los protagonistas con los mismos rasgos con que te ves en el espejo. Proyectas en galanes y doncellas los retazos de ilusiones que albergas dentro de ti.

Abundantes roedores incursionan en el habitáculo y los malos olores lo asaltan por los cuatro costados. Ello no obsta para que viajes a lomos de la fantasía y huyas del mundo que te atosiga y oprime desde el despertar matinal. Así escapas de los niños molestos, los perros que ladran a deshora, los borrachines de lenta y difícil resaca.

Pretendes ser protagonista de unas historias que no son las tuyas. No acabas de delimitar el reino de los sueños de la dura realidad de cada día. No sabes apearte a tiempo de tu mundo irreal. Por supuesto, te lo digo con todo el cariño y el respeto que mereces. Con la solidaridad que engendra el dolor compartido. Con la pena de asistir a una tragedia: la del robo de tu lenguaje y tu cultura, la del secuestro de tu memoria por parte de la televisión.

Con espectáculos narcotizantes, por lo demás, no colaborarás en la construcción de una sociedad más justa. ¿Por qué no militas en las filas de los luchadores de la libertad, de quienes tratan de conquistar un pedazo de la felicidad que se les niega? Sí, las filas de aquellos que se reúnen en asociaciones de vecinos, en Comunidades Eclesiales de Base, en grupos de reflexión y de derechos humanos.

Soñar un poco puede incluso ser saludable para no quedar aplastados por el peso de la dura realidad de cada día. Pero no hay que fantasear hasta el punto de que se paralicen los brazos y se embote la mente. Es necesario encontrarse, luchar, reflexionar y orar para que el futuro de los hijos no siga encadenado al televisor.

La televisión te entretiene y te subyuga a ti, como también a sectores de clases medias y pudientes. Por otra parte, es posible que, como otros pobladores de tu barrio, no dispongas de otro canal de información que el canal de televisión. Los varios canales, para ser precisos.

Reflexiona sobre el hecho de que la pequeña pantalla modela la conciencia de los televidentes en un elevado tanto por ciento. Hay motivo para preocuparse ¿Has reparado en que la tarea asignada a la mayoría de programas consiste en conquistar amplios sectores de audiencia? Dirás que resulta obvia una tal pretensión. Todo programa se elabora para que el público lo prefiera, cuanto más numeroso mejor.

Pero se da el caso, amiga, que el programa no se elabora en vistas a ser visualizado sin más. No. Una vez ganadas las audiencias, se venden luego estas (aunque ellas no se enteren) a los anunciantes de jabones, alcoholes varios, perfumes y demás productos. De ahí que interese sobremanera empujar a la gente ante el televisor. De la tarea se ocupan poderosos cerebros y se invierten sumas millonarias. Los señores del marketing saben sobre el particular.

Sorprendente que el esfuerzo conjuntado de los camarógrafos, maquilladores, encargados de la vestimenta, la decoración y la iluminación vaya a parar finalmente a los bolsillos de los avispados vendedores de productos varios. Y, más si cabe, que la inteligencia y la estética de los mezcladores de imagen, editores y directores de grabación cooperen para que las cuentas corrientes de los mercaderes exploten de buena salud.

Todo este trasfondo, estas derivaciones, quizá te pasan inadvertidas, pero la meta que últimamente se impone con furor consiste en superar a la competencia. Hay que suscitar impresiones y propiciar comentarios, hay que subir el ranking. El camino más fácil se sabe desde hace tiempo: el sexo, la violencia, la chabacanería. No se conoce maquinaria más efectiva a la hora de subir los gráficos de audiencia.

Quienes tienen responsabilidades sobre el producto televisivo deberían pesar en la balanza si vale la pena aumentar los ingresos a costa de embrutecer al personal. Caso de dar una respuesta afirmativa, habrá que concluir que su corazón está supeditado a su cuenta corriente. Con lo cual proclaman su insignificancia e indignidad. ¿Qué cabe esperar de semejantes individuos? Su destino es el de desembocar en la galería de personajes frívolos y volubles.
 

Al simpatizante de la nueva era

¿Sabes amigo posmoderno cómo se formula uno de los últimos refranes de carácter religioso que andan por ahí? Suena así: “Religión sí, Dios no”. ¿Ganas de incordiar? ¿Mero cinismo? Tiene su miga el asunto. Eres una persona instruida y sabrás, por tanto, que se cumple más de siglo y medio desde que Feuerbach pretendió rematar definitivamente a la religión con su teoría de la proyección psicológica. Hemos sobrepasado el siglo desde que el genial y demencial Nietzsche diera a Dios por muerto. Pues bien, muchos ciudadanos, cuando el huracán del secularismo parecía haber arrasado toda planta de raíz religiosa, añoran el discreto perfume de la religión.

De la religión o sus sucedáneos, compañero. Tú eres buen ejemplo de ello. Te interesa la literatura sobre el tema. Los medios de comunicación no desdeñan abordarlo, al contrario. Las estrellas del espectáculo confiesan sin tapujos su pertenencia a la Nueva Era, su afición por las músicas ecológico-emocionales y la aromaterapia. Si no es exactamente verdad que la religión vuelve a estar de moda –y me refiero particularmente a la situación de los países más desarrollados–, al menos no es un fenómeno agonizante, ni una reliquia de tiempos periclitados. Tu testimonio me impide mentir.

Te digo que Pascal vuelve a tener razón: “El hombre sobrepasa infinitamente al hombre”. La demanda religiosa arraiga en el más genuino humus de la humana naturaleza. Sin embargo, no canto victoria precipitadamente. Mucha gente quiere inhalar los vapores de la religión, siempre y cuando sean suaves y placenteros. Sabes bien que es así, y lo sabes por propia experiencia. Nada quieren saber de sobresaltos ni de que algún exabrupto les corte la digestión. A Dios se le acepta si no molesta mucho, si se contenta con permanecer en la habitación trasera.

Los posmodernos estáis dispuestos a echaros en brazos del dios que ofrezca mejores condiciones. Bien está una moderada dosis de trascendencia, puesto que el misterio nos desborda por todas partes. Los cinco sentidos nos permiten olfatear, observar, tocar las maravillosas creaturas de nuestro mundo. A poco que se pondere, tales capacidades dan pábulo a la admiración y también al desconcierto. Mirar, pensar y soñar es algo manifiestamente asombroso. Que los colores se apoderen de las nubes, que estas adquieran formas caprichosas y al atardecer brillen en el ocaso es causa de estupefacción.

Estoy contigo en que habilitar un espacio para la fantasía constituye una necesidad en el anodino panorama de máquinas, electrodomésticos y tarjetas de crédito con que traficamos día a día. El exceso de praxis, de logaritmos y computadoras exige a gritos el complemento de la perspectiva portentosa, de la maravilla que se cuela en la vida diaria, del pasmo que producen tantos efectos cuyas causas no logramos explicar. Buena falta nos hace una colmada ración de asombro. La literatura que realza los contornos mágicos y surrealistas da buena prueba de esta afirmación.

Es que los datos palpables y verificables no son más que un aspecto de lo real. Las cosas y los fenómenos de nuestro mundo se asemejan a un poliedro de numerosas e imprevistas caras. Es lógico que quieras tomar distancias de la férrea y pretenciosa ley de la razón. Tienes la sensación de vivir en la punta de un iceberg, cuyo volumen se halla sumergido mayormente en un abismo de maravilla e incertidumbre.

Posiblemente te sucede a ti también: se instala un no sé qué de irracional en personas que, por lo demás, viven con lógica estricta en los diversos campos de la vida. No tienen el menor reparo en echar un vistazo a la situación de los astros, ni en interpretar un enigmático orden de las cartas en manos del experto.

Pero de ahí a un Dios que exija compromisos y pida cuenta de los sufrimientos ajenos, hay un trecho excesivo, a juzgar por lo que decís tú y tus colegas. Si Dios se va a meter con la justicia social y empieza a repartir responsabilidades, mejor no entrar en la ronda.

Amigo posmoderno, queda claro que no estás dispuesto a que te molesten. Hasta ahí podíamos llegar. Todo tu horizonte se limita a sentirse bien, a aceptar tu cuerpo y tu psicología. Si hace falta algún retoque, para esto están los aeróbicos, el jogging, el yoga, los gurús y hasta los echadores de cartas. Aquello de que “si has visto a tu hermano, has visto a Dios”, se te antoja de mal gusto. O quizás, sencillamente, no sabes de qué te están hablando.

Marx acertó en su célebre diagnóstico: “La religión es el opio del pueblo”. Acertó, pero en una dimensión insospechada. El hecho es que la religión, a media luz, a media voz, si permanece en unas coordenadas aceptables, si no rehúsa la domesticación, puede tener su encanto. Como el opio, adormece y alivia las penas de cada atardecer.

Comprendo que no van contigo las preocupaciones. No entiendes por qué comprometerse con el vecino, escatimarle tiempo al sueño o compartir tu despensa. Lo tuyo consiste en experimentar la estética de un sol rojizo que se hunde en un ocaso de nubes. Tu corazón es trivial, liviano, tenue, etéreo y light. A no mucho tardar se volverá gaseoso y tu pecho quedará deshabitado. Con todo merecimiento ingresarás en la amplia galería de personajes insustanciales, frívolos y volátiles.

 

Una palabra sobre la posmodernidad

Con el vocablo posmodernidad suele designarse el estado de desencanto en el que ha desembocado la modernidad y los valores que sustentaba. A saber, la fe en la ciencia, en el progreso, los beneficios de la técnica, las expectativas de un mundo mejor en el horizonte.

La palabra define las características de la época por la que transitamos: provisional y fragmentaria, sin grandes euforias ni inquietudes. Una época en la que la historia parece haber llegado a su fin. Los intelectuales se refieren a ella como tiempos de razón débil, imposibilitada para discernir la verdad. En realidad, no existe la verdad; en todo caso, se puede contabilidad “mi verdad” y “tu verdad”. La razón ha perdido su sentido y es inútil pedirle que construya sistemas duraderos. Mucho menos que dibuje utopías en el horizonte.

La posmodernidad bien pudiera ser el sinónimo de “crisis de civilización”. No se avizora un futuro esperanzado; en consecuencia hay que aprovechar el momento y no darle la espalda a ningún gozo o placer que quepa cazar al vuelo. El hombre y la mujer asentados en la posmodernidad son individuos que le dan la espalda a los grandes ideales. Simplemente, tienen suficiente con alimentar su hedonismo y preocuparse por empujar un día tras otro. Piensan que la crisis ha tocado fondo.

Los habitantes de la posmodernidad no quieren saber de ideologías, grandes relatos ni de futuros amaneceres. Lo suyo es lo fragmentario y provisional, la sonrisas escépticas y desencantadas. Ellos han optado por las historias cortas que no dejan huella. Ya están hartos de las grandes palabras, de las mentiras de las instituciones, de la hipocresía de los políticos, de las esperanzas rotas y las convicciones sólidas que, sin embargo, no se sostienen.

Siguientes apartados (suscriptores):

  • AL AMIGO DEL CARPE DIEM
  • AL SUJETO LIGHT
  • AL PERIODISTA DE LA PRENSA ROSA/MARRÓN
  • AL FAMOSO Y SUS CÓMPLICES

Pliego íntegro publicado en el nº 2.912 de Vida Nueva. Del 11 al 18 de octubre de 2014

Compartir