Un cambio de fisonomía episcopal

La pieza clave de ese puzzle que es la Iglesia española sigue siendo Madrid

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ANTONIO PELAYO (ROMA) | El papa Francisco ha zanjado, después de innumerables consultas, informes, presiones –no han faltado– y con la sabia norma de que “más vale tarde que mal”, dos nombramientos que suponen ya un cambio de fisonomía en el episcopado de nuestro país. Las interpretaciones pueden y serán múltiples. La mía es una más y no aspiro en absoluto a pontificar sobre la cuestión. Con un Pontífice basta.

La pieza clave de ese puzzle que es la Iglesia española sigue siendo Madrid por sus números y por su reflejo fuera de sus contornos diocesanos. No es azar que hayan sido arzobispos de Madrid los hombres que han marcado las diferentes etapas del catolicismo nacional desde la Transición. Tarancón arrastró con su personalidad a todo un episcopado que el nuncio Luigi Dadaglio diseñó siguiendo las pautas conciliares que Pablo VI deseaba para España. Suquía –secundado por el nuncio Mario Tagliaferri y un Juan Pablo II que en estos temas escuchaba a Eduardo Martínez Somalo– inició los recortes al taranconismo. En sus 20 años como arzobispo de Madrid y 12 como presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el cardenal Rouco ha modelado un episcopado “a su imagen y semejanza”, excesivamente uniforme, replegado en la retaguardia, escaso de iniciativas audaces. Con excepciones.

Parece evidente que no es esa la Iglesia que el Papa desea para España. Para Madrid se habían barajado varios nombres; el primero de ellos, el del cardenal Cañizares, una vez que se sabía su deseo de regresar a España; le seguía el de Ricardo Blázquez, sobre todo después de su elección como presidente de la CEE; y también el de Carlos Osoro, cuyo dinamismo pastoral ha sido notorio en sus años de episcopado valenciano. Basta leer las páginas del semanario diocesano Paraula para darse cuenta de la vivacidad de este prelado, que había estrenado sus armas en Ourense y perfeccionado en Oviedo. Su elección como vicepresidente de la CEE respaldó su candidatura.
 

“Estar en la calle”

Quedamos ahora a la expectativa de cómo va a encarar Osoro su nueva responsabilidad pastoral aunque ya ha dicho que quiere “estar en la calle” y ese es un indicio de su seguimiento del perfil episcopal que Bergoglio ha proclamado.

A Cañizares le he oído repetir estos meses que aceptaría sin rechistar y sin problemas psicológicos cualquier diócesis a donde el Papa quisiera mandarle. Es más, creo, estoy seguro, que en sus conversaciones con Francisco no ha expuesto en ninguna ocasión opinión o deseo preferencial. Habiendo sido arzobispo de Granada y de Toledo, primado de España, las opciones posibles no eran muchas que no pudieran ser interpretadas como un retroceso: Madrid, Sevilla, Valencia o Valladolid. Todo dependía de quién fuese enviado a Madrid. Al serlo Osoro, quedaba franqueada esa puerta que, por otra parte, le supone una vuelta a casa, ya que nació en Utiel y fue miembro del clero valenciano hasta su nombramiento como obispo de Ávila.

En los próximos meses se abrirá el tema de Barcelona (¡qué disparate imaginar a Cañizares en esa archidiócesis!). Ahí el Papa va a dejarse guiar únicamente por criterios pastorales y no por banderías políticas, del signo que sean. Lo cual no quiere decir que no se tengan en cuenta criterios de “adaptabilidad” a unas circunstancias que son las que son, pero que no son ni serán prioritarias a la hora de escoger. Hay tiempo para que maduren las decisiones, no antes ni inmediatamente después del 9 de noviembre. El cardenal Martínez Sistach sabe que dispone de un margen prudencial para que el Papa acepte su renuncia, presentada hace ya dos años. Al Santo Padre, además, no le gusta que nadie le meta prisas ni le dicte sus decisiones.

En el nº 2.907 de Vida Nueva

 

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