El síndrome de activación

Luis-Augusto-CastroLUIS AUGUSTO CASTRO QUIROGA | Arzobispo de Tunja (Colombia)

“En Colombia, donde ha habido un río de sangre de puras víctimas, ¿es posible hablar de reconciliación?…”

Si un toro se enfurece y empieza a correr hacia ti, tú empiezas a huir y, encontrando la cerca del potrero, te la saltas de un solo golpe para salvarte. En condiciones normales jamás podrías hacer esa hazaña. Pero en este caso de inminente peligro, se activan todas tus potencias a la vez, desde la respiración hasta el flujo de sangre, desde los músculos hasta la mirada; todo se une para salvarte.

Este es el síndrome de activación. Momentos como este los vives muy pocas veces en la vida. Pero, ¿qué sucede con muchas víctimas? Tuvieron que padecer cosas tan terribles como el ataque del toro –y más graves– y luego no pudieron olvidar.

Pero no se trata de la memoria con que recordamos y olvidamos ordinariamente. Es la memoria de todo el organismo. Cuando algún hecho, por pequeño que sea, evoca el terrible momento de la victimización, todo el organismo vuelve a responder con el síndrome de activación, generando una situación desproporcionada y que los demás verían con mucha extrañeza. Eso les acontece con frecuencia. El sufrimiento es grande.

Ahora puedes comprender el drama de Colombia. No te extrañas de que, a veces, reaccionen desproporcionadamente, que pidan justicia con toda el alma, que sigan buscando la verdad que se les niega.

En Colombia ha habido un río de sangre de puras víctimas, ya sean de las FARC, del paramilitarismo o del Estado. Y ante todo lo anterior, ¿es posible hablar de reconciliación? Claro que sí, porque el ser humano tiene la capacidad de sobreponerse a las más duras pruebas y la capacidad de perdonar, si es una víctima. Y tiene también la capacidad de pedir perdón y favorecer la reconciliación, si es un victimario.

Pero la reconciliación no es un mecanismo para tapar la justicia o colocarla en su lugar. Quien ha procedido mal debe reconocer su responsabilidad y no escapar de ella, cobijándose con esa falsa reconciliación que llaman impunidad u olvido indebido.

Escribo esto cuando tengo que ayudar a definir una lista de víctimas para ir a La Habana a narrar su caso y a ayudar a buscar mecanismos para que todas las demás encuentren la verdad de cuanto les aconteció.

Oremos por las víctimas de esta guerra. Son seis millones y llevan la cruz a cuestas. Oremos para que cuanto antes puedan dejar de ser víctimas y se consideren sobrevivientes que han sabido dejar atrás cualquier síndrome de activación. Que se diga de ellas que, con valor y con la gracia de Dios, pudieron reconstruir su vida, recuperar su humanidad plena y forjarse un futuro feliz lleno de esperanza.

En el nº 2.907 de Vida Nueva

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