Editorial

El reto de revitalizar el cristianismo en Asia

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Bergoglio ha mostrado con hechos y palabras que el corazón de la Iglesia abarca por igual a toda la humanidad, sin centralismos

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VIDA NUEVA | Desde el mismo momento de su elección papal, Francisco no se ha concedido tregua. Imprimiéndose un ritmo ciertamente duro para alguien de su edad, este verano, como el anterior, ha renunciado a todo tipo de descanso.

Algo que, por un lado, hace pensar en la posibilidad de que él mismo se hubiera puesto un plazo concreto respecto al tiempo que duraría su pontificado (de ahí su insistencia en señalar que la renuncia de Benedicto XVI habría inaugurado una institución, la de los papas eméritos, que podría ser una alternativa a seguir en un futuro por sus sucesores) y, por otro, refleja un dinamismo prioritariamente enfocado a expandir los focos de atención eclesiales, huyendo definitivamente de todo vestigio de eurocentrismo.

Así, la actualidad papal de este verano ha estado marcada, indiscutiblemente, por Asia; en concreto, por su viaje a Corea del Sur y por su activa movilización ante la violencia desatada en distintas regiones de Oriente Próximo, en especial en Siria, Gaza e Irak. Bergoglio, el primer papa latinoamericano y uno de los que más han ahondado en el término “periferia”, ha mostrado con hechos y palabras que el corazón de la Iglesia abarca por igual a toda la humanidad, sin centralismos ni preferencias. Algo que, por desgracia, se percibe en muchas ocasiones a través de la Iglesia sufriente y perseguida.

En cuanto a su visita a Corea del Sur (“saludada” con lanzamientos de misiles por parte de las autoridades de Corea del Norte), esta ha tenido dos dimensiones principales. Por un lado, política, llamando Francisco infatigablemente a la unidad y a la reconciliación de la península coreana y ofreciendo un sincero diálogo a naciones con las que la Santa Sede no mantiene relaciones diplomáticas, como China. Y, por otro, evidentemente, pastoral. Así, dirigiéndose tanto a los fieles de Corea (una comunidad minoritaria, pero emergente) como a los de todo el continente (el viaje se incluía dentro de la VI Jornada de la Juventud Asiática), el Pontífice marcó varios acentos.

Entre ellos, el valor de la Iglesia mártir. Algo que se puso de manifiesto en la ceremonia de beatificación de 124 mártires coreanos, ejecutados por su fe entre 1791 y 1866, eucaristía que fue el otro eje del viaje papal. Como Francisco recalcó en su homilía, el ejemplo de los mártires “tiene mucho que decirnos a nosotros [occidentales], que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza, donde rara vez se escucha el grito de los pobres”. Por tanto, una vez más, la idea de que la humanidad y la Iglesia son una misma “familia”, donde todos sus miembros cuentan.

Un sentimiento este, el de comunidad, que se pone dramáticamente de manifiesto cada día en Oriente Próximo. Una situación que, como no podía ser menos, preocupa fuertemente al Papa, sobre todo la de Irak, donde los yihadistas del Estado Islámico (ISIS) han desatado una feroz represión que, entre otros colectivos, ha forzado a 100.000 cristianos a abandonar sus hogares. Su pastor no les deja solos. Llama constantemente a la paz y envió en misión especial al cardenal Filoni para que fuera sus manos y sus oídos. Eso es la Iglesia.

En el nº 2.906 de Vida Nueva