José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
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El misionero y el virus del sectarismo


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

“Miguel, los misioneros y misioneras, son la verdadera ‘marca’ España, auténticos referentes en los lugares donde desarrollan su misión…”

Tras la muerte de Miguel Pajares, me he preguntado varias veces si las medidas de aislamiento a que fue sometido tras su traslado a España fueron suficientemente efectivas. No me refiero a la capacidad técnica para retener en aquel confinamiento de ciencia ficción al mortífero ébola, sino si fueron impenetrables también para contener el virus de la mezquindad y el sectarismo que aquellos días rebrotó con esa inquina cainita de la que tanto sabemos. No puedo imaginarme al misionero toledano, que finalmente murió de amor al prójimo, abochornado en su lecho de muerte por ser el blanco de unas diatribas mediopensionistas que cuestionaban la pertinencia de su traslado a España, con coste a cargo de todos los españoles, y el desalojo de un centro sanitario para acogerlo a él y a otros religiosos repatriados. No quiero imaginarme su rostro abrumado por el contenido de comentarios tuiteros –destaca por su simpleza, impropio de una persona con su formación, el de Gaspar Llamazares– nacidos desde un anticlericalismo que no deja de poner los pelos de punta a estas alturas y que pone de manifiesto un problema de fondo que creo que se les escapa a los investigadores que elaboran el informe PISA cuando radiografían lo que se enseña en nuestras escuelas.

Miguel, como tantos otros misioneros, amó hasta el final. España es una verdadera potencia en hombres y mujeres como él, generosos, abnegados, altruistas. Pero no son kamikazes que obedecen órdenes a ciegas. También Miguel, como confesó cuando estalló la epidemia que desbordó el hospital que gestiona su orden en Liberia, temía a la muerte que rondaba. También él, como su Maestro, titubeó, pero pudo más el amor. ¿Cómo explicar esto a las hordas que solo se alimentan de tuits? Miguel, los misioneros y misioneras, son la verdadera “marca” España, auténticos referentes en los lugares donde desarrollan su misión. Y dudo que ninguno pusiera el grito en ninguna parte porque un país extraditase a un voluntario enfermo o herido de una ONG o se escandalizase porque su Gobierno pagase por liberar a un compatriota secuestrado por esos grupos fundamentalistas que martirizan países de los que personas como Miguel nunca quieren marcharse o, si lo hacen, es para volver lo antes posible. Aunque, a veces, sus castigados cuerpos se lo impidan.

En el nº 2.906 de Vida Nueva

 

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