Un servicio a la comunión

Pablo de Benavides, Comunidades Laicas MarianistasPABLO DE BENAVIDES GABERNET | Consultor estratégico en el sector financiero

“Labor difícil la del periodista que, además como director, debe transmitir con sus palabras y opiniones, las palabras y opiniones de su medio…”

Aunque casi todos valoramos la diversidad de opiniones y creemos que son una riqueza que nos ayuda a progresar como Humanidad, no es menos cierto que en determinadas cuestiones nos gustaría que los demás compartieran nuestra visión. Nuestra naturaleza se mueve en esta ambivalencia y tendemos a acallar las voces contrarias y a lanzar juicios morales con alegría sobre el que piensa de manera diferente a la nuestra en materias que consideramos “verdades de fe”. Y es que ni algunos son tan cerrados ni los otros tan abiertos como a veces se creen.

En este contexto de aguas movidas, de enfrentamientos a veces velados, a veces manifiestos, se mueve el periodista. Trabajo, el suyo, más difícil todavía en la medida en que el lector pretende más objetividad de la que puede haber, sin reconocer que objetivas hay pocas cosas, además de los hechos, y que por tanto, lo demás son opiniones sujetas a la subjetividad del que las piensa.
Como es natural, esta realidad no ha sido ajena a Juan en estos años al frente de Vida Nueva. Desde su atalaya de director, su papel más visible ha sido el del periodista de opinión. Opinión, que siempre es personal y subjetiva. Opinión que además se expresa en palabras y, por tanto, está sujeta a matizaciones por las limitaciones que tiene el expresar en unas pocas líneas pensamientos profundos. Opinión bien forjada del periodista sobre el mundo en el que vive A ras de suelo y con la querencia de la visión del mundo en el que quiere vivir.

Vida Nueva ha sido durante estos años, y es, un espacio donde uno se puede asomar a la rica vida de la Iglesia, donde no todas las opiniones son iguales y no por ello son inválidas, siempre y cuando busquen sinceramente la verdad.

Labor difícil la del periodista que, además como director, debe transmitir con sus palabras y opiniones, las palabras y opiniones de su medio. Difícil entre otras cosas porque cada lector valora en especial un aspecto de la revista y quiere que la visión que la misma da de los temas para los cuales tiene una opinión, concuerde con la suya propia.

No tan evidente es la función que como director hace del rumbo que ha seguido la revista en estos años contando hechos. Vida Nueva ha sido durante estos años, y es, un espacio donde uno se puede asomar a la rica vida de la Iglesia, donde no todas las opiniones son iguales y no por ello son inválidas, siempre y cuando busquen sinceramente la verdad.

Una labor que, conociendo a Juan, está arraigada en su visión de la Iglesia bebida del Concilio Vaticano II, no como sociedad perfecta (que no se equivoca por tanto), sino como Pueblo de Dios, que camina buscando fraternalmente la verdad. Con Juan, Vida Nueva ha latido con los sentimientos y anhelos de buena parte de la Iglesia. Los que leemos Vida Nueva hemos podido seguir también los anhelos de los últimos papas para esta Iglesia en la que “hay peces malos” y en los que las reformas se abren paso poco a poco. Así, las tensiones internas en la revista han sido también reflejo de las tensiones que vive la Iglesia.

Dejando de un lado la comunión de cada cual con las opiniones vertidas por Juan desde Vida Nueva, no es desmedido afirmar que durante estos últimos años se ha prestado un servicio fundamental a la Iglesia al hacer visibles otras visiones y planteamientos que no buscan la confrontación de visiones enfrentadas, sino la aceptación de la existencia de distintas sensibilidades dentro de la Iglesia que buscan sinceramente la verdad (lo que no implica que todas estén libres de equivocación).

Lo mismo que me ofreció publicar mi opinión, también publicó la opinión de quien rechazaba de plano la mía.

Un servicio de comunión siempre difícil en un medio que es “una voz en la Iglesia, no la voz de la Iglesia”, y que reconoce, por tanto, la diversidad de voces. Fiel al ideario del semanario, Juan ha sabido defender que voces silenciadas tengan su hueco en esta palestra de la Iglesia. Personalmente, le agradezco el trato recibido cuando, leyendo un artículo sobre la nueva situación con ETA en el País Vasco, le manifesté mi desacuerdo en determinados aspectos de la información publicada. Lo mismo que me ofreció publicar mi opinión, también publicó la opinión de quien rechazaba de plano la mía.

Siempre es más fácil quedarse en lo que agrada a la mayoría, pero no siempre de esta forma se presta un servicio a la verdad. Juan, con los defectos que pueda tener, ha demostrado la poco frecuente virtud de dar voz a personas de distintas sensibilidades y formaciones. Ha sabido dirigir Vida Nueva en estos momentos históricos de pensamientos enfrentados, donde con más frecuencia de la deseable se acepta la diferencia solo en la teoría. Su servicio se ha convertido así en verdadera aportación a la comunión dentro de la Iglesia, comunión que solo se puede alcanzar aceptando la existencia de voces distintas que también buscan la verdad.

Gracias Juan por estos años dirigiendo Vida Nueva, porque su lectura para un joven laico como yo, es siempre alentadora y ayuda a querer más a esta nuestra Iglesia.

En el nº 2.905 de Vida Nueva

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