Rafael Argullol: “Presento a Jesús como un héroe trágico”

El barcelonés publica un relato de ficción de la vida, muerte y resurrección de Cristo

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Rafael Argullol: “Presento a Jesús como un héroe trágico” [ver extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | El ensayista y novelista publica Pasión del dios que quiso ser hombre (Acantilado, 2014), un relato de ficción de la vida, muerte y resurrección de Cristo, acompañado de una Confesión y una selección de obras que han narrado su “devoción artística”

Rafael Argullol (Barcelona, 1949) es un verdadero renacentista. Uno de los pocos. Catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universitat Pompeu Fabra, suma una treintena de ensayos filosóficos sobre historia del arte o literatura, además de libros de poesías, novelas –ganó el Premio Nadal en 1993 con La razón del mal– y otros títulos como Breviario de la aurora (Acantilado, 2006) o Visión desde el fondo del mar (Acantilado, 2010) [ver web], que cruzan por varios géneros.

Ninguno tan testimonial, tan verdadero, tan en primera persona como Pasión del dios que quiso ser hombre : una versión íntima de la Pasión de Cristo, en donde Argullol combina los evangelios, la imagen que los artistas han dado de ella como el “principal motivo del arte occidental” y la propia vivencia de quien, en la Confesión que sigue al emotivo y breve relato de la vida, muerte y resurrección de Jesús, afirma: “No soy cristiano, pero por alguna razón desconocida, o por un sueño, admito el misterio de Cristo”.

Y este es su testimonio:

Es un libro que, aunque sea breve en extensión, tenía desde hace muchos años en la cabeza. Quizás diez. Al final he podido escribir una versión muy quintaesenciada, muy pensada, muy precisa –afirma–, con tres vertientes: el relato de ficción; una segunda que título Confesión, en la que explico por qué he escrito este relato; y la tercera, en la que me apoyo de una manera fundamental en la visión que los artistas han tenido de Jesús. El libro es un todo, pero si algún lector decidiera leer solo alguna de las tres partes, también tendría sentido.

P: El relato es un íntimo diálogo con Jesús…

R: Como una persona que recibió una educación religiosa cristiana, luego me alejé de ella. Pero determinados aspectos han seguido presentes en mí. Hasta que me he visto en la necesidad de reconstruir la historia de Jesús a partir no tanto de la visión que han dado los teólogos, sino de la percepción que han tenido los artistas, y la que yo mismo he tenido de esa figura.

Entonces he incluido en el relato aspectos que me parecen singulares: yo mismo presento a Jesucristo como un héroe trágico, como alguien para quien es muy duro el aprendizaje de ser hombre, como alguien que experimenta una extrema soledad, como alguien con una gran necesidad de amar y de amor, pero que precisamente, por las dificultades de ser hombre, le cuesta muchas veces expresar el amor concreto, a pesar de que pueda predicar ese amor con humanidad.

A partir de estos mimbres construyo este cesto, que es una versión personalísima en la cual atravieso un reto de especial dificultad literaria, que es cuando, de alguna manera, hago hablar a Cristo más allá de su propia muerte. Es entonces cuando en el texto empieza a tener un peso muy importante el tema de la resurrección de la carne.
 

Trascendencia

P: El título lo define muy bien.

R: Exacto. Como yo me aparto del punto de vista teológico cristiano, pero sin embargo admito el punto de vista –por así decirlo– trascendente espiritual, lo que hago es partir de la idea de divinidad, de una idea de divinidad solipsista y endógena completamente autodestructiva porque incluye la idea de ser hombre.

P: En la segunda parte, en la Confesión, dice que debía saldar las cuentas emocionales con Jesús. ¿Satisfecho?

R: La verdad es que me he quedado, más que satisfecho, sereno con este libro. Cuando digamos dejé de ser cristiano, viví en un anticristianismo que tenía mucho de postura estética, de neopaganismo. Pero no me convencía por su falta de sustancia. El propio agnosticismo tampoco lo hacía desde el punto de vista espiritual. Y en este sentido, en esta posición extraña en la que me encuentro, sí me siento de acuerdo conmigo mismo.

P: Dice: “Cristo existió y existe porque he soñado con él, no una sino muchas veces; y he soñado con él porque me ha acompañado toda mi vida”. Aunque sea, llega a admitir, por “devoción artística”.

R: En un momento determinado, cuando rompí un poco con todo, tanto con el cristianismo como con el ateísmo en el que había derivado no sé si con convicción o no, me fui a vivir a Roma y me imbuí mucho del Renacimiento. Y eso me dio una percepción nueva y, de alguna manera, esa multiplicidad de sensaciones que expresa la pintura para mí tuvo mucho de educativo.

P: De hecho, afirma: “El Cristo de los artistas tiene mucha más verdad que el Cristo de los
eruditos”.

R: Sí, sí. Más que los teólogos, o incluso que los filósofos abstractos, me interesan más aquellos que se enfrentan a la propia subjetividad y corporeidad. Al fin y al cabo, si uno relee atentamente los evangelios, la corporeidad es central.

P: Nadie como los pintores, los escultores, reflexiona, “han sabido captar su esencia humana”.

R: Claro, Cristo se llama Hijo del Hombre. Y los artistas han estado a lo largo de la historia especialmente atentos a plasmar lo que yo llamo el dificilísimo aprendizaje humano de un dios.
De ahí esa conclusión con la que pasa a la tercera parte del libro: “La mentira de los artistas dice la verdad”.

Yo creo que la representación artística es mentira. En este sentido, soy muy platónico. Pero digamos que la suma de estas mentiras, si juntáramos las piezas como en un puzzle, el conjunto dice la verdad. Si yo me quedo con la interpretación de Tintoretto, de Tiziano o de Botticelli, de cada uno de ellos, quizá no. Pero el conjunto es como si fuera un fotograma que ha ido captando todas las representaciones del aprendizaje humano de Cristo.
 

Imágenes

P: En esa selección de 23 obras maestras sobre Cristo está muy presente el Renacimiento…

R: También me gustaría remarcar que he incluido obras del cristianismo oriental. Hay varias imágenes procedentes de la tradición bizantina y rusa. Curiosamente, las dos pinturas más modernas son rusas y del siglo XIX, incluida esa en la que Pilatos le pregunta a Cristo qué es la verdad, y de la que tenemos tan pocas representaciones.

P: No sé si durante el proceso de escritura pensó en algún momento en el lector católico…

R: Sí. Y tengo ciertos indicios de que muchos lectores cristianos lo están comprando. Ahora bien, si me pongo en la piel del lector católico, seguramente sentirá al inicio un puñetazo, aunque solo sea por esta especie de desmesura de ser capaz de dirigirme a Jesucristo. Después, creo que es capaz de percibir el extraordinario respeto y rigor de lo que se está relatando y va entrando en el hilo argumental. Es lo que pienso.

En ciertos momentos me acordé del Evangelio según San Mateo de Pasolini. Los medios vaticanos se esperaban lo peor y, después, le dieron el premio de cine católico. Pienso muchas veces que desde fuera se aborda la relación con Jesús más sinceramente y más directamente que desde el propio corazón del engranaje.

P: Ya ha tenido lectores privilegiados, como Armand Puig, decano de la Facultad de Teología de Cataluña.

R: Somos muy amigos. Creo que el católico, el que es lector, tiene tendencia a leer y reflexionar sobre estos temas. He encontrado más incomprensión, al menos más perplejidad, entre amigos y conocidos no cristianos. Casi ha habido más sorpresa de este bando, digamos, que del otro… Yo ya había escrito un prólogo a una edición popular de la Biblia en catalán y recuerdo que entonces algunos expresaron su sorpresa. ¡Pero qué es esto! Vivimos en un país en el que este frentismo aún no se ha abandonado. Los intelectuales supuestamente ilustrados y progresistas, muchos de ellos van aún de comecuras. Es absolutamente absurdo. Forma parte de lo que ha sido la cultura española, una cultura sin humanismo renacentista, sin auténtica Ilustración, muy sistemática, muy guerracivilista, y en este sentido se niega a afrontar el tema de la espiritualidad sin prejuicios.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.905 de Vida Nueva

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