Constructores de paz en una cultura del odio

La sociedad se ha levantado para dar opciones frente a tanta violencia

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FELIPE MONROY | La han llamado ‘narcocultura’, aunque en ocasiones no esté relacionada con drogas ni estupefacientes, pero sí con los elementos que les dan valor: violencia, crimen, dinero, coerción, armas y una cierta idealización del estilo de vida gansteril.

Germinó en los barrios urbanos marginales, donde lo más alto de los bienes necesarios y suntuosos están a la vista y, al mismo tiempo, son inaccesibles para la mayoría. Mientras los analistas políticos aseguran que creció alimentada por la corrupción y la impunidad, los analistas religiosos aseguran que es fruto de la tentación del dinero fácil. El hecho es que la búsqueda por amasar fortunas, lograr el éxito y obtener poder por la vía del crimen ha carcomido el sentido común: vale la pena morir por ello.

Un sacerdote bendice un ataúd de jóvenes asesinados.

Un sacerdote bendice un ataúd de jóvenes asesinados.

Es una cultura autófaga que, a semejanza de la serpiente que devora su cola, es cíclica, creciente y aparentemente interminable. Del 2006 al 2012, durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, presidente de extracción panista (del Partido de Acción Nacional), fuentes federales declararon unas 70.000 muertes violentas producto de enfrentamientos entre las autoridades policiales y las células criminales en el país.

En el primer año del sexenio de Enrique Peña Nieto, priista (del Partido Revolucionario Institucional), los operativos anticrimen han dejado un saldo de 17.000 muertes, según el Sistema Nacional de Seguridad Pública. En ambos casos, especialistas y colectivos de defensoría de derechos humanos, han afirmado que las cifras son menores a la realidad.

La guerra pasó de los callejones y los terrenos despoblados a las plazas públicas, a las vialidades y a las comunidades. Para la historia han quedado acontecimientos como los narcomensajes o narcomantas inauguradas por la Familia Michoacana en 2006; los nueve cadáveres colgados en el puente de Monterrey-Nuevo Laredo en 2012; la masacre de Villas de Salvárcar, cuando un comando armado asesinó a 17 jóvenes que celebraban una fiesta en Ciudad Juárez, Chihuahua; el atentado con dos granadas de fragmentación durante los festejos patrios en Morelia, Michoacán, en 2008; o el descubrimiento de las fosas clandestinas en San Fernando, Tamaulipas, donde se encontraron 72 cadáveres de migrantes centroamericanos en 2011.

Estas situaciones han exigido respuesta por parte de las autoridades, pero también incentivaron a la movilización social, que no solo reclamó más seguridad (como el caso de las defensas comunitarias), sino su papel protagónico en la construcción de la paz en una cultura casi ajena a ese concepto.

Así lo hizo el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que logró convocar a grupos, colectivos, organizaciones e instituciones de diverso origen para buscar respuestas, en lo local y en lo federal, que dieran cauce a sus proyectos de justicia y paz. Organismos como Acapulco por la Paz, Artistas por la Paz, Bordados por la Paz, Ciudadanía por la Paz y Justicia en México, Dónde están, El Grito Más Fuerte, EmergenciaMx, Iglesias por la Paz, Nuestra Aparente Rendición, Servicio Paz y Justicia, Sinaloa por la Paz o Voces por la Paz, colocaron los testimonios de víctimas y familiares en el centro del debate nacional.

Constructores de paz en una cultura del odio [íntegro solo suscriptores]

En el nº 2.905 de Vida Nueva

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