Navegar

Para mi amigo y buen capitán, Juan Rubio

Cristo en la tormenta en el lago de Galilea (Rembrandt, 1633).

Cristo en la tormenta en el lago de Galilea (Rembrandt, 1633).

FELIPE DE J. MONROY, DIRECTOR DE VIDA NUEVA MÉXICO | Imposible es que el hombre habite el mar , que despierte tranquilo en las mañanas flotando a la deriva o que siembre cosa alguna en el oleaje esperando la cosecha y, sin embargo, cuánto asombro nos provoca el navegar: enfrentar raudales tormentas, trajinar por noches turbias o padecer tediosos horizontes de infinito mar.

Aunque no todo es sacrificio. ¿No paga un tibio ocaso los afanes en cubierta? ¿No salta el corazón al divisar la tierra? ¿No hay una historia por contar al soltar amarras y volver al mar?

Recuerdo muy bien que al iniciar esta aventura mexicana en la dirección de la revista hermana de Vida Nueva escuché que este proyecto ‘es un buen barco’ y que esta revista de información religiosa en español es pionera en un esfuerzo global para crear lazos fraternos en un mundo hispanoparlante.

Juan Rubio y Felipe Monroy.

Juan Rubio y Felipe Monroy.

No pasó mucho tiempo para que la elección de un Sumo Pontífice latinoamericano certificara la intuición de la importancia de que ‘El Viejo Continente’ reemprendiera ese viaje a través del Atlántico -‘hasta el fin del mundo’- para dialogar en castellano con las periferias, con esas islas en donde hay hombres y mujeres en las fronteras de la esperanza y la digna resistencia.

En este nuevo viaje, hay también nuevas navegaciones, aquellas que se emprenden en el océano digital. En esa travesía que vamos iniciando requerimos de barcazas y herramientas diferentes, de lenguajes diferentes. Es un viaje cuya complejidad no radica en las distancias sino en la inexistencia de cartas náuticas. Estoy convencido que, si Vida Nueva es también pionera en esta empresa, habremos de crear nuevas brújulas, compases, astrolabios y sextantes para la webósfera y así no perder la ruta en ese piélago informático.

Soltamos amarras en este barco para ir en búsqueda de nuevas costas, para ir con los hombres cuyos huertos y jardines lindan con Dios, para escuchar sus voces y llevarlas a otros puertos, para compartir su indignación y su esperanza, habremos de usar la claridad en las palabras y la compasión con los que sufren. Cada edición es un traslado a un páramo por descubrir y aventurarnos con la convicción que León Bloy percibió:

Los cristianos deben estar continuamente inclinados sobre los abismos.

Amigo Juan, he puesto nombre a la columna del director en México con esto en el corazón y gracias a tu tino de llamar a Vida Nueva “un buen barco”. El Buena Esperanza es la nave que R. L. Stevenson imaginó para la escena más épica su novela Flecha Negra [ver aquí]. Internados en un mar violento y de madrugada, un puñado de hombres se enfrenta a la tormenta más grave. Lawless al timón responde al temor de la tripulación:

Aún llevo en las alforjas provisión de esperanza y si he de ahogarme, creed que me ahogaré con la vista clara y la mano firme.

No nos despedimos Juan, nos encontraremos pues sé que te harás de los aparejos para seguir en esta búsqueda de la heredad que avecinda junto a Dios, puesto que es pasión y sino del periodista. En estas reflexiones marítimas permíteme compartir lo que el Cristóbal Colón de Kazantzakis exclamaba quejándose:

¡Nunca encontraréis nuevas tierras porque no las lleváis dentro de vuestras entrañas!

Primero aparece la nueva tierra en nuestro pecho y solo después aparece en el mar. Y si no encuentro las tierras que llevo en el pecho desde hace años, imprecaré a Dios y le advertiré que está faltando. ¡Y Él sumergirá sus manos entre las olas y las hará ascender!.

Te dejo ese pensamiento porque solo con esa fe y ese deseo, es posible habitar el mar.

 

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