África, escenario de una guerra fría económica

Tras la acción de todo tipo de milicias terroristas en el continente se esconden otros intereses

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MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Seguir la pista de la hidra islamista que amenaza África lleva a todo tipo de milicias terroristas, siendo Boko Haram, en Nigeria, su último y más sangriento exponente. Pero analizar las respuestas de los gobiernos y ciertos intereses ocultos, en esta cuestión, de los estados y las empresas del llamado Primer Mundo, también produce inquietud.

Todo apunta a que se da hoy una nueva Guerra Fría (económica en vez de ideológica) y África es su principal escenario.

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Una de las lacras que con más fuerza denuncia el papa Francisco es la existencia de “los señores de la guerra”, generadores de conflictos con el fin de beneficiar sus propios “negocios”, especializados en el poco noble “arte de la guerra”.

En este sentido, Boko Haram simboliza hasta qué punto la violencia sin límites pone en riesgo el futuro de toda sociedad. Fundada en 2002 por Mohamed Yusuf, esta secta islamista se hizo fuerte en Maiduguri, la capital del Estado de Borno, al noreste de Nigeria, una región que se mostró especialmente hostil contra la presencia extranjera bajo el dominio colonial inglés.

Atentado contra una iglesia en Abuja, capital nigeriana.

Atentado contra una iglesia en Abuja, capital nigeriana.

Asentada en el odio furibundo contra el llamado Primer Mundo (el nombre de Boko Haram de traduce en hansua por “la educación occidental es pecado”), la secta islamista lleva varios años atentando contra las fuerzas militares y policiales de su país (consideradas como cómplices de la “traición” del Gobierno, que se ha “vendido” a intereses foráneos) y, sobre todo, contra la población cristiana, principal segmento poblacional en el sur del país, pero minoritaria en el norte. De hecho, su gran pretensión es que la región llegue a ser un Estado independiente regido por la sharia.

Pero lo que en un principio era un problema local, acabó convulsionando toda Nigeria y amenazando al resto de países del entorno. No solo por la radicalización de la milicia (sobre todo cuando Abubakar Shekau se hizo con su control, tras la ejecución de Yusuf por el ejército nigeriano), sino por la división del grupo, siendo partidarios varios de los miembros de las nuevas facciones, principalmente la denominada Ansaru (que se traduce por “defensores de los musulmanes”), de internacionalizar la causa e introducirse también en las vecinas Chad, Níger o Camerún.

Una expansión a la que, presumiblemente, no serían ajenos ciertos resortes de poder provenientes del exterior, que estarían dotando a Boko Haram de armas y dinero.

Así lo señalan varios medios especializados, como Revista Española de Defensa, dependiente del Ministerio de Defensa, que, en su informe Conexiones yihadistas (febrero de 2013, página 54) [ver revista], apunta en este sentido:

Existe una creciente preocupación sobre la posibilidad de que la organización nigeriana coordine su estrategia y reciba apoyos de los tres grupos salafistas principales que operan en aquella parte del Sahel: Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Ansar Dine y el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental (MUYAO). Dado el carácter local que las acciones de Boko Haram han tenido tradicionalmente (…), los hechos parecen indicar que la citada cooperación sí que existe y que, además, se ha hecho más estrecha en los últimos meses.

Combatientes de Boko Haram, fotografía difundida por el grupo en 2007.

Combatientes de Boko Haram, fotografía difundida por el grupo en 2007.

Según esta publicación, además, Boko Haram tendría “un refugio seguro” en el norte de Malí, adonde también habrían llegado en aliento de los grupos rebeldes tuareg, islamistas como ellos, que luchan contra el Gobierno. Pero si este apoyo ya es de por sí grande, aún lo es más este otro recogido en el informe:

Al mismo tiempo, esa colaboración estaría beneficiando a Boko Haram desde el punto de vista económico. Según medios de prensa nigerianos, si bien inicialmente la financiación de la organización se basaba únicamente en donaciones de sus miembros y benefactores, sus vínculos con AQMI [que también ofrece entrenamiento en sus bases a miembros de los comandos nigerianos] les han permitido obtener fondos de grupos salafistas de Arabia Saudí y el Reino Unido. Así, el Al-Muntada Trust Fund, con sede en el Reino Unido, y la Sociedad Mundial Islámica de Arabia Saudí, estarían aportando recursos económicos al movimiento nigeriano.

Según Revista Española de Defensa, esos apoyos externos (logísticos, materiales y financieros) son los que explican la “sofisticación” de las acciones terroristas de Boko Haram en el último año, cada vez más dañinas y con más repercusión internacional. En este sentido, el secuestro de más de 220 chicas de un internado en Chibok, al noreste de Nigeria, conmocionó a la opinión pública mundial –aunque tres meses después apenas se hable ya del tema, pese a que la mayoría de las jóvenes aún permanecen raptadas–.

Un golpe de efecto que, paradójicamente, ocultó un dato si cabe más trágico: solo en los tres primeros meses de 2014, según Amnistía Internacional, se registraron 1.500 muertos por este conflicto en Nigeria, tanto por acciones directas del grupo como por sus enfrentamientos con el ejército, habiendo víctimas en todas las filas, aunque en su gran mayoría son civiles.
 

Guerra sucia

Precisamente, este hecho pone en evidencia la otra cara del fenómeno. ¿Cómo es la respuesta de los gobiernos africanos ante las milicias rebeldes que amenazan a la población? ¿Proporcionada y ajustada a la ley?

En el caso del Ejecutivo nigeriano, presidido por Goodluck Jonathan, surgen muchas dudas sobre la legalidad y legitimidad de varias de sus actuaciones. Y es que el Gobierno se atribuyó poderes especiales para hacer frente a Boko Haram cuando, en mayo de 2013, decretó el estado de emergencia en tres regiones del norte en las que apreciaba más peligro: Borno, Yobe y Adamawa.

Desde entonces, al conjuntarse los “plenos poderes” para las fuerzas militares y la mayor capacidad de acción de la secta islamista, la conclusión es que en esa zona del país se está viviendo en la práctica una situación de guerra en la que es habitual que se registren centenares de víctimas cada vez que hay un choque. Lo que explica fácilmente la cifra de cerca de 1.500 muertos en solo tres meses.

Además, como denuncian varias instituciones locales e internacionales, se están produciendo “excesos” por parte del Gobierno que, lejos de mermar a Boko Haram, están afectando seriamente a la vida de las poblaciones norteñas, ya de por sí marcadas por el hecho de ser en su mayoría rurales, empobrecidas y no contar apenas con estructuras del Estado que garanticen allí servicios mínimos, como la sanidad o la educación.

 

Nigeria, un país cada vez más fracturado

Si el caso de Boko Haram simboliza el riesgo que implica el auge de un islamismo articulado en redes terroristas en África, la situación concreta de Nigeria hace ver hasta qué punto el problema trasciende de lo exclusivamente religioso o político y se entronca en una problemática socio-económica más honda.

De hecho, se trata de un país que, al igual que ocurre en muchos otros en el continente, como Malí o Sudán (hoy ya con el sur independizado), guarda enormes diferencias entre las poblaciones meridionales o septentrionales. Así, en el caso de Nigeria, el sur, de mayoría cristiana, permanece mucho más desarrollado y alberga al gran eje urbano del país, Lagos (la anterior capital a Abuya, aunque cuenta con una población mucho mayor que esta, con más de ocho millones de personas).

En cambio, el norte, en gran parte islámico, tiene un carácter eminentemente rural y cuenta con numerosas comunidades a las que apenas llega la presencia del Estado. En estas es en las que ha surgido un movimiento crítico (anterior y que va más allá de Boko Haram) que clama contra la corrupción y la mala gestión de los ejecutivos centrales, que entienden que han condenado a la marginalidad a sus habitantes.

Una acción que, lejos de propiciar una respuesta en forma de mayor inversión en servicios mínimos desde el Gobierno, sobre todo en sanidad y educación, ha fomentado un caldo de cultivo que el Gobierno de Goodluck Jonathan ha aprovechado para, con la justificación de perseguir a Boko Haram, tomar represalias contra la región en sentido amplio.

Así aparece reflejado en el informe Panorama Estratégico 2014 [ver íntegro], editado todos los años por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), dependiente del Ministerio de Defensa. En sus páginas 130-131, Antonio Sánchez-Benedito Gaspar, diplomático español de referencia en el área del Sahel, apunta cómo Nigeria es un país cada vez más fragmentado:

Hasta ahora, el Gobierno de Goodluck Jonathan (cristiano del sur) ha respondido al desafío terrorista con una política de mano dura. Los excesos de las fuerzas de seguridad y las violaciones de derechos humanos, denunciados por organizaciones como Human Rights Watch, pueden provocar la desafección y el rechazo de las poblaciones locales y ahondar en la fractura entre el norte musulmán y el sur cristiano.

De hecho, advierte, el riesgo de incidir en esta política puede conllevar graves consecuencias:

Una crisis en Nigeria, potencia demográfica africana con 180 millones de habitantes (de los que un 70% sobrevive con menos de un dólar al día), primer productor de petróleo y segunda economía del continente [hoy ya es la primera], tendría enormes repercusiones para la estabilidad del conjunto de África.

En este sentido, es indudable que tanto a la Unión Europea como al resto de potencias occidentales les interesa que se sofoque el foco islamista en un país tan trascendente para sus intereses comerciales como Nigeria. Otra cosa es que la “guerra total” decretada por Jonathan contra Boko Haram le sea más rentable, políticamente, que propiciar el auténtico desarrollo en la mitad más abandonada de su país.

África, escenario de una guerra fría económica [íntegro solo suscriptores]

En el nº 2.903 de Vida Nueva

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