¡Qué pregunta, Dios mío!

papa Francisco en el Santuario de la Virgen de Aparecida JMJ Río 2013

Francisco besa una réplica de la Virgen de Aparecida.

P. CARLOS MARÍN G. (PRESBÍTERO, COLOMBIA) | Vaya a donde quiera, hable con quien quiera, abra libros o revistas, usted va a oír o a leer elogios al papa Francisco. En buena hora. Sin embargo, la Iglesia toda tiene que preguntarse si esas palabras elogiosas reflejan o no una sincera y efectiva comunión con él.

Porque uno espera que esos elogios encarnen, al menos en el pueblo cristiano, una expresión clara de su madurez y de su fuerza espiritual, pastoral y social, y de su disposición –recepción fiel pero también creativa–, para llevar a la práctica las enseñanzas doctrinales y pastorales contenidas en el diario magisterio papal.

Cerezo-Barredo

Este magisterio está haciendo surgir, ciertamente, esperanzas de tiempos mejores, no solo para la Iglesia, sino para la humanidad entera. Se dice y se escribe que en la Iglesia se respira hoy un ambiente renovado; que el mundo está recibiendo un mensaje de esperanza que trae consigo muchas nuevas expectativas y nuevos desafíos. La elección del papa Francisco se convirtió en un grito casi unánime: en verdad es el Espíritu Santo el que guía la Iglesia.

Otros hablan de primavera de la Iglesia, pero su pensamiento está en la ciudad de Roma y no en que el aire fresco debe impregnar hasta el último rincón donde se predica y se celebra la fe en Jesucristo. Porque la comunión con el obispo de Roma debe ser afectiva, salida del corazón, claro que sí, pero también debe ser efectiva: una comunión que mueva a la acción a todo el Pueblo de Dios.

No cabe duda de que el papa Francisco está encarnando una síntesis viva y testimonial de ese acontecimiento providencial que fue el Concilio Vaticano II y del magisterio de quienes lo precedieron en la Sede de Roma. Sus enseñanzas, cada uno de sus gestos y actitudes personales, están pidiendo al Pueblo de Dios que no le dé más largas a la aplicación del espíritu y las enseñanzas del Concilio Vaticano II, y que nuestra Iglesia y nuestras comunidades lo asuman de manera decididamente responsable, fiel y creativa, de modo que surja la Iglesia del mañana, una Iglesia amasada con Evangelio y presente en el mundo con la fuerza del amor de Dios. Y, dicho sea de paso, este es el mejor resumen que yo haría del primer año y medio de su pontificado.

Nos está diciendo que el Concilio no es un acontecimiento pasado; es un cuerpo de doctrina y de normas que todavía huele a nuevo; una irrupción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, que cobra mayor vigencia en los albores del siglo XXI. Está clamando por que el Pueblo de Dios no cometa el error de querer archivar las enseñanzas y las normas del Concilio, sino que las sienta y las viva como un camino que está por recorrer. Y que este clamor llegue a todos: obispos, sacerdotes y laicos bautizados, a toda la Iglesia.
 

Un Concilio vivo

Los congresos, conferencias, seminarios, libros publicados –¿quién conoce el número?– no significan necesariamente que estemos poniendo en práctica el Concilio. La verdad es que todavía no surge esa Iglesia renovada ad intra y ad extra, ese aggiornamento pedido y soñado por san Juan XXIII; esa Iglesia, de palabra y de obra, experta en humanidad, que sabe que su misión es servir, abierta al mundo; esa Iglesia Pueblo de Dios, evangelizada y evangelizadora, acogedora, llena de misericordia evangélica que contagia los corazones de hombres y mujeres con la fuerza de las maravillas obradas por el amor de Dios.

Esa Iglesia en la cual se vive la colegialidad, en la que la comunión y la caridad son una realidad palpitante, y que es factor y fermento de una nueva humanidad; que descubre y asimila las implicaciones teológicas y pastorales de la opción preferencial por los pobres. Esa Iglesia que vive el Evangelio, que vive para los pobres y anuncia el Evangelio a los más pobres.

Las cinco conferencias del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, desde Medellín hasta Aparecida, y el Sínodo para América, hicieron un estudio contextualizado de los documentos del Concilio y señalaron prioridades pastorales para el continente. Una tarea todavía pendiente. Si nos decidimos a cumplirla, muy pronto tendremos la respuesta a esa pregunta provocadora que alguien me hizo en estos días: “¿Cómo cree usted que será la Iglesia del mañana?”.

En el nº 2.902 de Vida Nueva

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