Francisco anima a la Iglesia española a fomentar la colegialidad y el diálogo

Recibió la visita de Blázquez, Osoro y Gil Tamayo, el nuevo ejecutivo de la CEE

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ANTONIO PELAYO (ROMA) | Tres cuartos de hora con el Papa, sin la mediación de intérpretes, dan oportunidad de tratar bastantes temas.

Es lo que podemos deducir que sucedió el lunes 23 de junio durante la audiencia que Francisco concedió a Ricardo Blázquez y a Carlos Osoro, presidente y vicepresidente, respectivamente, de la Conferencia Episcopal Española (CEE), acompañados por el secretario de la misma, el sacerdote José María Gil Tamayo.

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No fue este el único encuentro, aunque sí el más importante, mantenido por la así llamada “cúpula” de la Conferencia Episcopal Española durante los dos días de su estancia en Roma. Visitaron al día siguiente al secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin. También aprovecharon estas cuarenta y ocho horas de permanencia en la Ciudad Eterna para visitar otros dicasterios de la Curia romana, como la Congregación para el Clero, cuyo prefecto es el cardenal Beniamino Stella.

Celebraron igualmente encuentros con alguno de los cardenales españoles que habitualmente residen en Roma. En la tarde del lunes, los prelados españoles acudieron a la Embajada de España ante la Santa Sede, donde mantuvieron una cordial entrevista con el embajador, Eduardo Gutiérrez y Sáenz de Buruaga.

Estas entrevistas, como subrayaba una nota de la Oficina de Prensa de la CEE, no son un hecho extraordinario, sino que forman parte de la praxis que se sigue siempre que se produce un cambio en los organismos de presidencia de todas las conferencias episcopales del mundo.

Pero no por ser “de rutina” dejan de ser muy importantes, sobre todo en este pontificado, cuando el Papa en persona quiere revitalizar el carácter sinodal del gobierno de la Iglesia, del que las conferencias episcopales son un elemento decisivo.

Precisamente, Jorge Mario Bergoglio, en su conversación con nuestros obispos, insistió mucho en este punto. Los episcopados nacionales deben trabajar con espíritu colegial, manteniendo muy alto su nivel de cooperación interna, sin protagonismos personales innecesarios, reforzando la unión de todos sus miembros y evitando que ello sea obstáculo en la responsabilidad personal de cada obispo en su diócesis. No es nada nuevo, puesto que este es el espíritu del Concilio Vaticano II, aunque, a veces, o se ha olvidado o no ha sido tenido en su debida cuenta.

Como es lógico suponer, el Papa –que recibió hace poco a los obispos españoles en visita ad limina– ha sido informado de los cambios políticos que se han producido en nuestro país en las últimas semanas, en vísperas, por otra parte, de la visita que realizarán a Roma el rey Felipe VI y la reina Letizia el próximo lunes 30 de junio. En Roma se contempla la sucesión en la titularidad de la corona española con confianza y se espera que la cordialidad que ha reinado en las últimas décadas entre la Casa Real y la Iglesia española se mantenga en el futuro.

Francisco y sus interlocutores coincidieron en la disponibilidad de la Iglesia española a ser un factor de estabilidad política y de maduración democrática de la sociedad civil, esperando que el Gobierno, la oposición y las otras fuerzas políticas comprendan y valoren positivamente este papel de los católicos en la vida pública.
 

¿Próximos nombramientos?

El tema de los próximos nombramientos para importantes diócesis de nuestro país ha sido, desde luego, abordado, pero sin constituirse en uno de los puntos principales de conversación. Bergoglio ha escuchado muchos pareceres sobre la cuestión y, más que decidir pronto, le preocupa hacerlo bien. Los nombres que habitualmente se barajan no han sido objeto de la conversación.

Estos días también ha estado en Roma el cardenal Fernando Sebastián, emérito de Pamplona, que mantuvo con el Santo Padre un encuentro personal después de concelebrar con él la Eucaristía en la capilla de la Casa de Santa Marta.

El arzobispo de Madrid, el cardenal Rouco Varela, ha llegado igualmente a Roma, en este caso acompañado de sus obispos auxiliares, para clausurar allí la Misión Madrid.

En el nº 2.900 de Vida Nueva

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