Sobre el humor: un estilo de vida

El buen humor como hecho de vida y don tanto personal como para la comunidad

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ÁNGEL SANZ ARRIBAS (CMF) | A los ocho meses de su pontificado, el papa Francisco regaló a la Iglesia su primera exhortación apostólica –La alegría del Evangelio o Evangelii Gaudium–, que comienza con estas palabras: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”.

Ya antes, el nuevo Papa había ofrecido este mensaje con su estilo de vida. Ahora advierte que el gran riesgo del mundo actual, con su abrumadora oferta de consumo, es “una tristeza individualista”, y previene sobre la tentación de convertirnos en “pesimistas quejicosos y desencantados con cara de vinagre”.

Este Pliego se centra en la alegría, más en concreto, en el buen humor, no como tema sino como hecho de vida. Por eso el autor pone el acento en el testimonio, incluso en la pequeña anécdota y, sobre todo, en historias personales, a veces heroicas, que ofrecen la mejor pista para avanzar por el verdadero camino.
 

La alegría es el camino

El humor es causa y efecto de buena salud mental. Hablo, naturalmente, del buen humor. El sentido del humor no cabe en una definición filosófica a base de género y diferencia; es un arte demasiado sutil y hay que cazarlo a contravuelo.

El humor tiene poco que ver con el chiste prefabricado, con la risa sacada –a veces con fórceps– por el gracioso de turno. Tampoco se reduce al ingenio (que puede ser amargo). Ni menos a la ironía. Como apunta André Comte-Sponville:

La ironía hiere, el humor sana. La ironía puede matar, el humor ayuda a vivir. La ironía aplasta, el humor libera. La ironía es implacable, el humor es misericordioso. La ironía humilla, el humor es humilde.

Parece claro de qué está hablando el filósofo francés.
 

I. LA FUENTE DEL BUEN HUMOR

La gran fuente del humor es la realidad vista con ojos inocentes. Por eso nos sorprenden tantas veces los niños con sus observaciones, hechas siempre con una lógica limpia, directa, impecable e implacable.

El maestro y el cura del pueblo han preparado a la chiquillería para la visita episcopal. Les han dicho que el obispo es un sabio y que le pueden preguntar lo que quieran con toda confianza. Un chaval está preocupado por un difícil enigma y decide aprovechar la ocasión para resolverlo. La fila avanza lentamente.

Cuando llega al obispo, y sin dejarle tomar la iniciativa, el peque se arranca: “Oye, y cuando las cabras se acuestan, ¿se quitan los cuernos para dormir?”. ¡Aquí te quiero, teología! Lo cuenta así don Jesús Iribarren, secretario que fue de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en un libro muy serio.

Los ojos del niño –no importa la edad– alumbran, es decir, dan luz, y dan a luz ingredientes ocultos en el fondo de cada persona, de cada cosa, de cada acontecimiento. Y esos ingredientes ayudan a superar tanto el dramatismo como la euforia.

Nombrar a Chesterton es traer el ejemplo del hombre que sabe ofrecer de cualquier cosa una lectura inesperada. Chesterton lamentaba que nos maravillásemos el día de Reyes al encontrar nuestros zapatos llenos de regalos, y no cada día al encontrar un par de pies para meter en los zapatos.

Mirar la realidad es, por lo pronto, mirarse uno a sí mismo. El antílope se reía a carcajadas ante la cornamenta del animal que tenía delante. Hasta que cayó en la cuenta de que lo que tenía delante no era un animal, sino un espejo. Y se le cortó la risa. Pero, como era sabio, empezó a sonreír. El primer paso comienza por no tomarse uno a sí mismo demasiado en serio. Oí a dos obispos contar la misma anécdota como ocurrida a cada uno de ellos cuando iniciaba una procesión con todos los capisayos:

“Mamá, mamá –se oyó una voz de niño–, mamá, mira: ¡un payaso!”. Los ‘excelentísimos señores’ fueron los primeros en reír la ocurrencia, que luego contaban con regocijo. De no ser así, hubieran caído en el amable comentario de Robert Schumann, el gran político (de quien, por cierto, está introducida la causa de canonización): “No me habléis de la gente que nunca se ríe, no es gente seria”.
 

Los papas sonríen…

Peter Seewald preguntó al papa Ratzinger si Dios se manifiesta siempre lleno de respeto o también manifiesta su humor. “Personalmente –le respondió el Papa teólogo–, creo que tiene un gran sentido del humor. A veces le da a uno un empellón y le dice: ¡no te des tanta importancia!”. En su libro El Dios de Jesucristo llega a decir:

Donde hay tristeza, donde muere el humor, allí no está ciertamente el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesucristo. La alegría es una señal de gracia.

No hay que añadir que el papa Francisco muestra su gran sentido del humor de mil formas. Se cita aquella ocasión en que sorprendió a todos al colocarse una nariz roja de payaso en la boda de dos miembros de una organización solidaria que solían llevar payasos para animar a los niños enfermos, pero su buen humor es en él un estilo de vida, como lo demuestra esa sonrisa tan espontánea, tan personal, tan ajena al artificio y a la entronización del ego.

“A veces –dijo en cierta ocasión–, estos cristianos melancólicos tienen más cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una vida bella”. No es aventurado predecir que algún día aparecerá un libro (¿solo uno?) titulado El humor del papa Francisco.

Y no hablemos de Juan Pablo II. Es sabido que su deporte favorito era el esquí. Durante un Sínodo de los Obispos en Roma propuso a varios cardenales ir a esquiar al Terminillo:

– ¿A esquiar?
– Sí, claro: ¿en Italia no esquían los cardenales?
– Pues, francamente, no.
– En Polonia, en cambio, el cuarenta por ciento de los cardenales esquían.
– ¿El cuarenta por ciento?, si en Polonia solo hay dos cardenales.
– Pero no me negarán que Wyszynski vale por lo menos el sesenta por ciento.

No es menos célebre aquella broma que el mismo Pontífice contó al filósofo André Frossard: el Papa reza a Dios y le pregunta:

– Señor, ¿Polonia será libre e independiente algún día?
– Sí, respondió Dios, pero no mientras haya un papa polaco.
– Pero, Señor –dice Juan Pablo II–, ¿habrá otro papa polaco en el Vaticano después de mí?

Y Dios concluye:

– No, mientras yo viva.
 

Saber relativizar

De hecho, pocos despiertan tanta simpatía como quienes saben dibujar su propia caricatura. Con la pluma, con la palabra, con el gesto. Lo cual, reconozcámoslo, no es una ciencia ni un oficio: es un don. Hay ejemplos gloriosos.

El mariscal de Mac-Mahon, conde, duque, expresidente de la República francesa y un tipo divertido, trataba un día de convencer a su auditorio sobre los estragos de la fiebre tifoidea, y dio una explicación convincente: “La fiebre tifoidea es algo terrible: o te mata o te deja idiota. Lo sé bien porque la tuve”.

Que nadie espere a ser feliz el día en que hayan desaparecido sus defectos, porque entonces será siempre desgraciado. Preguntaron a un monje anciano qué hacían en el monasterio, y él respondió con paz: “Oh, caemos y nos levantamos, caemos y nos levantamos, caemos y nos levantamos”.

Lo cuenta Joan Chittister, y por el tono se advierte que el sabio monje no solo sonreía al decirlo, sino que permitía sobrentender: “Y así seguiremos en el futuro”. No porque fuera ese su propósito, era el humilde reconocimiento de su condición humana.

Se quiere insinuar que la mirada de cada uno a sí mismo debe ser tranquila, honda y benévola, abierta a la sorpresa y ajena al artificio y a la solemnidad, porque sabe no absolutizar más que lo absoluto. La mirada estrecha y superficial absolutiza casi todo; por eso tensa a la persona.

Podrá hacerla escéptica, nunca ponderada, y menos todavía jovial. Lo cual sugiere que el humor conserva una distancia prudencial de las posiciones extremas y, al tiempo que las ve con objetividad, sabe rodearlas y penetrarlas de una nueva luz que brota de los ojos que miran.

Quien mira con amor sonríe siempre, al menos con el alma. Ver a don Quijote montado en el rucio de su escudero o a Sancho Panza encaramado en el Rocinante de su amo es un buen ejercicio de equilibrio en el proceso de ajuste personal. Permite ir por la vida sin exaltaciones ni depresiones, sin paranoias ni complejos de inferioridad, manteniendo la grandeza de alma, pero sin obsesiones de grandeza.

Hay quienes dicen que Jesús no sonrió nunca, porque no consta en el evangelio, mientras sí consta que lloró. Uno se pregunta cómo miraría el Maestro a sus apóstoles cuando se encontraron ante cinco mil hombres hambrientos, con cinco panes y dos peces, y les dijo: “Dadles vosotros de comer” (Lc 9, 13). O cuando insinúa lo del camello pasando por el ojo de una aguja (“con su joroba y todo”, bromea un comentarista). Olvidamos demasiado que “el que habita en el cielo sonríe” (Salmo 2, 4).
 

La vida en relación

Una vida de relación está inevitablemente cargada de tensiones. La persona inmadura intenta eliminarlas con el enfrentamiento o con la huida; el adulto las supera afrontándolas con humor. El primer comportamiento consigue que la tensión degenere en conflicto; el segundo logra que las dificultades ayuden a crecer. El primero, lo adopta quien quiere; el segundo, solo quien puede (hablando en términos psicológicos, naturalmente).

El arzobispo de Madrid sonríe al papa Benedicto en la JMJ de Madrid.

El arzobispo de Madrid sonríe al papa Benedicto en la JMJ de Madrid.

Es la vieja anécdota: alguien golpea con rabia la puerta de una oficina pública porque necesita un servicio urgente. Al comprobar que está cerrada, pregunta malhumorado al conserje: “Por favor, ¿aquí no trabajan por la tarde?”. Y el conserje responde con aparente ingenuidad: “No, por la tarde no vienen; cuando no trabajan es por la mañana”. En dos segundos ha cerrado todos los caminos. Menos uno: el de la sonrisa.

Más difícil es cuando alguien del grupo se siente humillado ante todos con la sensación de haber hecho solemnemente el ridículo y ve, además, que la cosa no tiene arreglo. Solo el buen humor es capaz de curar la herida antes de que se produzca.

En una celebración litúrgica, un hombre probo leía el pasaje evangélico de Zaqueo. Donde el texto pone aquello de “si he defraudado a alguien le devolveré el cuádruplo”, el lector creyó ver otra palabra y dijo muy serio: “Y si he defraudado a alguien, le devolveré el cuadrúpedo”. Iba a añadir “Palabra de Dios”, pero la asamblea no pudo contener la risa, mientras al pobre lector le salían a la cara todos los colores.

El cura permanecía impasible para contribuir a serenar la situación. Al fin, se dispuso a hablar, sonrió y dijo dirigiéndose al lector por su nombre: “Gracias, Pedro, aunque el arameo no mienta esa palabra, tu traducción tiene más miga de lo que parece, y es seguro que ninguno de nosotros la va a olvidar”. El lector sonrió también y se sintió liberado.

Estoy tratando de insinuar que el humor, así entendido, es todo un carisma, un don para la comunidad, para la familia, para el grupo. Porque no disimula ni elimina ningún problema, pero ayuda a afrontarlos todos con un talante positivo, lo que no tiene precio.

Fue muy celebrada la salida del inolvidable europeísta y gran canciller de Alemania, Konrad Adenauer, en un encuentro con su buen amigo Eugen Gerstenmaier, presidente del Parlamento alemán y gran aficionado a la caza mayor. “¿De dónde viene usted?”, preguntó el gran canciller a su amigo. “De África”. “¿Y qué ha hecho usted allí?”. “Cazar leones”. “Y ¿cuántos ha cazado?”. “Ninguno” (mal trance para un cazador profesional). “Bueno –respondió un Adenauer sonriente–, tratándose de leones, eso es ya mucho”. Lo leí en un artículo de J. Muguerza publicado en una revista de teología. Hay anécdotas que valen por una tesis.
 

Contemplación para alcanzar humor

Curiosamente, la verdadera experiencia contemplativa –que se desarrolla en el silencio– no es ajena a esta manera de ser. Florencio Segura, especialista en Ejercicios ignacianos, hablaba de la “contemplación para alcanzar humor”, muy consciente de lo que significaba para Ignacio la “contemplación para alcanzar amor”, cima de sus Ejercicios.

Una vida humana y cristiana que ha ido madurando en la contemplación aprende a superar con buen humor esos cuatro enemigos del alma que son el escándalo, la frustración, el ridículo y el miedo. Incluso la repugnancia. Sabe mirar amorosamente las llagas de un leproso porque tras ellas descubre al leproso mismo, y en el leproso se encuentra con Cristo a quien ya es un gozo abrazar.

Cuando Camilo de Lellis terminaba la liturgia de limpiar a los enfermos –anota un biógrafo suyo–, más de una vez presentaba a algún hermano melindroso sus manos ‘consagradas’ por aquel servicio exclamando: “El Señor Dios nos dé la gracia de morir con las manos enharinadas con esta santa pasta de la caridad”. Una forma de mirar que arranca de una manera de ser.

No me resisto a resumir unas frases de Teresa de Calcuta, para quien el humor (aunque no mienta la palabra) sería fruto de la alegría, como esta lo es del amor. El parentesco entre esos tres sentimientos lleva muchas veces a identificarlos. Dice Teresa:

La alegría es el fruto normal de un corazón que arde de amor. La alegría es oración; la alegría es fortaleza; la alegría es amor. Da más quien da con alegría. Si estáis alegres, se verá en vuestros ojos. No podréis ocultarlo, porque la alegría es incontenible. La alegría es muy contagiosa. Así que tenéis que procurar desbordar alegría allá donde vayáis. A veces, también es un manto que cubre la vida de sacrificio y de entrega.

La persona que posee este don suele alcanzar cimas elevadas. Es como el sol de una comunidad. Debemos preguntarnos: ¿he sentido verdaderamente la alegría de amar? Por eso no se cansa de repetir algo que llevaba muy dentro: en todo el mundo la gente está hambrienta y sedienta del amor de Dios; satisfacemos ese hambre derramando alegría. El verdadero amor es el que nos causa dolor y, sin embargo, nos proporciona gozo. Y finalmente: jamás sabremos lo mucho que puede hacer una simple sonrisa. Más que un consejo. La santa de Calcuta expresaba así una convicción nacida de la propia experiencia.

Tiene buen humor quien permite aflorar a sus labios la sonrisa que ha germinado dentro. Y, como todo el que sonríe es joven, el buenhumorista de espíritu no envejece jamás. Quizá ni él mismo lo sabe. Como el almendro no advierte que en marzo está anunciando la primavera. La puerta de este ser afortunado será siempre lugar de peregrinación.
 

II. UN PEQUEÑO MUESTRARIO

Llegados aquí, podemos intentar algunas concreciones. No desde el ángulo filosófico del humor, sino desde quien se asoma a ciertas vidas interesado por aprender a iluminar y mejorar la propia.

Si el lector se detiene un momento ante cada una de ellas, tal vez encuentre alguna sorpresa y hasta alguna invitación amistosa a revisar determinadas reacciones personales ante la realidad. El trasfondo en todos los casos será el humor “bueno”, también y sobre todo en personas que no han tenido o no tienen precisamente una vida fácil.

¿Pero es que no existe el mal humor?, preguntará alguno. Pues sí, y podría interesar como contraste, pero de él ya tenemos una exposición permanente en la calle, en el trabajo, tal vez en la propia casa. De todas formas, comenzamos aludiendo a él aunque de modo muy escueto. Y desde esa perspectiva que sabe sonreír amablemente ante quienes lo ven todo con gafas oscuras.
 

El mal humor

Quien carece del sentido de la vista lo ve todo negro. Esto da origen a situaciones llamativas y a veces cómicas. Lo cual se acentúa, sobre todo, cuando lo que a uno le falta no es precisamente el sentido de la vista, sino el sentido de la alegría auténtica.

El psicólogo austríaco Paul Watzlawick (1921-2007), experto en teoría y práctica de la comunicación, tuvo la ocurrencia de demostrarlo gráficamente, sobre todo en el más célebre de sus libros: El arte de amargarse la vida (Herder, 1981) [ver extracto].

El simple título suscitó tal curiosidad en el mundo de la comunicación, que pronto lo convirtió en un best seller. De hecho, fue traducido a más de setenta idiomas. Para entender esta reacción, basta reproducir el párrafo que en pocas líneas condensa las 144 páginas del libro. El párrafo se limita a contar “la historia de un martillo”. Hela aquí:

Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta el martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta la duda: ¿y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Tal vez tenía prisa. Pero quizá la prisa solo era un pretexto, y mi vecino abriga algo contra mi persona. ¿Qué podrá ser? Yo no le he hecho nada; será algo que se habrá metido en su cabeza. Sin duda, si alguien me pidiera una herramienta yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no habrá de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como este le amargan la vida a uno. Y luego puede pensar que debo devolverle el favor… solo porque tiene un martillo. ¡Esto ya es el colmo! Después de este monólogo, nuestro hombre sale precipitado a la casa de su vecino. Toca el timbre. Se abre la puerta. Y antes de que el vecino tenga tiempo u ocasión de decir algo, nuestro protagonista le grita furioso: ¡quédese usted con su martillo, so penco!

Hay caricaturas más fieles que las mejores fotografías.
 

Tetra-amelios

No sé si el adjetivo es válido. Estoy hablando de quienes padecen el síndrome de tetra-amelia, el cual se caracteriza por la carencia de las cuatro extremidades. Pienso, por ejemplo, en el australiano de fama mundial Nick James Vujicic, que nació así el 4 de diciembre de 1982. Su madre, como buena enfermera, sabía muy bien los cuidados que debía adoptar para que el hijo que esperaba naciera en las mejores condiciones. Cuando ella y su esposo se toparon con la realidad, quedaron anonadados, pero, al mismo tiempo, agradecidos, porque, al menos, Nick disfrutaba de buena salud.

En un principio, la discapacidad le impidió acudir a la escuela; luego, cambiaron las normas y pudo integrarse en los centros educativos como un alumno más. Pero, a los ocho años, el comportamiento de sus compañeros le llevó a la depresión y le puso al borde del suicidio. Dos años después, trató de ahogarse en la bañera, pero pensó: “¡No puedo hacer esto a mis padres!”. En ellos encontraba siempre una ayuda que no sabía cómo agradecer.

Porque es verdad que no tenía sus dos manos ni sus dos piernas, sino las cuatro más cuatro de sus padres. Gracias a ellos, comenzó a olvidar sus carencias y a centrarse en sus posibilidades, incluso en aquellas que indirectamente provenían de su misma discapacidad y que no podían disfrutar las personas normales. Sobre todo, la fuerza de su testimonio.

A los 21 años se graduó en el campo de la Contabilidad y la Planificación Financiera, pero enseguida se convirtió en orador motivacional internacional y pudo comprobar lo que impactaban las experiencias y orientaciones de un hombre como él. Su rostro reflejaba la alegría de quien había descubierto su misión y podía dedicarse a ella plenamente en muchos países.

Se independizó económicamente, contrajo matrimonio en febrero de 2012 y tiene un bebé precioso que lo hace feliz. Su primer libro, Sin brazos, sin piernas, sin preocupaciones, ha tenido un gran éxito, lo mismo que su DVD El gran propósito de la vida y su documental Nacido sin extremidades, en el cual expone cómo afronta sus carencias y cómo es su vida en el hogar. Habla en congresos [ver vídeo], en distintos centros educativos y en otras instituciones, religiosas o no.

La organización Life Without Limbs, que fundó en 2005, está comprometida con dar motivación e inspiración a las personas sin extremidades. No oculta lo que significa para él la motivación de la fe cristiana y atribuye a Dios el éxito de sus proyectos y la victoria de sus luchas personales.

Siguientes apartados del Pliego (solo suscriptores):

  • La mujer más fea del mundo
  • Camilo de Lellis
  • Don Bosco
  • J.L.M.D.

Pliego íntegro publicado en el nº 2.899 de Vida Nueva. Del 21 al 27 de junio de 2014

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