La sorprendente vida de Vicente Ferrer

Entrevista inédita de 1968 con el entonces padre jesuita Vicente Ferrer

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LUIS ESPINA CEPEDA (SJ), periodista | La figura de Vicente Ferrer (Barcelona, 1920-Anantapur, 2009) no pasa de moda, mantiene una sorprendente actualidad. El quinto aniversario de su muerte, ocurrida el 19 de junio de 2009, invita ahora a recordar sucintamente su vida, a realizar algunas consideraciones sobre el impresionante impacto mediático alcanzado por su figura histórica, antes y después de su muerte, y a recoger las ideas que alentaron su apasionada y apasionante existencia.

Al morir, Vicente Ferrer había culminado casi 60 años de estancia en la India, con una actividad sorprendente a favor de los más necesitados de aquel país:

  • 1.696 escuelas construidas.
  • 4.978 asociaciones de mujeres con 67.135 miembros.
  • 17 clínicas y hospitales.
  • 30.000 viviendas.
  • 2,8 millones de árboles plantados

Y un largo etcétera. Desde el 23 de febrero de 1952, primero como jesuita y posteriormente como laico muy comprometido, había protagonizado una intensa vida de servicio a los demás. Después de su muerte, el impacto mediático de su figura ha experimentado una notable sobredimensión, particularmente intensa en los medios laicos, no confesionalmente religiosos.

Brinda ocasión para hablar de Vicente Ferrer en el quinto aniversario de su muerte esta entrevista, que tiene una pequeña historia particular. Concedida por Vicente Ferrer en el ya muy lejano y mítico 1968, se ha mantenido hasta ahora intocada e inédita, por estar destinada a ser incluida en un libro que no llegó nunca materializarse y a tomar cuerpo.

La entrevista, por la naturalidad con la que se expresa el entrevistado y por el interés intemporal de las ideas que en ella vierte, mantiene su vigor y su frescura y posibilita un importante acercamiento a la figura todavía actual de Vicente Ferrer.

La entrevista fue realizada en Madrid, en la bien instalada casa de unos amigos suyos donde se estaba hospedando, con ocasión de una expulsión de la India que Vicente Ferrer sufrió en el año 1968. La circunstancia no era del todo reconocida por el Gobierno indio, pues la entonces primera ministra del país, Indira Gandhi, intentó en aquellos días justificar la expulsión de Vicente Ferrer presentándola como “unas cortas vacaciones, después de las cuales será bien recibido otra vez en la India”.

En realidad, Vicente Ferrer tuvo que permanecer casi un año en España y, al volver a la India, se vio obligado a cambiar el emplazamiento de su actividad, pues no le admitieron en Manmad, en el Estado de Maharashtra, donde había trabajado anteriormente, y tuvo que volver a empezar su tarea humanitaria; se vio obligado a reiniciar su labor en otra zona pobrísima del país, Anantapur, donde su obra se multiplicó muchísimo y donde, finalmente, sería enterrado hace ahora cinco años, en 2009.

Las ideas del todavía entonces padre Vicente Ferrer están expuestas con mucho calor y viveza, de forma comprometida, usando un lenguaje muy coloquial, pero no desconociendo que la conversación podía hacerse pública, pues se realizó delante de un magnetofón puesto en marcha.

Vicente y Anne.

Vicente y Anne.

Por otra parte, la entrevista tiene un interés adicional para llegar al fondo del conocimiento de la figura de Vicente Ferrer, pues está hecha muy poco tiempo antes de que él abandonase su condición de jesuita y el mismo sacerdocio católico. A los pocos meses de su vuelta desde Madrid a la India –concretamente, en mayo de 1970–, Vicente Ferrer abandonó la Compañía de Jesús y se casó con una periodista inglesa –Anne Perry– que hasta entonces había sido su secretaria.

Otra razón por la que todavía resulta oportuna la publicación de esta entrevista –tal como fue entonces redactada, sin retoques– no es solo porque posibilita un conocimiento privilegiado de la siempre enigmática personalidad de Vicente Ferrer, sino porque plantea en la actualidad la problemática de si su figura hubiese resultado igualmente mediática si él hubiese permanecido como jesuita y dentro del sacerdocio.

En 2010, por cuarta vez, Vicente Ferrer fue presentado como candidato al Premio Nobel de la Paz. Apoyaron directa y expresamente su candidatura el gobierno español, entonces del PSOE, a través del que era ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos; los expresidentes de España y Chile, Felipe González y Ricardo Lagos, respectivamente; personajes populares tan diversos como el cocinero Ferrán Adrià o el expresidente de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza; también vino a sumarse el Partido Popular; se llegaron a conseguir 80.000 adhesiones personales, a través de Facebook…

Anteriormente, en 1998, ya se le había concedido el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia [ver vídeo].

Cuando murió en 2009, su funeral español se celebró en Barcelona, y a él asistió la entonces vicepresidenta del Gobierno español y el presidente de la Generalitat catalana. La presencia en los medios de comunicación, particularmente en los de signo más progresista, antes y después de su muerte, ha sido constante y hasta apabullante [ver reportaje en Time de 1969]. Curiosamente, en los medios confesionalmente católicos su presencia ha resultado, durante todo este tiempo, mucho más modesta y reducida, menos entusiasta. La lectura de este fenómeno requiere también alguna interpretación. En 2013, TVE produjo la película homónima sobre la vida de Ferrer.

La Fundación Vicente Ferrer, constituida en el año 1970 en la India y en 1996 en España, con 758.000 “resultados” a la llamada de Google, canaliza actualmente la opinión y las ayudas para la actividad solidaria de Vicente Ferrer, que con esta institución pretende consolidar el presente y el futuro de la actuación de su fundador. El lema de esta fundación, con terminología ya solo laica, es ahora Transformar la sociedad en humanidad.

Recientemente, la Fundación Pons de Madrid ha inaugurado la exposición Miradas de Anantapur con el objetivo de recaudar fondos para la Fundación Ferrer. En la presentación de la iniciativa estuvo también el periodista y escritor Manuel Rivas, autor del libro Rumbo a las Estrellas, con dificultades (RBA, 2013) que aporta una perspectiva sobre la vida de Ferrer a través de los testimonios de la gente que le conoció en India.

 

Introducción

Yo he consagrado mi vida al pueblo de la India. Sirvo a la humanidad en este país. Por lo tanto, mi objetivo inmediato ha sido siempre el contribuir, aunque en forma reducida, a la grandeza de la India, representada por mis hermanos los campesinos que sufren y padecen por todos nosotros. Esta es la razón por la que deseo realmente vivir y morir en la India, junto con mis hermanos. (De un escrito de Vicente Ferrer)

He hablado con el padre Ferrer cuando él se encontraba en olor de multitudes. Recién llegado de la India, obligado a pasar unas “vacaciones” en España, ha acaparado la atención de la prensa, de las emisoras de radio y de la televisión. Por estos días, los grandes periódicos nacionales han dado su foto en primera página. Todo el mundo ha oído hablar del padre Ferrer y todo el mundo tiene al menos una vaporosa idea de sus trabajos en la India. Se ha convertido en un personaje popular, en un “famoso”.

El tributo de la popularidad es el desasosiego, la lata del teléfono siempre sonando, la cola de periodistas a sus puertas. Refugiado en el piso madrileño de unos amigos, no consigue quedarse tranquilo y ahuyentar la ola de ajena curiosidad sobre su persona.

La figura del padre Ferrer interesa al gran público por ser un misionero “expulsado” de la India –vacaciones forzosas–, tras muchos dimes y diretes; por los miles de pozos que dicen que allí ha alumbrado para los campesinos indios; por haber sido recibido en audiencia privada por la primer ministro, Indira Gandhi; por haber sido objeto, aquí en España, de cinco de los populares programas radiofónicos Ustedes, son Formidables (o Los Formidables, se emitía los miércoles por la noche en Cadena SER, de 1960 a 1977); porque es original en su atuendo, y se presenta en España con camisa de verano y sandalias sin calcetines; porque toda esta fachada externa está respaldada por una personalidad interesante.

En apariencia, su historial es el de un jesuita bastante ordinario. Nacido en Barcelona, hijo de padres valencianos, ingresa en la Compañía de Jesús a los 24 años, en aquella etapa inmediatamente posterior a la guerra española en la que las vocaciones florecieron abundantemente. Sus estudios son los normales de los jesuitas. Marcha a la India, al terminar sus años de Filosofía. Allí cursa la Teología y comienza a trabajar: se convierte en el “misionero” que hoy es y con el que a mí me ha interesado hablar.

En esta conversación he llegado un poco más hondo que otros reporteros estos días y he intentado descubrir qué piensa él del jesuita, del misionero y del sacerdote. Para ello le he preguntado también un poco por su labor en la India, por su curioso y revolucionario trabajo allí, encarnación física de los tres conceptos anteriores.

Sobre todo esto, el padre Ferrer responde con pausa, calentándose y poniendo énfasis en ocasiones, cruzando las piernas o apoyando los pies descalzos sin sandalias sobre los elegantes sillones dieciochescos de la amplia sala del piso en el que hablamos. Nos hallamos cerca de la Plaza de la Cibeles y, durante la larga conversación, suena con frecuencia el carrillón del reloj del Palacio de Comunicaciones.
 

Jesuita

PREGUNTA: Si recuerda después de tanto tiempo, ¿por qué se le ocurrió a usted entrar en la Compañía de Jesús? ¿Qué le movió a ello?

RESPUESTA: Entré en la Compañía porque, en aquel tiempo, me pareció que era lo más grande que se podía hacer en el terreno de la dedicación a los demás.

P: ¿Por qué le parecía esto así? ¿Estudió el bachillerato en un colegio de jesuitas?

R: No, yo tuve el privilegio de vivir entre la masa de la humanidad.

P: Bueno, ¿y la Compañía?

R: No digo yo que sea mejor o peor. Pero es una experiencia muy sana el vivir así, en un medio cosmopolita, sometido a diversas ideas y corrientes.

P: Sí, y significa, además, algo el que usted insista ahora en ello. Pero, ¿cómo conoció entonces a la Compañía?

R: Bueno, uno la conoce por los estudios que tiene, por lo que ha oído, por la historia… Y como la Compañía tiene fama de…, ¿no?

P: Sí, pero conocería, además, a algún jesuita en concreto.

R: No. Entré por las buenas, sin conocer a ningún jesuita en concreto. Solo por la imagen que tenía de la Compañía como lo más esforzado, lo más dedicado a los demás.

P: Bien, pero me imagino,que aquellas motivaciones que tuvo entonces para ingresar en la Compañía de Jesús habrán cambiado bastante ahora. Que lo que entonces le movió a entrar no será lo mismo que ahora le mantiene en ella.

R: Pues sí. Lo básico de entonces no ha cambiado nada. Si se puede hablar de vocación, esta es sencillamente la dedicación total de una persona a una causa. La forma posterior de concretar esta dedicación puede ser diversa, puede cambiar también con el tiempo. Pero la Compañía era, y sigue siendo, el medio de encarnar la acción mía en el mundo.
 

En la India

P: Ya, al entrar en la Compañía, ¿pensaba en irse a las misiones?

R: No de una manera concreta. Luego ya sí. Dentro de lo que me movía a ser jesuita, el ir a misiones me parecía que era lo más esforzado.

P: Y en la India, ¿cuándo pensó?

R: Al terminar mis tres años de Filosofía, pidieron voluntarios y me ofrecí. En aquella ocasión no me enviaron, porque querían gente más joven. Yo, por haber estudiado Derecho antes de ser jesuita, era algo mayor que mis compañeros. Pero, al año siguiente, tras pasar un curso como profesor aquí en España, ya me enviaron para la India.

P: Ya en la India y sacerdote, ¿dónde comenzó a trabajar?

R: En el mismo sitio en el que he estado hasta ahora. En Manmad, estado de Maharashtra. Esto cae en el centro de la India, hacia el oeste, junto al Océano Índico.

P: Su trabajo en la India se ha hecho ahora famoso. Pero, ¿cómo comenzó entonces?

R: Hice lo normal en toda misión.

P: ¿A qué llama usted “lo normal”? Un misionero compañero suyo, buen conocedor de todo aquello, me ha dicho que usted fue enviado a Manmad, “tirado como una colilla”, que no tenía ni cinco céntimos; que pidió dinero para una motocicleta y no se lo dieron, siendo así que padecía una doble hernia.

R: Que estuve un año andando por campos y aldeas sin una bicicleta siquiera, sí es cierto. Luego comencé a atender las necesidades de aquella gente. Comencé por lo cultural. Puse boardings, ¿cómo se llama esto en castellano?

P: Pensiones, internados, residencias…

R: Eso, residencias para los que tenían que ir a estudiar a otros centros. Luego, nosotros mismos pusimos los centros y las escuelas. De ahí pasamos a los servicios médicos, tan imprescindibles. Y terminamos en el desarrollo económico. Había que atender todas las necesidades básicas que se presentaban. Comenzamos así el desarrollo económico de la zona.

P: ¿Con fórmulas de “desarrollo comunitario”? Supongo que conocerá este método. Yo no soy técnico, pero una vez tuve que asistir a una semana de estudios sobre esto. La fórmula es no desarrollar desde fuera, sino hacer que la gente misma se vaya desarrollando. Su fórmula principal es la huida del paternalismo. No hay que dar limosnas, sino convertir a la gente en responsable de sus derechos y hacerla consciente de sus obligaciones.

R: Sí, algo de esto, pero no creo que lo nuestro coincida. Nosotros entramos en ese área como una fuerza de choque, como una fuerza de emergencia para solucionar problemas inmediatos. El desarrollo comunitario quizás sea algo más estudiado.

Bueno, nosotros hemos procurado hacer lo mejor en una situación determinada. Una cosa es la teoría, la planificación…, y otra encontrar gente que no tiene qué comer y que exige que se haga algo inmediato.

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El problema nuestro allí es que la tierra no daba lo suficiente para comer. Sin ser expertos en agricultura, nuestro trabajo se lanzó a hacer fértiles las tierras, a convertir en regadío los terrenos de secano. La fórmula era sencilla.

P: ¿Quién hace estas tareas?

R: Nosotros. Cogemos a una familia: para ella sola, alumbrar un pozo es un trabajo casi insuperable, por los sondeos, puesta de dinamita, acarreo de tierras, etc., etc. Nosotros le ayudamos, le hacemos el trabajo con nuestras máquinas y la familia sube ya por sí sola.

P: Habla usted siempre de “nosotros”, ¿a qué se refiere con este plural?

R: ¡Cualquiera hace historia! Sería interesantísimo. Más emocionante que las películas de James Bond… Cada día, cada año, yo pensaba que lo anterior no iba a ser superado, y siempre venía un acontecimiento más gordo que achicaba lo anterior.

Siguientes apartados del Pliego (solo suscriptores):

  • Misionero
  • Sacerdote

 

Pliego íntegro publicado en el nº 2.898 de Vida Nueva. Del 14 al 20 de junio de 2014

  • El testimonio de Vicente Ferrer:

Video provided by Fundación Vicente Ferrer

© Fundación Vicente Ferrer
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  • Película sobre la vida de Vicente Ferrer:

RTVE.es

 

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