El Mundial que todos perderemos

Los obispos brasileños denuncian que este macroevento deja un país con más desigualdad

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MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | En Brasil, el balón ya ha echado a rodar. Pero, mientras el planeta entero sigue con pasión el día a día del Mundial de Fútbol, que se celebra del 13 de junio al 13 de julio, la Iglesia permanecerá muy atenta al desarrollo de otro “partido” que se juega de un modo paralelo: el de la dignidad humana.

Así, la Comisión Episcopal de Pastoral para el Servicio de la Caridad, la Justicia y la Paz, ligada a la Pastoral del Turismo del Episcopado brasileño, ha impulsado la campaña Copa del Mundo, dignidad y paz, por la que han distribuido un folleto que se repartirá todos estos días en las doce sedes del campeonato.

Con un carácter eminentemente didáctico, el sencillo documento consta de un editorial y de tres apartados, cada uno con un enfoque propio. En el texto principal (que incluye parte del mensaje que la Conferencia Episcopal publicó el 21 de marzo de cara a este evento deportivo), tras un inicio en el que destacan el “valor especial del deporte y la vida saludable” y “la alegría con la que la mayoría de los brasileños aguardan la Copa del Mundo”, los obispos advierten con severidad:

El éxito del Mundial no se medirá por los valores que inyectará en la economía local o por las ganancias que proporcionará a sus patrocinadores. Su éxito estará en la garantía de la seguridad para todos sin el uso de la violencia, en el respeto al derecho de las pacíficas manifestaciones en la calle, en la creación de mecanismos que impidan el trabajo esclavo, el tráfico humano y la explotación sexual, sobre todo, de personas socialmente vulnerables, y combatan eficazmente el racismo y la violencia.

En la parte de atrás del folleto, de un modo esquemático, se reproducen tres bloques que interpelan directamente al Gobierno de Brasil, a la sociedad local y a todos los asistentes a los campos de fútbol que provienen en estos días del extranjero.

Bajo el epígrafe Tarjeta roja, en alusión al modo con el que los árbitros expulsan a los jugadores del terreno de juego, denuncian situaciones que les producen “preocupación”. Entre ellas:

La exclusión de millones de ciudadanos al derecho a la información y a la participación en los procesos decisorios sobre las obras que fueron realizadas para la Copa (…)
La expulsión de familias y comunidades para la construcción de los estadios (…)
La profundización en las desigualdades urbanas y en la degradación ambiental (…)
La apropiación del deporte por entidades privadas y grandes corporaciones (…)
El desprecio sistemático a la legislación y al derecho ambiental, del trabajador y del consumidor (…)
El invertir las prioridades en el empleo del dinero público, que debería servir, primeramente, para la sanidad, la educación, el saneamiento básico, el transporte y la seguridad (…)
La instauración progresiva de una institucionalización del exceso.

En los otros dos bloques, los obispos retoman todos estos problemas enfocándolos como retos para el conjunto de la sociedad y ofreciendo propuestas concretas para su solución.

Entre ellas, “como Iglesia”, se comprometen a “acompañar a las poblaciones vulnerables” o a “participar de los esfuerzos por la concienciación de los que nos visitan para que no practiquen el turismo sexual”.
 

La Iglesia acoge a los expulsados

Además de la fuerza de la palabra, la Iglesia brasileña ofrece el testimonio de la acción directa. Así, en coherencia con sus denuncias de que se está desalojando a familias y comunidades de los lugares más visibles en las sedes del Mundial, acogen al mayor número de afectados posibles.

Como recoge la agencia Apic, es el caso de 300 personas que se han visto obligadas a instalarse en una iglesia de Río de Janeiro, ubicadas allí por la mediación del arzobispado. La institución eclesial ha explicado que estas personas vivían en el barrio norteño de Jacarezinho, pero que la avaricia de sus caseros, que quieren utilizar esas viviendas para alquilarlas por precios mucho mayores en las semanas del Mundial, hizo que la policía expulsara por la fuerza a sus habituales moradores.

Un síntoma, denuncian en la Iglesia, de lo que está ocurriendo en la sociedad brasileña con motivo de este macroevento deportivo… Y de lo que se avecina ante los Juegos Olímpicos de 2016.

En el nº 2.898 de Vida Nueva

 

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