Caridad con discernimiento

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“No necesitamos ocultar nuestra identidad cristiana para
ser eficaces y servir a los pobres…”

Los informes que periódicamente nos ofrece Cáritas sobre la acción caritativa y social de la Iglesia pueden sorprender a algunos pocos. En esto conocerán que sois discípulos míos, en el amor que haya en vuestro corazón y en vuestras manos para ayudar a los necesitados. Así que ya no hay sorpresa alguna: son cristianos y esta es su forma de cumplir el mandamiento nuevo del Señor.

No se trata de altruismo y simple beneficencia, sino de reconocer en el desvalido la carne viva y sufriente de Jesucristo, como nos dice el Papa. Por tanto, acercarse a los pobres como lo más querido de Jesús. No son “los marginados”, ni “la tercera edad”, ni los “ludópatas”… No son un título, sino unos hombres y mujeres concretos a los que ayudar con eficacia, sin menoscabar en lo más mínimo su propia dignidad humana.

Santo Tomás de Villanueva, por Murillo (1668).

Santo Tomás de Villanueva, por Murillo (1668).

Habrá que tener una gran sensibilidad para captar la verdadera necesidad de los hombres. No consiste en hacer lo que a nosotros nos guste, sino lo que ellos necesitan. Estar atentos a las nuevas formas de insolidaridad, a la evasión o el adormecimiento de la conciencia, buscando coartadas y equívocos razonamientos sobre quién ha de recaer la responsabilidad. Es dejar de ayudar al que está lejos, porque hay mucha necesidad cerca. Cerrar la puerta al extranjero, porque hay poco sitio para los que ya estamos aquí. Buscar culpables, más que acudir con remedios…

Emprender nuevas formas de ayuda, descubriendo los vacíos y carencias a los que no se llega desde otras instancias. No se trata de subirse al estrado de lo vistoso, sino de acudir en remedio de quien necesita ayuda, aunque su problema no venda en imagen. De los pobres no se presume, se les sirve.

Una abierta y decidida opción por la caridad cristiana, es decir, que arranca de la fe, que en ella tiene su fundamento, que en ella damos testimonio de nuestro amor a Jesucristo. No necesitamos ocultar nuestra identidad cristiana para ser eficaces y servir a los pobres. Lo hacemos con una constante referencia al Evangelio y a los comportamientos de Jesucristo. El amor fraterno tiene en Jesucristo su razón de ser. Queremos hacer lo que hizo Jesucristo: servidor de los pobres y salvador de todos.

El derecho de cada hombre a vivir con la dignidad que le corresponde no puede ser ni negociable ni siempre artículo de una declaración de derechos fundamentales. Ayudar al hombre a ser lo que debe ser y a vivir como tal es obligación compartida de todos. Hacer que donde termine la justicia siga avanzando la caridad. El amor no se cansa, ni termina, pero ha de apoyarse sobre la base de los derechos que a los hombres les corresponden. Una caridad sin justicia sería un amor falso, paternalista, evasivo. La justicia, sin amor fraterno, tiene un campo de acción muy limitado.

El ejercicio de la caridad posee una inexcusable función educadora, pues hace comprender la dignidad de la persona y la urgencia de poner en práctica el ejemplo de Jesús. De ello resulta necesario el promover una verdadera formación para la caridad, bien programada, sistemática, con verdadero contenido catequético, positiva, liberadora…

En el nº 2.898 de Vida Nueva

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