Una postura equilibrada entre posiciones antagónicas

Entrevista con Marceliano Arranz, exrector de la UPSA, sobre el carácter de las universidades católicas

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FRAN OTERO | Marceliano Arranz sabe de lo que habla cuando lo hace de la universidad católica. De hecho, el religioso de la Orden de San Agustín y exrector de la UPSA cree que la universidad católica afronta retos que, a primera vista, “se antojan irreconciliables” y, por eso, añade que es fundamental hoy encontrar una postura equilibrada entre posiciones antagónicas.

En primer lugar, entre la identidad confesional y la apertura social:

Las universidades católicas deberían abrir sus puertas a toda clase de alumnos, incluso a los que no comparten sus ideales, con tal de que estén dispuestos a respetarlos. Oponerse a ello sería como renunciar al mandato evangélico de predicar a todos los hombres. Además, no parece una estrategia muy eficaz dedicar nuestra predicación a quienes ya están convencidos de lo que decimos. Por lo tanto, no parece rentable, y ni siquiera cristiano, que las universidades católicas reserven sus plazas solo para alumnos que participan de sus creencias. Ahora bien, llevar a cabo esta tarea sin poner en peligro la identidad es algo extremadamente difícil, ya que si es conveniente evitar el adoctrinamiento, también parece prudente alejarse de neutralidades tan respetuosas como estériles.

En este sentido, cree que los centros católicos están obligados a garantizar a sus alumnos una buena capacitación profesional, sin olvidar en ningún momento el cultivo y promoción de los valores morales y religiosos. “La mayor parte de las universidades católicas están perfectamente capacitadas para asumir las buenas prácticas académicas que se exigen, pero, inmersas en una sociedad en la que ya no se comparten ideales y creencias, se enfrentan al grave problema de garantizar la docencia en valores”, añade a Vida Nueva a través de un escrito.

Otros retos son cómo conjugar la excelencia académica, “nota distintiva de la universidad católica”, y la financiación. Sobre esta última, afirma:

He podido constatar que casi todas las universidades católicas del mundo comparten este problema, ya que prácticamente todas carecen de ayudas públicas o benefactores suficientemente generosos. Y esto hace que acaben utilizando las mismas estrategias de financiación que las universidades privadas con ánimo de lucro, cargar el coste de la excelencia académica en el precio de las matrículas. Esta estrategia acaba por convertirlas en universidades reservadas a las élites económicas, ya que solo son asequibles para los alumnos que no dispongan de medios económicos suficientes.

Finalmente, Arranz apuesta por encontrar “el justo equilibrio” entre tradición y novedad, superando las distintas posturas: todo lo nuevo es mejor o todo debería seguir igual. “Quizá sea el momento –apunta– de hacer sosegada y constructiva autocrítica del pasado y establecer los mojones por los que ha de discurrir nuestro camino durante los próximos años”.

No se olvida de hacer unas sugerencias prácticas para ir por el buen camino: originalidad y creatividad, ser consecuentes con lo que se enseña, evitar la queja constante, dejar de añorar el pasado y adaptarse a unas posibilidades limitadas.

“Como en la Atenas de san Pablo, también hoy continúan erigiéndose altares al Dios desconocido. Un Dios ausente al que, en el fondo, todos añoramos. Cada vez estoy más convencido de que, cuando los valores espirituales dejan de inspirar a una sociedad, el progreso material se convierte en una especie de fachada que enmascara el vacío de la existencia y hace imposible la felicidad”.

“Puede que algún día consigamos duplicar o triplicar la rentabilidad de nuestras fábricas y campos o la duración de la vida humana. Pero si mientras tanto no somos capaces de dar un sentido y una meta a la existencia, corremos el riesgo de vivir aburridos, deprimidos o de mal humor, durante más tiempo que ahora”, concluye el agustino.

En el nº 2.897 de Vida Nueva

 

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