Tiempo de Pascua

Fernando Sebastián, cardenal arzobispo eméritoFERNANDO SEBASTIÁN | Cardenal arzobispo emérito

“El comentario y la meditación del evangelio en este tiempo de Pascua nos piden centrarnos en lo que es la substancia permanente del cristianismo…”.

Los cincuenta días del tiempo pascual han tenido que ser suficientes para centrarnos en lo fundamental del cristianismo. En nuestra Iglesia tenemos demasiado follaje. Es posible que las muchas cosas secundarias nos estén ocultando lo fundamental.

Como consecuencia de la larga historia vamos arrastrando muchas cosas secundarias, asociaciones, devociones, celebraciones, en las que concretamos nuestra práctica cristiana; y con eso nos olvidamos de lo fundamental, la formación, la fe, la conversión, la obediencia a Dios y la coherencia de vida con los mandatos de Jesús en el evangelio.

El comentario y la meditación del evangelio en este tiempo de Pascua nos piden centrarnos en lo que es la substancia permanente del cristianismo, lo que verdaderamente nos salva y nos cambia la vida.
Del tiempo pascual podemos sacar estas conclusiones. Ser cristiano es:

  • 1º Creer en Cristo resucitado, vivir con El, compartir con El todas las circunstancias de nuestra vida.
  • 2º Tratar de programar nuestra vida desde esta comunión espiritual con Cristo resucitado que es la fe: ¿cómo quiere Cristo que trate a esta persona, que actúe con este amigo o en mi trabajo, cómo quiere El que emplee este dinero? Ser cristiano es vivir la vida de la tierra desde la perspectiva del cielo.
  • 3º Vivir en comunión con Cristo resucitado que nos da su Espíritu y ejercitar intensamente el amor al prójimo, en la familia, con las amistades y en todo el ámbito de nuestras relaciones y actividades.

Y todo esto desde dentro de la familia espiritual que formamos los discípulos y amigos de Jesús. Esta es la verdad y la eficacia de nuestro bautismo y de la eucaristía, celebrada, rezada y vivida.

Vivir unidos espiritualmente a Jesús resucitado, recibir su Espíritu para estar a gusto con Dios como hijos suyos que somos y amar de verdad a nuestros hermanos. Andaríamos mejor con menos florituras y más autenticidad.

En el nº 2.897 de Vida Nueva

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