La falta de unidad, un “escándalo mayor que la herejía”

Enérgica advertencia del Papa al Episcopado italiano sobre las “tentaciones” pastorales

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ANTONIO PELAYO (ROMA) | El papa Francisco prepara con minuciosidad su visita pastoral a Tierra Santa: relee y corrige sus discursos, estudia la agenda oficial –y la menos oficial, que también la hay–, consulta detalles con sus colaboradores de la Secretaría de Estado y del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, recibe sugerencias de algunos de sus viejos amigos judíos y musulmanes… Y reza, reza para que todo salga como Dios quiera.

Disponer del máximo tiempo para esta preparación fue la única razón por la que suspendió su anunciada visita al Santuario del Divino Amor, cercano a Roma, el domingo 18 de mayo por la tarde. Como van a ser tres días con un calendario apretadísimo, su equipo médico le ha aconsejado que ahorre energías, pero no parece que preste mucha atención a sus consejos, a la vista de sus actividades en estas últimas jornadas previas al viaje.

El jueves 15 de mayo, a las diez y media de la mañana, se celebró en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano la presentación de las cartas credenciales de los embajadores de Suiza, Liberia, Etiopía, Sudán, Jamaica, Sudáfrica e India. Todos estos diplomáticos desempeñan simultáneamente sus funciones en otros países –Francia, Suiza, Inglaterra…–, en cuyas capitales residen, y solo vienen a Roma algunas veces al año.

El Papa, que estaba acompañado por el Secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, les dirigió a todos un discurso cuyo tema central fue la paz; “palabra –dijo– que resume los bienes a los que aspiran todas las personas y las sociedades humanas. (…) Todos hablan de paz, todos declaran quererla, pero, sin embargo, la proliferación de armamentos de todo tipo va en sentido contrario. El comercio de armas produce el efecto de complicar y alejar la solución de los conflictos, tanto más cuando en gran parte se lleva a cabo fuera de la legalidad”.
 

Migraciones forzosas

Otro desafío a la paz –dijo en la segunda parte de su discurso–, que está a la vista de todos y que, sin embargo, asume en ciertas regiones y en ciertos momentos el carácter de una auténtica y verdadera tragedia humana, es el de las migraciones forzosas. Se trata de un fenómeno muy complejo y hay que reconocer que se están haciendo esfuerzos notables por parte de las organizaciones internacionales, de los estados, de las fuerzas sociales, así como de las comunidades religiosas y del voluntariado para intentar responder de manera civil y organizada a los aspectos más críticos, a las emergencias, a las situaciones de mayor necesidad. Pero también aquí nos damos cuenta de que no podemos limitarnos a intervenir en las emergencias.

El fenómeno ya se ha manifestado en toda su amplitud y en su carácter, diríamos, epocal. Ha llegado el momento de afrontarlo con una mirada política seria y responsable, que nos implique a todos los niveles: global, continental, de las macro-regiones, de las relaciones entre las naciones, hasta el nivel nacional y local”.

El fenómeno de las migraciones forzosas –añadió– está estrechamente ligado a los conflictos y a las guerras y, por lo tanto, al problema de la proliferación de armas del que antes hablaba. Son heridas de un mundo que es el nuestro, en el que Dios nos ha puesto a vivir hoy y que nos llama a ser responsables de nuestros hermanos y de nuestras hermanas, para que ningún ser humano se vea violado en su dignidad. Sería una absurda contradicción hablar de paz, negociar la paz y, al mismo tiempo, promover y permitir el comercio de armas. Podríamos incluso pensar que sería una actitud en cierto sentido cínica proclamar los derechos humanos y, contemporáneamente, ignorar o no hacerse cargo de los hombres y mujeres que, obligados a dejar su tierra, mueren en el intento o no son acogidos por la solidaridad internacional.

Un día antes, desde Amán, la capital de Jordania, que Francisco visitará el próximo 24 de mayo y donde se encontrará con un grupo de refugiados sirios, se lanzó un llamamiento a la solidaridad mundial como conclusión de un seminario organizado conjuntamente por el Instituto Real para los Estudios Interreligiosos, que preside el príncipe El Hassan bin Talal, y el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, cuyo presidente es el cardenal Jean-Louis Tauran.

Entre otras conclusiones, los ponentes de este simposio han acordado que “la solución pacífica de los conflictos actuales, el desarraigo de la pobreza y la promoción de la dimensión espiritual y moral de la vida son los desafíos más urgentes”, y que “la religión no es la causa de los conflictos, sino solo la falta de humanidad y la ignorancia”.

Precisamente, el Pontificio Consejo ha cumplido cincuenta años desde su fundación por Pablo VI el 19 de mayo de 1964 (entonces se llamaba Secretariado para los No Cristianos), y lo ha celebrado con una conferencia sobre el tema, titulada 50 años al servicio del diálogo interreligioso, en la que intervinieron Tauran y el secretario del dicasterio, el misionero español Miguel Ángel Ayuso. También se presentó un volumen sobre este medio siglo de servicio a un fructífero diálogo entre las grandes religiones de la tierra.

Por otro lado, a lo largo del año, el Pontífice recibe a diversos episcopados del mundo –estos días, por ejemplo, ha estado con los de México– en visita ad limina y suele dirigirles un discurso. Es lógico que con los obispos italianos la proximidad sea mayor, pero nunca antes se había producido el hecho de que el Papa presidiera la apertura de una de sus asambleas plenarias. Lo hizo el lunes 19 por la tarde; los 250 obispos que componen la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) se apiñaban en el Aula del Sínodo, pero seguramente no se esperaban un discurso tan exigente como el que les dirigió Bergoglio y que escucharon –según me confesó uno de ellos– “con un silencio que impresionaba”.

El Santo Padre articuló su discurso (media hora tardó en leeerlo) sobre tres ejes:

  • Pastores de una Iglesia del Resucitado.
  • Pastores de una Iglesia que es Cuerpo del Señor.
  • Pastores de una Iglesia que es anticipo y promesa del Reino.

Todo podría haber quedado en una honda reflexión teológica si el Papa no hubiese enumerado las “tentaciones” que acechan a los pastores. Les dijo:

Son legión y van desde la tibieza, que desemboca en la mediocridad, hasta la búsqueda de una vida sosegada que esquiva renuncias y sacrificio. Es tentación la prisa pastoral, al mismo tiempo que su hermanastra, la apatía, que lleva a la impaciencia, como si todo no fuese más que un peso. Tentación es la presunción de quien se ilusiona por poder contar solo con sus propias fuerzas, con la abundancia de recursos y estructuras, con las estrategias organizativas que sabe poner en juego. Tentación es instalarse en la tristeza que, mientras apaga toda expectativa y creatividad, los deja insatisfechos y, por lo tanto, incapaces de entrar en la vida de nuestras gentes y de comprenderla a la luz de la mañana de Pascua.

 

Encarnados en la comunidad

En el segundo apartado, Bergoglio invocó unas palabras de Pablo VI dirigidas a la CEI en abril de 1964, en las que el papa Montini llamaba a la unidad (el discurso en cuestión, que definió como “una joya”, fue distribuido a todos los presentes).

“La falta o la pobreza de comunión –expuso a este propósito– constituye el escándalo más grave, mayor que la herejía, que mancha el rostro del Señor y lacera a su Iglesia. Nada justifica la división; mejor ceder, mejor renunciar que lacerar la túnica y escandalizar al pueblo santo de Dios. (…) Por eso, como pastores, debemos evitar las tentaciones que nos desfiguran: la gestión personalista del tiempo, como si pudiese ser un bienestar que prescindiese del de nuestras comunidades; las habladurías, las medias verdades que se convierten en mentiras, la letanía de lamentaciones que traduce íntimas desilusiones, la dureza de quien juzga sin involucrarse y el laxismo de cuantos condescienden sin hacerse cargo del otro.

Aún más: el consumirse de los celos, la ceguera provocada por la envidia, la ambición que genera corrientes, camarillas, sectarismo. Y después el replegarse, que va a buscar en las formas del pasado las seguridades perdidas; y la pretensión de cuantos quisieran defender la unidad negando la diversidad, humillando así los dones con los que Dios continúa rejuveneciendo y embelleciendo a su Iglesia”.

Un último capítulo de estas tentaciones episcopales lo expuso así:

Se expresan con la distinción que a veces aceptamos hacer entre ‘los nuestros’ y ‘los otros’; en la cerrazón de quien está convencido de ya tener bastante con los problemas propios como para tener que ocuparse también de la injusticia que es causa de los de los otros; en la espera estéril de quien no sale del propio recinto y no atraviesa la plaza, sino que permanece sentado a los pies del campanario, dejando que el mundo siga por sus caminos.

 

Solidaridad creativa

A la hora de indicarles los espacios en los que deben estar presentes los pastores, les señaló este: “Un espacio que hoy no es posible ignorar es la sala de espera de los desocupados, de los precarios, donde el drama de quien no sabe cómo llevar el pan a casa se encuentra con el del que no sabe cómo sacar adelante su empresa. Es una emergencia histórica que interpela la responsabilidad de todos: como Iglesia, ayudemos a no caer en el catastrofismo y en la resignación, sosteniendo con todas las formas de la solidaridad creativa la fatiga de quienes, en el trabajo, se sienten privados de dignidad. Por fin, la chalupa que hay que bajar es el abrazo que acoge a los emigrantes; huyen de la intolerancia, de la persecución, de la falta de futuro. Que nadie mire hacia otro lado”.

Después de este fulminante discurso, el Papa quiso abrir el diálogo (“que cada uno diga lo que siente a la cara de los hermanos”, les animó), pero de ese debate no se ha filtrado nada; probablemente, porque los obispos estaban anonadados.

Ese mismo lunes –¡vaya día!–, el director de la Agencia de Información Financiera de la Santa Sede, el suizo-alemán René Brühlart, presentó en la Sala de Prensa de la Santa Sede el informe anual de este organismo, al que el papa Francisco ha confiado la nada fácil tarea de controlar todas las actividades financieras de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano.

El informe ocupa 80 páginas, de las cuales solo las 20 primeras abordan las actividades de la AIF; el resto contienen los diversos Motu proprio con los que el Santo Padre ha configurado esta institución, exigida por la comunidad internacional. “En 2013 –explicó Brühlart– hemos dados pasos decisivos para mejorar los instrumentos legales y para hacerlos al mismo tiempo efectivamente operativos”.

Como prueba, adujo que, el pasado año, el número de señalaciones sospechosas había sido de 202 (en 2012 se registraron solo seis) y que, durante el mismo período, se habían recibido 53 peticiones aclaratorias por parte de autoridades financieras extranjeras. “En el primer trimestre del 2014 –se indica en el comunicado– se ha llevado a cabo la primera inspección in situ del Instituto para las Obras de Religión (IOR), para verificar la puesta en marcha de las medidas establecidas con el fin de prevenir y evitar el reciclaje de dinero y la financiación del terrorismo”.

En el tiempo dedicado a las preguntas, varios informadores (además de inquirirle al director sobre cuánto ganaba al mes) lanzaron algunos de los temas más candentes aireados por los medios de comunicación, como una presunta malversación de fondos del IOR ejecutada por presiones del cardenal Tarcisio Bertone. El anterior secretario de Estado vaticano lo ha desmentido categóricamente.

En el nº 2.895 de Vida Nueva

  • El papa Bergoglio se dirige a los obispos italianos:

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