“Es necesario que el Evangelio entre en la economía”

Rodríguez Maradiaga, presidente de Cáritas Internacional y coordinador del Consejo de Cardenales

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MIGUEL ESTUPIÑÁN (BOGOTÁ) | Entre el 22 y el 26 de abril se llevó a cabo en Bogotá (Colombia) un Congreso Internacional de Espiritualidad Calasancia (CIEC), organizado por los Padres Escolapios. El cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga (Tegucigalpa, 1942) se hizo presente en la actividad y Vida Nueva tuvo la fortuna de conversar con él.

PREGUNTA: ¿Cómo está su corazón?

RESPUESTA: Muy feliz, y todavía palpitando de alegría. Verdaderamente, este año de pontificado ha sido un inmenso regalo para la Iglesia. Hay que pedirle al Espíritu Santo la gracia de poder palpitar con el corazón de san Pablo: “Hay de mí si no evangelizo”. Creo que eso es lo que más hace falta. Precisamente, también es a lo que nos anima el papa Francisco.

He aquí que durante la Conferencia General de Aparecida [en el año 2007] nos hizo quitar una conjunción copulativa del ideal expresado en el documento. Allí donde decíamos “discípulos y misioneros”, el Papa dijo “discípulos misioneros”. Porque todo discípulo tiene que ser misionero. Y esta es una de las claves de esta renovación que el Santo Padre quiere hacer en la Iglesia: que recobremos esa dimensión, que es esencial para la vida cristiana, es decir, que cada uno de nosotros sea un misionero para llevar al Señor con el fin de que otros puedan encontrarse con él.

P: ¿Qué tiene que ver la espiritualidad con todo esto?

R: La espiritualidad no consiste en estar en las nubes. Tampoco es algo que está fuera de nosotros. Al contrario: la espiritualidad consiste en vivir la vida desde la propia vocación, no desde la superficie, sino en profundidad. Yo creo que esta es la clave: hoy en día vivimos mucho hacia afuera; hacia todo aquello que nos estimula, sea la radio, la televisión, Internet o tantas ofertas que tiene la sociedad de consumo.

Para nosotros, el peligro es vivir sin interioridad. Y resulta que de donde brota la espiritualidad no es de fuera, sino de dentro, de un manantial interior que André Rochais llamaba “la roca del Ser”. Y tenemos que llegar, precisamente, hasta ahí, como nos dice también el Señor en el Evangelio: “Cerrar la puerta para escuchar en el aposento”. El aposento no se trata de algo exterior, es la vida interior, donde somos auténticamente cada uno de nosotros mismos. Es ahí donde Dios quiere encontrarse con nosotros y donde también nosotros debemos encontrarnos con Él.

Por tanto, la espiritualidad es un tema de lo más actual, porque trata acerca de poder vivir en nuestro tiempo sin evadir la realidad; cada uno conforme a su vocación, pero sacando de las aguas cristalinas del pozo lo más precioso, para poder vivir con intensidad y para poder irradiar a Cristo. A mi juicio, aparte del nombre que tenga, un cristiano debería llamarse siempre “Cristóbal”, “Cristóforo”, para ser alguien que lleva a Cristo a donde va, no como un adorno ni como algo exterior, sino como el centro de la propia vida.

Solemos caer en la creencia de que la espiritualidad corresponde a las prácticas de piedad (que son, en efecto, reflejos de lo que se vive). Así, caemos en el error de vivir una espiritualidad puramente intelectualista o puramente cerebral. He aquí que, después, el campo de los afectos lo dejamos como un campo minado, como un huerto minado donde nadie entra.

Puede que vivamos en una a-sintonía: por un lado está todo el “yo-cerebral”, con todas las ideas, mientras que nuestra afectividad se vive anárquicamente. Por eso no llegamos a “la roca del Ser” para basarnos, fundamentarnos, en aquello que cada uno tiene. Cada uno de nosotros tiene puntos fuertes donde se debe apoyarse para poder crecer. En esto consiste desarrollar la propia vida espiritual.
 

Una mejor humanidad

Si me preguntan qué caracteriza en pocas palabras al papa Francisco, yo respondería en una palabra: misericordia. Este es el Papa de la misericordia.

P: En un mundo como el nuestro, ¿qué implicaciones sociales tiene una espiritualidad así concebida?

R: Entre los desafíos modernos que tenemos para desarrollar nuestra vida espiritual está un nuevo modelo social que nos ha impuesto la globalización, una globalización reducida simplemente al mercado. Esa globalización está formando una nueva cultura que tiene la pretensión, también, de ser universal y consolidar una cultura de pensamiento único. Por ejemplo: el que no piensa como pienso yo, ya no es alguien sentado a la mesa para dialogar, sino un enemigo al que hay que eliminar.

Tristemente, eso empobrece muchísimo al ser humano. Nos encontramos hoy en día con personas que rechazan la historia y que creen que la historia comienza con ellos y con todo aquello que les hace verse como “creadores”. Incluso, tenemos la pretensión de olvidar la procreación, con todas las dificultades y errores que eso conlleva.

Creo que la verdadera solidaridad no consiste en unificar en la mediocridad la cultura, sino en ayudar a brotar las distintas riquezas de distintos países, de distintas culturas, de distintas razas, de distintas formaciones; y en hacer con todo esto una sinfonía: voces en acuerdo para llegar a una mejor humanidad. A mi juicio, el gran mensaje que el papa Francisco nos está mandando es que tenemos que ser más humanos: ¿cómo se va a sostener el cristianismo en una base que no sea verdaderamente humana?

La gran verdad de nuestra fe es que el Hijo de Dios se hizo hombre, se hizo uno de nosotros, se encarnó. Esa encarnación no es algo del pasado, sino que es algo que ocurre, según el plan de Dios, cada día. El problema es que la sociedad actual está desencarnando a Cristo, le parece que estorba.

Por eso es tan necesario recobrar la dimensión misionera. En el fondo, nosotros no queremos hacer proselitismo. Lo dice el Papa en la Evangelii Gaudium. Nosotros, simplemente, queremos compartir esa riqueza y esa alegría de vivir en Cristo. Y esto, para mí, es la respuesta a esos grandes desafíos de la globalización, en todo sentido: cultural, económico, político, etc.

El papa Francisco con el Consejo de Cardenales que coordina Maradiaga.

El papa Francisco con el Consejo de Cardenales que coordina Maradiaga.

P: Francisco habla de una reforma de actitudes…

R: Si me preguntan qué caracteriza en pocas palabras al papa Francisco, yo respondería en una palabra: misericordia. Este es el Papa de la misericordia. Precisamente, es algo que él lleva, y no solamente en palabras, sino en los gestos. A mi juicio, el papa Francisco comenzó su pontificado con “las encíclicas de los gestos” desde el día de su elección, cuando en aquel balcón de la Basílica de San Pedro se inclinó y pidió a todo el Pueblo de Dios que orase por su obispo, por el obispo de Roma.

Comenzó, así, una serie interminable de gestos, que se repiten constantemente: en la sencillez de una audiencia en la Plaza de San Pedro; en una visita a una parroquia romana, donde le ponen un cordero en los hombros; en aquella visita inolvidable, la primera que hizo fuera del Vaticano, nada más ni nada menos que a la Basílica de Santa María la Mayor, como hacemos nosotros desde niños peregrinos, llevándole un ramito de flores a la Virgen; cuando salió a Lampedusa, porque allí habían muerto más de 300 pobres náufragos y nos dejó el mensaje de no globalizar la indiferencia; cuando escribe una carta a Vladimir Putin y hace una jornada de oración y de ayuno para impedir el bombardeo inmisericorde que estaba a punto de tener lugar en la guerra de Siria…

En fin, son gestos de cada día y esto es, precisamente, todo un movimiento de conversión pastoral, que nos sacude a los obispos y que nos hace que, verdaderamente, sintamos esa fuerza y esa vida del Espíritu Santo.

La pastoral ya no es simplemente mantener aquello que hemos venido conservando por años y siglos. No, ahora se trata de vivirlo con más intensidad, como las primeras comunidades cristianas, llenas de fervor misionero.

En el nº 2.894 de Vida Nueva

“Es necesario que el Evangelio entre en la economía” [íntegro solo suscriptores]

  • La receta de Rodríguez Maradiaga:

Video provided by Caritas Internationalis

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