La Iglesia y la ONU se alían contra la inequidad

El Papa recibe a Ban Ki-moon mientras la Santa Sede comparece en Ginebra

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La Iglesia y la ONU se alían contra la inequidad [ver extracto]

ANTONIO PELAYO (ROMA) | La Santa Sede y las Naciones Unidas están necesariamente llamadas a colaborar en la esfera internacional para que en el mundo existan la paz, la solidaridad, la justicia y el respeto a la dignidad de la persona, a los derechos humanos, a la libertad religiosa y a la de conciencia.

Sobre esta falsilla inicial hay que subrayar la importancia de la audiencia que el papa Francisco concedió el viernes 9 de mayo al secretario general de la ONU, el coreano Ban Ki-moon, y a los 50 miembros del Consejo de Jefes Ejecutivos de la organización mundial. Un encuentro que reabsorbe las diferencias que han existido o puedan existir entre ambas realidades.

En sus breves palabras de presentación, Ban Ki-moon reconoció que la situación de la familia humana no es demasiado florida: “Está aumentando la desigualdad, prevalece la injusticia, hay demasiadas intolerancias entre los pueblos y las religiones. (…) Por eso las Naciones Unidas aceleran sus esfuerzos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Para ello son necesarias la paciencia, la compasión, la cooperación y la valentía”. Por fin, invitó al Papa a visitar la sede de la ONU en Nueva York, como ya hicieron sus predecesores Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Le respondió Francisco hablando en castellano:

Los pueblos merecen y esperan frutos aún mayores [de la ONU]. En el caso de la organización política y económica mundial, lo que falta es mucho, ya que una parte importante de la humanidad continúa excluida de los beneficios del progreso y relegada, de hecho, a ser seres de segunda categoría. Por tanto, los futuros objetivos de desarrollo sostenible deben ser formulados y ejecutados con magnanimidad y valentía, de modo que, efectivamente, lleguen a incidir sobre las causas estructurales de la pobreza y del hambre, consigan mejoras sustanciales en materia de preservación del ambiente, garanticen un trabajo decente y útil para todos y den una protección adecuada a la familia, elemento esencial de cualquier desarrollo económico y social sostenibles. Se trata, en particular, de desafiar todas las formas de injusticia oponiéndose a la ‘economía de la exclusión’, a la ‘cultura del descarte’ y a la ‘cultura de la muerte’, que, por desgracia, podrían llegar a convertirse en una mentalidad pasivamente aceptada.

“Hoy en concreto –recalcó un poco más adelante Bergoglio–, la conciencia de la dignidad de cada hermano, cuya vida es sagrada e inviolable desde su concepción hasta el fin natural, debe llevarnos a compartir con gratuidad total los bienes que la providencia divina ha puesto en nuestras manos, tanto las riquezas materiales como las de la inteligencia y del espíritu, y a restituir con generosidad y abundancia lo que injustamente podemos haber negado antes a los demás”.
 

Más de 3.000 denuncias

Arzobispo Silvano Tomasi.

Arzobispo Silvano Tomasi.

Por esas mismas fechas, se reunía en Ginebra el comité de expertos de la ONU para examinar la aplicación por parte de algunos estados de la Convención contra la Tortura de 1984 (CAT). La Santa Sede –que se adhirió a ella en el 2002– era uno de esos estados y, en su nombre, presentó un informe su observador permanente, Silvano M. Tomasi. En él se subrayaba que toda la legislación penal del Estado de la Ciudad del Vaticano respondía perfectamente a las exigencias de la Convención, sobre todo después de las nuevas leyes promulgadas en julio de 2013 por el actual Pontífice.

En una nota explicativa previa, el portavoz vaticano, Federico Lombardi, observaba que “no raramente los comités plantean cuestiones no estrictamente vinculadas al texto de la Convención, sino indirectamente unidas a él sobre la base de una interpretación extensiva del mismo… A ello contribuye con frecuencia la presión que ejercen sobre los comités, la opinión pública y ONGs fuertemente caracterizadas y orientadas ideológicamente para inserir también en la discusión sobre la tortura la cuestión de los abusos sexuales sobre los menores de edad, que se conecta más bien con la Convención sobre los Derechos del Menor. Que esto sea algo instrumental y forzado aparece como evidente a quien no esté previamente condicionado”.

Federico Lombardi ante los medios tras conocerse la dimisión del Papa

Federico Lombardi.

Pese a esta “aclaración”, en el amplio debate que se abrió tras la intervención de Tomasi, algunos miembros del comité insistieron en que “la pedofilia es una forma de tortura”. Sin oponerse formalmente a este alargamiento del concepto en sí, el diplomático vaticano dio a conocer –y era esa una primicia absoluta– las cifras oficiales sobre casos de abusos sexuales a menores por parte de miembros del clero. Desde 2004 hasta hoy han llegado a la Santa Sede 3.400 denuncias creíbles; solo desde 2013 a nuestros días, han sido denunciados 401 casos. Durante la última década, 843 sacerdotes han sido reducidos al estado laical y otros 2.572 han sido condenados a llevar una “vida de penitencia y oración”, y, en todo caso, han sido confinados “en lugares donde no pueden tener ningún contacto con niños”.

Fuentes periodísticas informaron, asimismo, que el debate también se centró en la cuestión de si la Santa Sede tiene o no jurisdicción sobre todos los miembros de la Iglesia católica en el mundo y, por lo tanto, sobre los sacerdotes autores de crímenes sexuales contra menores. La mayoría de los miembros del comité son favorables a una respuesta afirmativa, mientras que la tesis oficial vaticana es negativa. Las conclusiones del comité no se harán públicas hasta el 23 de mayo, pero ya se puede imaginar en qué línea van a moverse los expertos.

Por otro lado, el sábado 10 de mayo por la tarde, la Plaza de San Pedro parecía haber recuperado la atmósfera de las recientes canonizaciones de san Juan XXIII y san Juan Pablo II. Una multitud, evaluada en unas 300.00 personas, abarrotaba también la colindante Plaza de Pío XII y la Via della Conciliazione. Eran profesores, padres, educadores, alumnos y personal auxiliar de los colegios italianos, tanto privados como públicos, que habían respondido a la cita dada por la Conferencia Episcopal Italiana (CEI).

Francisco entró en la plaza a las cuatro y cuarto de la tarde y empleó cuarenta minutos –¡40!– en saludar y bendecir a los presentes, recorriendo con su jeep las arterias que dividían a tan festiva multitud. A las cinco, llegado a su habitual estrado, el acto pudo dar comienzo con una serie de testimonios sobre los problemas, luces y sombras de la enseñanza en Italia, que no atraviesa por uno de sus mejores momentos.

Bergoglio se asoció a esos testimonios con uno propio:

¿Por qué amo la escuela? Intentaré explicároslo. Aquí he oído que no se crece solos y que hay siempre una mirada que te ayuda a crecer. Y yo tengo la imagen de mi primera maestra, aquella maestra que me acogió a los seis años, en el primer nivel de la enseñanza. No la he olvidado nunca. Me hizo amar la escuela. Y después he ido a verla durante toda su vida hasta que murió, a los 98 años. Esta imagen me hace bien. Amo la escuela porque aquella mujer me enseñó a amarla.

“Amo la escuela –prosiguió– porque es sinónimo de apertura a la realidad. Al menos así debería de ser. (…) Ir a la escuela significa abrir la mente, el corazón a la realidad, en la riqueza de todos sus aspectos y dimensiones. ¡Y no tenemos derecho a tener miedo de la realidad! (…) Si uno ha aprendido a aprender (este es el secreto, ¡aprender a aprender!), esto permanece para siempre, se es una persona abierta a la realidad”.

En su alocución, enriquecida con numerosas improvisaciones, Francisco invitó a los presentes a repetir frases como esta: “Más vale una derrota limpia que una victoria sucia”, o este proverbio africano: “Para enseñar a un niño es necesario un pueblo”. Su frase final se convirtió en un llamamiento a todos los que le habían escuchado: “Por favor, no nos dejemos robar el amor a la escuela”.

Beatificación de Pablo VI

En otro orden de cosas, el 9 de mayo, el Papa firmó el decreto que reconoce un milagro atribuido a la intercesión del “venerable siervo de Dios Pablo VI, nacido en Concesio (Brescia) el 26 de septiembre de 1897 y muerto el 6 de agosto de 1978 en Castel Gandolfo”. Horas más tarde, se anunciaba que la beatificación de Giovanni Battista Montini tendrá lugar en el Vaticano el 19 de octubre, domingo en que se clausurará la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Familia. También el 9 de mayo, recibiendo a la Asamblea Italiana de Institutos Seculares, Bergoglio les invitaba a ser “esa Iglesia dialogante que Pablo VI describió en su encíclica Ecclesiam Suam”.

Finalmente, el 11 de mayo, durante la ordenación sacerdotal de 13 diáconos de Roma, el Papa les exhortó a no cansarse nunca de ser misericordiosos: “Por favor, tened esa capacidad de perdón que tuvo el Señor, que no vino a condenar sino a perdonar. ¡Tened tanta misericordia!

Y si os viene el escrúpulo de ser demasiado ‘perdonadores’, pensad en aquel santo sacerdote del que os he hablado, que se ponía delante del tabernáculo y decía: ‘Señor, perdóname si he perdonado demasiado. Pero eres Tú el que me ha dado el mal ejemplo’”.

En el nº 2.894 de Vida Nueva

 

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