Trabajar es crecer en dignidad

Trabajo

EDITORIAL VIDA NUEVA | Como cada 1º de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, la Iglesia ha vuelto a alzar la voz ante la tiranía de los mercados frente a la vida del mundo obrero.

Precisamente, así se titula el comunicado dado a conocer por la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y la Juventud Obrera Cristiana (JOC) para esta jornada, una reflexión en la que constatan “el empobrecimiento acelerado del mundo obrero”, con todo lo que ello significa y que es objeto de su denuncia:

Una desigualdad cada vez mayor, entre países y dentro de cada país; una situación de “insolidaridad estructural” respecto a los trabajadores, especialmente los jóvenes, “que quieren y no pueden trabajar”; o una “fractura social” entre los más pobres y los más ricos, que, en España, se ha ensanchado un 45%.

Lo constataba el Informe Foessa sobre Precariedad y cohesión social presentado por Cáritas, institución que en su reciente Memoria de Empleo y Economía Social desvela que invirtió casi 36 millones de euros el pasado año en sus acciones de inclusión socio-laboral, entre ellas, acompañando a más de 12.000 personas que, gracias a sus programas de empleo, lograron un puesto de trabajo.

No debemos permitir por más tiempo que el centro de la actividad económica
siga siendo solo el beneficio

Un ímprobo esfuerzo que, sin embargo, se antoja insuficiente cuando uno echa un vistazo a los datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA): la tasa de paro ronda el 26%, entre los jóvenes supera el 55% y hay dos millones de hogares en nuestro país en los que no trabaja ninguno de sus miembros.

Ante semejante panorama, “¿tiene sentido seguir hablando de trabajo digno?”, se preguntan desde la HOAC y la JOC. Llega el 1º de mayo, y recordamos a quienes peor lo están pasando, denunciamos la situación que padecen, reivindicamos sus derechos fundamentales e incluso manifestamos en la calle nuestro descontento por las políticas socio-laborales del Gobierno.

Ahora bien, ¿podemos hacer algo más como cristianos? La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece un extraordinario abanico de propuestas para dignificar el mundo del trabajo, siempre expuesto a nuevos temores y amenazas, como recordaba el ya santo Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens (1980), pero también, por eso mismo, necesitado de “nuevas esperanzas”.

Y todas ellas pasan por humanizar las relaciones laborales y devolver a la persona –con sus derechos y deberes– el lugar que nunca debió perder. Si de verdad queremos contribuir a que el Evangelio de la justicia y de la vida siga resultando profético para nuestros contemporáneos, no debemos permitir por más tiempo que el centro de la actividad económica siga siendo solo el beneficio y el dinero.

El conflicto entre el capital y la persona no es nuevo, lo cual no es excusa suficiente para creer que no podemos subvertir los valores establecidos. A base de coraje, de imaginación, de solidaridad, de esperanza…, llegará un día en que el trabajo no sea un privilegio (o una carga), sino una oportunidad para crecer en dignidad.

Mientras tanto, como instaba hace unos días el papa Francisco a los trabajadores de una fábrica italiana obligada a cerrar por la crisis, “¡abrid los ojos y no os quedéis con los brazos cruzados!”.

En el nº 2.892 de Vida Nueva
 

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