Libros

Solipsismo universal


Antología de 26 poemas del poeta neoyorquino Walt Whitman. La recensión es de Luis Rivas.

Título: La extensión de mi cuerpo

Autor: Walt Whitman

Editorial: Nórdica, 2014

Ciudad: Madrid

Páginas: 128

LUIS RIVAS | Pese a su intrínseca insumisión, resulta prácticamente obligatorio introducir a Walt Whitman con una cita del refranero; no en vano nos situamos, en opinión de George Kateb, ante “el filósofo más importante de la cultura de la democracia”.

Ponerle puertas al campo, por ejemplo, sería una fiel, popular traducción de la tarea de antologizar al poeta de Nueva York. “Una antología de Whitman es un atentado, ya que Hojas de hierba es un todo orgánico y, en cierto modo, un solo poema de mil facetas”, escribió en su día Francisco Alexander, aseveración que recoge Juan Marqués en su prólogo a La extensión de mi cuerpo.

El libro que hoy nos ocupa, por cierto, selecciona 26 poemas del celebrado Canto de mí mismo en edición ilustrada y bilingüe, apenas un brote esmeralda en la espesura lírica de Hojas de hierba. Aparte de a su ser no egocéntrico, Whitman fijó y dio voz en su obra a una totalidad inmanente y trascendente con la que proclamó estar en comunión, y en esa universalidad cuasi brahmánica, obviamente, también cabe la contradicción. En el particular de La extensión de mi cuerpo, la paradoja se resuelve de la forma más sencilla, mediante la modestia. “Solo pretendemos ofrecer una pequeña muestra del Canto de mí mismo para animar a la lectura completa de la obra”, explica Marqués.
 

Derecho a celebrarse

Es la humildad –“Estos son en verdad los pensamientos de todos los hombres en todas las épocas y tierras, no son originales míos, si no son vuestros tanto como míos no son nada”– esencia que articula la obra de Whitman, toda templanza de la que es capaz un hombre que se canta a sí mismo y se celebra, que se declara “sólido y fuerte”, “inmortal” y “augusto”, que asegura conocer “la amplitud del tiempo”.

Retrato de Walt Whitman

En la trampa cayó el montaraz Thoreau cuando, tras conocer al bardo, afirmó: “No solo estaba ansioso por hablar sobre sí mismo, sino que también era reacio a que la conversación se apartase de ese tema por demasiado rato”. Semanas más tarde, cuando hubo leído la edición en curso de Hojas de hierba, el filósofo reconocía que “ya no me disturba ninguna presuntuosidad o egoísmo en sus libros. Puede llegar a ser el menos fanfarrón de todos, pues tiene más derecho a sentirse confiado”.

Cuando menos curiosa fue esta primera, respectiva impresión que se causaron los padres de las letras americanas, pues el propio Whitman llegó a comentar sobre su colega: “Estaba siempre haciendo cosas sencillas, sin aspavientos. Me gustaba todo eso de él. Pero la gran falla de Thoreau era el desdén –desdén hacia los hombres comunes (…)–. Resultó más bien una sorpresa para mí encontrar en Thoreau un caso tan grave de arrogancia”.

Sea como fuera, entre Whitman y Thoreau prendió una gran amistad, y, junto a Emerson, principal valedor de los poemas del primero y maestro y empleador del segundo, formaron la trinidad genesíaca del genuino carácter estadounidense, libre y democrático, rudo y afable, sencillo pero orgulloso.

Curiosamente, más allá de las reminiscencias del trascendentalismo emersoniano, en la obra de Whitman se aprecian ecos socinianistas –secta descreída del misterio trinitario– y una cadencia en sus composiciones inspirada en los textos bíblicos. Considerado el padre –que no el inventor– del verso libre, sus propuestas estéticas y filosóficas se extienden por toda la tradición literaria norteamericana, desde la más que evidente herencia legada a Twain o Hemingway a la influencia soterrada en trayectorias más oscuras, como el paganismo de McCarthy o, allende los mares, la plasmación sensorial de Cioran.

En este sentido, la propuesta de Nórdica en La extensión de mi cuerpo anticipa toda la esencia de Whitman con la táctica del anzuelo, cuenta al lector que el alma es inmortal y está en constante desarrollo, y restaura al hombre en el centro de la naturaleza.

Con la rigurosa y consciente traducción de Antonio Rivero Taravillo y las evocadoras ilustraciones de Kike de la Rubia, el libro respeta la sensualidad y el solipsismo totalizador –el oxímoron y la paradoja, primos hermanos– que caben desde el sombrero hasta sus botas de vagabundo, sin quedar por ello limitados.

Corren, sin duda, tiempos distintos en los Estados Unidos, imperio de las pildoritas, el conocimiento estructural y los rankings. Y en plena era posmaterialista, la obra de Whitman se conserva fresca como la hierba a la sombra de los rascacielos, resignada a encajar el espíritu del mundo en la mirada estrecha de un alfabeto. Y funciona, pues su obra es el todismo.

En el nº 2.891 de Vida Nueva.

Actualizado
25/04/2014 | 08:15
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