El desierto de Arizona, la Lampedusa americana

Obispos de México y EE.UU. celebran una misa en la frontera por las víctimas desde 1998

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Fernando Mendoza Jacquez (MÉXICO) | Es duro el desierto. Muy duro. Las frías temperaturas durante la noche y las muy calurosas por el día hacen inviable el tránsito humano por estos caminos. Sin embargo, a diario, centenares de personas cruzan por el desierto que se extiende en la frontera sur de los Estados Unidos en búsqueda de unas mejores condiciones de vida para ellos y para sus familias.

Según cálculos de la Iglesia, desde 1998, alrededor de 6.000 personas han fallecido en el desierto de Arizona. Sin documento alguno, cruzaban la frontera para permitirse buscar un trabajo más digno. Encontraron la muerte.

Para que ninguna de esas muertes quede sin reconocerse, el Comité de Migración de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB, por sus siglas en inglés) organizó, el pasado 1 de abril, la anual celebración de una misa en Nogales (Arizona), en un punto clave de la frontera sur.

La concelebración eucarística fue presidida por el cardenal Seán P. O’Malley, el arzobispo franciscano de Boston y uno de los ocho cardenales nombrados por el papa Francisco para ayudarle en la reforma de la Curia vaticana. El también asesor del Comité de Migración de la USCCB es llamado “el obispo de los migrantes”, por sus constantes llamados en favor de su causa.

Antes de la Eucaristía, se realizó una caminata por el desierto de Arizona que culminó con una oración para rezar por los familiares de los 6.000 muertos. También se pidió para que se lleve a cabo la reforma migratoria, una promesa de campaña del presidente Barack Obama.

A ambos eventos asistieron prelados de los Estados Unidos y de México, así como decenas de sacerdotes y centenares de fieles, que estuvieron participando a ambos lados de la frontera. El obispo Eusebio Elizondo, auxiliar de Seattle y presidente del Comité de Migración de la USCCB, afirmó que la frontera entre México y los Estados Unidos “es nuestra Lampedusa”, recordando la isla italiana que sirve como trampolín de los migrantes africanos para llegar a Europa y que visitó Francisco en su primer viaje fuera del Vaticano.

“Esta misa y las oraciones que elevamos a Dios por todos los migrantes nos sirven para tener conciencia de esta realidad dolorosa que viven nuestros hermanos. Es una realidad que nos interpela y ante la cual no debemos cerrar los ojos”, dijo Elizondo, al tiempo que agregó que “estas 6.000 muertes en el desierto nos deben llevar a buscar mejores condiciones para los miles y miles de migrantes que cada año se arriesgan a cruzar la frontera para buscar mejores condiciones de justicia para ellos y sus familias”.

No es la única convocatoria que las Iglesias de los Estados Unidos y de México realizan para buscar mejores condiciones de vida para los migrantes. Al mismo tiempo que se celebraba la misa en Nogales, a 1.200 kilómetros al este de allí, en Laredo (Texas), los obispos de ese estado y los prelados mexicanos de la frontera norte mantenían una reunión para que, en un fecundo diálogo, se busquen alternativas para un mejor trabajo pastoral conjunto.

En el mes de septiembre próximo, los mismos obispos volverán a encontrarse en Nuevo Laredo, en territorio mexicano, para seguir con ese diálogo pastoral.

 

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En el nº 2.890 de Vida Nueva

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