‘El Gran Hotel Budapest’: de cinco estrellas

Gran Hotel Budapest

J. L. CELADA | En un primer momento, Wes Anderson nos presenta el legendario establecimiento que da título a su último trabajo como una “vieja ruina encantadora”. Corre el año 1968, y allí, en sus instalaciones casi desiertas, reúne a dos comensales –uno de ellos escritor– rememorando en un gigantesco flash-back de hora y media el esplendoroso pasado de El Gran Hotel Budapest. Así, durante esa cena, la narración nos traslada décadas atrás, al período de entreguerras, cuando este lujoso edificio levantado en un imaginario país de la Europa Oriental (la República de Zubrowka) albergaba a la aristocracia de la época.

Superada esa mezcla inicial de nostalgia y desolación, el realizador estadounidense nos invita a embarcarnos en una trepidante aventura que bien merece exhibir las cinco estrellas propias de un alojamiento como el que aquí se recrea. El Gran Hotel Budapest debe la primera de ellas a la selecta clientela que se da cita en sus diversas estancias, un reparto de nombres ilustres encabezado por el mejor Ralph Fiennes.

Por qué esta cinta acredita una segunda distinción salta también a la vista: Anderson vuelve a dar rienda suelta a su inconfundible estilo en la dirección. La fotografía de Robert D. Yeoman (cada fotograma es un auténtico cuadro) o la cuidada banda sonora de Alexandre Desplat se ponen al servicio de planos rendidos a la simetría, movimientos de cámara que simulan el paso de diapositivas o miradas que se cruzan desafiantes al compás de la música.Gran Hotel Budapest

La tercera estrella nos recuerda el mimo con que el cineasta cuida cada detalle de la puesta escena, un universo perfectamente reconocible al margen de tiempos y lugares, donde todo cumple una función más allá de lo puramente ornamental o estético. En este sentido, Anderson explota como pocos las licencias que proporciona la ficción.

Un cuarto motivo de reconocimiento cabe buscarlo en el propio guión, deudor de las obras de Stefan Zweig, pero que confecciona un relato propio, con personajes y paisajes que dan vida y color a situaciones ya clásicas en el argumentario cinematográfico: asesinatos, robos, repartos de herencia, fugas carcelarias, viajes en tren, persecuciones, matones sin escrúpulos, sospechosos, víctimas inocentes, historias de amor y, por encima de todo, la relación de amistad entre el conserje del hotel y un joven aprendiz de mozo de portería.

Y hay una última estrella, síntesis y culmen de las anteriores, que justificaría por sí sola la categoría de El Gran Hotel Budapest y que nos remite a la esencia misma del cine de Wes Anderson. Como viene siendo habitual en su filmografía, importa menos el qué de esta comedia alocada que el cómo cautiva al espectador de principio a fin. Quizás su secreto, a imagen del protagonista, resida en saber “mantener la ilusión con muchísima elegancia”.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: The Grand Budapest Hotel.

DIRECCIÓN: Wes Anderson.

GUIÓN: Wes Anderson y Hugo Guinness, inspirado en las obras de Stefan Zweig.

FOTOGRAFÍA: Robert D. Yeoman.

MÚSICA: Alexandre Desplat.

PRODUCCIÓN: Wes Anderson, Jeremy Dawson, Steven M. Rales, Scott Rudin.

INTÉRPRETES: Ralph Fiennes, F. Murray Abraham, Mathieu Amalric, Adrien Brody, Willem Dafoe, Jeff Goldblum, Harvey Keitel, Jude Law, Bill Murray, Edward Norton, Tilda Swinton, Tom Wilkinson.

En el nº 2.889 de Vida Nueva

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