La Iglesia piensa en verde

niño en una canoa en un mar de peces muertos

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La Iglesia piensa en verde [extracto]

LUIS RIVAS | En cada rincón del planeta, los cristianos de a pie hacen suyo el mandato bíblico de luchar por una redistribución justa de los réditos de la naturaleza; el Vaticano se enfrenta al capitalismo e intercede ante las potencias por el desarrollo del tercer mundo.

El pasado 24 de enero, y tras conversar con Francisco sobre temas tan notables como la guerra de Siria, François Hollande lanzaba sobre la prensa un titular como de tinta de calamar: “El Papa prepara una encíclica sobre ecología”. Acto seguido y a la carrera, el portavoz de la Santa Sede se apresuraba a matizar que el texto “tendría la perspectiva de una encíclica” y “pondría especial énfasis en el tema de la ecología humana”.

No obstante la omisión de la perspectiva humana en su relación con el medio ambiente, Lombardi señaló que el proyecto se encontraba “en una etapa temprana” y que todavía “era demasiado pronto” para hablar sobre él, pero para entonces los medios daban por confirmada la noticia y el presidente de Francia ya estaba de regreso en el Elíseo.

Sirva la anécdota para ilustrar la prudencia con que la Iglesia ha de conducirse en la gestión del discurso, sin que la cuestión verde, tan susceptible de camuflarse con la ideología, sea una excepción.

Este principio de cautela, unido a los tiempos propios de la Iglesia, ahorra a los fieles eslóganes de pancarta y filosofías de camiseta, dando acaso una imagen de cierto desdén en materia ecológica. Sin embargo, desde la Rerum Novarum hasta los mensajes para la Jornada Mundial de la Paz de Juan Pablo II y Benedicto XVI, pasando por el Vaticano II y la Octogesima Adveniensis de Pablo VI, la Santa Sede viene ejerciendo una tutela constante en cuanto a valores ambientales se refiere.deshielo en el glaciar del Perito Moreno en Argentina

No cabe otra, puesto que desde el propio Génesis se insiste en que el mundo y toda criatura que en él habita son obra de Dios, una obra buena. Las referencias a la relación del hombre con la naturaleza jalonan el Antiguo Testamento, donde resuenan el “creced y multiplicaos y llenad la tierra y sometedla (…) mandad en todo animal que habite en ella” y los matices del Libro de la Sabiduría, cuando Salomón habla de “Dios (…) que hiciste el Universo con tu Palabra, y con tu Sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre todos los seres por ti creados, administrase el mundo con santidad y justicia…”.

Entre los conceptos de “sometimiento” y “dominación” han fluctuado diversas interpretaciones sobre la forma en que los cristianos han de interactuar con su entorno, desde el antropocentrismo utilitarista hasta una consideración sacralizada de la naturaleza.

Ya en la Mater et Magistra, Juan XXIII explica que el mandato divino de dominar la tierra no se ha dado con fines destructivos, sino para que sus recursos sirvan a las atenciones de la vida humana.

En opinión de Isabel Cuenca, secretaria general de Justicia y Paz, “a muchos puede parecerles que el medio ambiente no es algo que tenga gran importancia para un cristiano, pero no es así. Para valorar esta problemática, el mensaje bíblico y el magisterio de la Iglesia constituyen las dos referencias esenciales”.

Por su parte Ferrán Lluch, presidente de la Comisión para la Pastoral del Ambiente y Ecología Humana del Arzobispado de Valencia, escribe que “el principal problema que encontramos es la sensibilización. En España hay graves problemas ecológicos, pero cuesta ver cómo nos afectan, y eso está en relación con que, en nuestras diócesis, el tema queda bastante relegado, si es que se plantea”.

“El principal problema que encontramos
es la sensibilización.
En España hay graves problemas ecológicos,
pero cuesta ver cómo nos afectan”.

Ferrán Lluch, Arzobispado de Valencia.

El etnocentrismo que denuncian los cristianos de Occidente complementa, en un marco teórico, la lucha por la preservación del medio ambiente que la Iglesia protagoniza en otras latitudes. Así, las Conferencias Episcopales de Latinoamérica se han significando en su defensa de la Amazonía durante décadas y décadas, arropando a Chico Méndez y manteniendo vivo su legado tras su asesinato, oponiéndose a la creación arbitraria de embalses en Chile, a la destrucción del hábitat de las comunidades indígenas en Bolivia o a la contaminación del agua que abastece la región norte de Ecuador.

En sus Papeles, Justicia y Paz ha llegado a denunciar “la satisfacción por el auge bursátil, ignorante de que hay empresas españolas que siguen invadiendo territorios indígenas de la Amazonía en busca de recursos naturales para las sociedades desarrolladas”.

Estas batallas, evocadoras de la apocalíptica La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa, apenas son escaramuzas de una guerra global desatada en pos de la conservación de la naturaleza, que tuvo en el sacerdote Gastón Garatea y su resistencia contra las explotaciones mineras en Perú a uno de sus líderes destacados.

Principios para la acción

En el primer mundo, la perspectiva es diferente y los fieles piden más del clero como institución. En esta línea se manifestó a Vida Nueva el director del Centro Social Jesuita Europeo, José Ignacio García Jiménez: “En la Iglesia, si se trata de principios sobre ecología, los tenemos. En cuanto a las acciones, aún nos queda mucho camino por recorrer”.

Un nuevo ejemplo: tras la catástrofe de Fukushima, la Conferencia Episcopal de Japón instó a las autoridades a “desmantelar inmediatamente todas las centrales nucleares” del país. “Creemos que este grave accidente debe ser una lección para el mundo entero, y debería incentivar el abandono de este tipo de proyectos”, indicaron los obispos.

Junto a su llamamiento, empero, mostraron su esperanza de afrontar “un acercamiento no ideológico al tema de la energía nuclear para uso civil”, tal y como se recoge en el Párrafo 470 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y de acuerdo con las reflexiones publicadas en 2009 por el Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz.niña en África coge agua en dos bidones

La Santa Sede sugiere a los obispos mantener una postura “de neutralidad” respecto a la energía nuclear y otros debates de calado medioambiental transversales a la política y/o los negocios, asegurando no tener “nada en contrario si algunos representantes del clero y fieles católicos se suman a título personal a iniciativas y protestas contra la energía nuclear”.

Como el que quiere entender, entiende, la voz de la Iglesia se escucha vigorosa en sus extremidades y más sosegada en los púlpitos. Y de ahí las dos velocidades.

“Ciertamente, aquellos que trabajan en movimientos sociales rápidamente captan la necesidad de salvaguardar el medio ambiente para salvaguardar la dignidad del ser humano”, expone Ferrán Lluch.

Pero en la España de hoy, donde las parroquias no pocas veces se encuentran desbordadas, la sensibilización ecológica se ha visto relegada a un segundo plano. “A pesar de que el magisterio de la Iglesia manifiesta una y otra vez que la cuestión ecológica es una cuestión moral, la moral de a pie y la de otras alturas mira a otras partes”, añade.

Así, resulta prácticamente imposible recolectar una opinión oficial sobre las prospecciones petrolíferas que se proyectan sobre aguas canarias y de Baleares, enormemente polémicas y que se han topado con un furibundo rechazo social. “Cuando el agua se convierte en negocio, nos olvidamos de ella como fuente de vida”, ha escrito Lluch, sin referirse a esta cuestión.

Sin embargo, el Departamento de Paz y Derechos Humanos de Cristianisme i Justícia no ha tenido reparos en calificar este tipo de técnicas de “violación territorial, ecológica y cultural bajo la consigna de la modernización y el desarrollo”.

El Movimiento de Jóvenes de Acción Católica
cree que “la Iglesia puede aportar serenidad,
implicación con unos valores, compromiso,
solidaridad y visión de conjunto”
a este tipo de reivindicaciones

Es la Iglesia de base, del entusiasmo, la de la voz cantante en este coro de disonancia. “Es cierto que los jóvenes son receptivos –agrega Lluch–; es más, qué lástima que se comprometan en movimientos ecologistas ajenos a la Iglesia (algo loable) porque no encuentran una Iglesia preocupada y convencida de su misión de cuidar la creación (algo no tan loable)”.

Con la irrupción de la crisis y el afloramiento de la corrupción, los movimientos sociales, juveniles, de ecologistas y sindicatos… parecen haber revivido tras la crisis del asociacionismo que vivió la opulenta sociedad europea en los años 90 y principios de los 2000.

El Movimiento de Jóvenes de Acción Católica, así las cosas, cree que “la Iglesia puede aportar serenidad, implicación con unos valores, compromiso, solidaridad y visión de conjunto” a este tipo de reivindicaciones.

“En esta sociedad todo está desprestigiado, y la Iglesia somos un blanco fácil. Por eso tiene doble valor el cristiano que dice en su entorno: ‘soy cristiano y por ello estoy aquí con vosotros, luchando por transformar el mundo’. Por eso hay que integrarse en asociaciones que ya existen, tenemos que potenciar lo civil, pero como cristianos”, agregan desde MJAC.

El dios dinero

No cabe duda de que la Iglesia ha identificado y se ha situado en contra del promotor del conflicto: “el dios dinero: el capitalismo, el consumismo y la cultura del descarte de seres humanos”, como denunciaba hace escasas semanas la Iglesia peruana.hombres limpian petróleo en una playa

“Esta crisis no es algo accidental, sino que está enraizada en un sistema que ha antepuesto el beneficio económico a la dignidad del ser humano”, detalla Justicia y Paz.

El propio Benedicto XVI ha expresado que “el mayor obstáculo para el cuidado de la Creación es el egoísmo del ser humano, que antepone su bienestar a cualquier otra cosa, sobreexplotando la naturaleza”. De ahí el concepto “ecología humana”, que aporta a la convencional defensa del medio ambiente una amplia consideración ética y espiritual, al estimar que los seres humanos y la Tierra tienen un mismo destino que afrontar juntos.

Se trata, en definitiva, de una forma de estar en el planeta, heredera de la concepción del trabajo alegre y de servicio al prójimo, opuesta a la interpretación del trabajo como hostigamiento transmitida por un helenismo que deja de mirar a la naturaleza para centrarse en lo humano.

En palabras de José Sánchez, obispo emérito de Sigüenza-Guadalajara, “nuestra fe es la mejor fuente y el mejor camino para una sana ecología, pues se sitúa lejos de dos extremos: por un lado, una cierta divinización de la naturaleza, que tiende a convertirla en una especie de absoluto e intocable, y, por otro, los que abusan de la naturaleza en provecho propio como dueños absolutos, como si todo les fuera lícito y como si solo ellos fueran los destinatarios de sus beneficios”.

Benedicto XVI ha expresado que
“el mayor obstáculo para el cuidado de la Creación
es el egoísmo del ser humano,
que antepone su bienestar a cualquier otra cosa,
sobreexplotando la naturaleza”.

Como consecuencia de estos matices, en diversos sectores clericales se ha abrazado el debate sobre los alimentos transgénicos, rechazados por el ecologismo oficial, si con ellos se ayuda a paliar el hambre en el mundo. Sin embargo, una miríada de organizaciones cristianas han dado voz a informes de la FAO que demuestran que la Tierra puede alimentar a 10.000 millones de personas, evidenciando que se desecha comida en buen estado para mantener altos los precios.

A nivel político, 49 congregaciones religiosas se han constituido en la Red África-Europa Fe y Justicia para hacer lobby en Bruselas a favor de la soberanía alimentaria, alentando el consumo de productos ecológicos, que “evitan la contaminación de tierras y acuíferos, reduce las plagas, asegura la biodiversidad y es una alternativa que ayuda a mantener un medio rural vivo”.

En nuestro país no resulta difícil encontrar comunidades cristianas como Verdallar, que ha puesto en marcha “una Vida Religiosa sostenible, respetuosa con el medio ambiente y bajo el lema del decrecimiento”.

Se huye, sí, de polémicas y grandes titulares, pero no caben medias tintas cuando se trata de condenar el desarrollo atómico con fines armamentísticos o de exigir “una salida a la crisis energética, que aprieta cada vez más la soga que ya tienen al cuello los países más pobres”. Porque, si la lucha ecologista de la Iglesia tiene sentido, este reside en la relación del hombre con el medio ambiente.ballena muerta en la orilla del mar

Para Isabel Cuenca, “al introducir al hombre en un ecosistema, este es tanto más rico, en cuanto le proporciona el máximo bienestar con el mínimo deterioro ambiental. Pero no se puede seguir aumentando el número de consumidores al ritmo que nos dicen los economistas liberales. Las cuentas no salen, por lo que hay que cambiar de mentalidad: situar al hombre en el centro de la economía, como parte del planeta del que se alimenta”.

Por este motivo, en el congreso de CONFER sobre Justicia y Solidaridad el profesor de la Pontificia de Comillas Carlos Ballesteros patrocinó la teoría del decrecimiento, pidiendo “una economía social y solidaria, basada en el Factor C: consumo consciente, compañerismo, comunidad, cooperación”.

La ONU estima que los países de la franja “Norte” consumimos alrededor del 75% de la energía, del 85% de los bosques y generamos dos tercios de los residuos. Así mismo, cada ciudadano de Occidente consume anualmente un equivalente a las necesidades de 85 bolivianos, y se ha calculado que harían falta seis planetas para mantener el ritmo de consumo del mundo desarrollado. No es por ello osado que Cuenca diga que “podemos considerar al ecosistema rico parásito del ecosistema pobre”.

Entre tanto, el cardenal Óscar A. Rodríguez Maradiaga ha subrayado la necesidad de “introducir la ética en nuestras relaciones con el medio ambiente. El cambio climático afecta a las personas, especialmente a las más pobres, y en tiempos de crisis lo primero que se toca siempre es el dinero de los pobres”.

En este sentido, no puede ser más acertada la reflexión del misionero José Carlos Rodríguez Soto: “Da la impresión de que en Occidente se piensa que quienes más sufren el aumento de las temperaturas son los osos polares. Menos atención parecen merecer los millones de campesinos del Sahel o del Cuerno de África, que desde hace no muchos años sufren sequías nunca antes vistas”.

Cada ciudadano de Occidente consume anualmente
un equivalente a las necesidades de 85 bolivianos;
y harían falta seis planetas para mantener
el ritmo de consumo del mundo desarrollado.

Si los países emergentes alcanzaran el 50% de desarrollo que acreditan las potencias del primer mundo, el cambio climático se aceleraría sobremanera y algunos países, como Bangladesh, verían parte de sus tierras sumergidas, con la consiguiente concentración de población (actualmente tiene el triple de habitantes que España, con un territorio equivalente a un tercio de la superficie de nuestro país) y la reducción significativa de las extensiones dedicadas a la agricultura y la ganadería.

“¿La solución es que no crezcan?”, se pregunta Isabel Cuenca. “Esto nos parece un disparate, pero hay que llegar a una solución”.

Sin olvidar el papel que los sacerdotes y las religiosas locales llevan a cabo en proyectos de agricultura y regadío para toda la población (los católicos apenan suponen el 0,3% en Bangladesh, aunque Ayuda a la Iglesia Necesitada tiene proyectos de esta índole a lo largo y ancho de los continentes asiático y africano), la verdadera labor de la Iglesia como institución bien podría ser la de arbitrar y patrocinar acuerdos internacionales como el Protocolo de Kioto, con vocación mediadora entre superpotencias como EE UU, Rusia o China, en su concienciación de que contaminen menos para que otros puedan crecer más.

Vocación de mediadora

Si alguna institución internacional tiene capacidad de encarnar esta utopía, esa es la Iglesia. Según José Luis Carlero, de Justicia y Paz, “que el lobo decida pacer con el cordero no es tarea fácil. Que el poderoso decida no oprimir, decida compartir, decida cambiar, es un largo camino. Que el pobre no desee ser como el rico, no tenga actitudes de poderoso y tenga un espíritu solidario también es un largo camino. El mediador debe amar profundamente para abrir la puerta de la posibilidad. Posiblemente hagan falta en el mundo más mediadores, con capacidad de de escuchar y creer en las posibilidades de la Humanidad”.

Esta postura de mediación ha sido la mantenida por el Observador Permanente de la Santa Sede ante la ONU, quien ha exigido, por ejemplo, “un compromiso político mucho mayor” en relación al cumplimiento del Protocolo de Kioto.

Sirvan de muestra, sin obviar su carácter simbólico, los paneles fotovoltaicos instalados en el aula Pablo VI por decisión de Benedicto XVI o las llamadas del Pontífice a “defender el Ártico”, así como el título que ostenta el Vaticano como primer y único estado del mundo con cero emisiones a la atmósfera.

Sin olvidar que Bergoglio se llamó Francisco en honor al santo de Asís y de la naturaleza. En Sanar un mundo herido, acaso la Compañía de Jesús llegue a la conclusión más precisa: “La crisis ecológica cuestiona también nuestra fe. Lo que está amenazado es el sueño mismo de Dios como creador”.

En el nº 2.888 de Vida Nueva.

 

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