¿En qué medida vivimos los auténticos valores cristianos?

dos personas en una iglesia a contraluz contemplando un crucifijo

La secularización y la escatología

dos personas en una iglesia a contraluz contemplando un crucifijo

JOSÉ ANTONIO GALINDO RODRIGO, OAR, profesor emérito de la Facultad de Teología de Valencia | El fenómeno de la secularización es, dentro de la comunidad de los creyentes, algo tan patente como preocupante, y como tal ha sido comentado y analizado en múltiples ocasiones. El tema, tan relacionado con el de la increencia, es de una complejidad y profundidad que sobrepasa ampliamente las capacidades humanas. ¿Por qué, por ejemplo, unos hijos de unos padres buenos, cristianos practicantes, se apartan totalmente de la vida de la Iglesia y dejan incluso de bautizar a sus respectivos hijos?

Si hablas con ellos y les preguntas el porqué de ese abandono, se advierte en muchos casos que ni ellos mismos lo saben con precisión.

Ciertamente, hay personas cuya reacción negativa frente a la Iglesia tiene unas razones muy concretas, pero en la mayoría de los casos no es así, y es sumamente difícil averiguarlo con exactitud.

Nos limitaremos aquí a hacer algunas observaciones, preferentemente relacionadas con la Iglesia, con la esperanza de descifrar algo lo que, sin duda, es un gran desafío para cualquier mente, por analítica que sea.

No pretendo afirmar con seguridad nada, sino más bien interrogar y preguntar y, sobre todo, invitar a opinar sobre este tema de suma importancia para los cristianos, para la Iglesia. Sería interesante que entre muchos se pudiera hacer algo de luz sobre la secularización sirviéndonos de esta magnífica ágora que es Vida Nueva.

El temor y el amor, motivaciones de la vida humana y cristiana

El aspecto más comentado de esta secularización es, seguramente, el fuerte decrecimiento de la práctica religiosa, sobre todo entre las nuevas generaciones. Sin duda que es importante, aunque muy difícil, desvelar y analizar las posibles causas, que son muchas, de este fenómeno.

Nos puede ayudar en esta complicada tarea el partir de la base proveniente de un hecho evidente, esto es, la gran diversidad que se da en los seres humanos respecto a tantísimos aspectos de sus personas y vidas. Y, en nuestro propósito, es muy importante percatarse de que se dan muchos grados en cuanto a la sensibilidad religiosa, y lo mismo en cuanto a la vivencia de los valores humano-espirituales.

Simplificando, hemos de distinguir entre las personas de sensibilidad religiosa baja y las de sensibilidad religiosa alta. Y lo mismo se ha de decir respecto del grado de vivencia de los auténticos valores humanos. Pero, como el ser humano es tan complicado, ocurre con cierta frecuencia que personas sensibles religiosamente hablando son de nivel bajo en cuanto a los valores, así como hay personas de gran sensibilidad para los valores y que, a la vez, son indiferentes en la dimensión religiosa.

Distinguimos entre las personas de
sensibilidad religiosa baja
y las de sensibilidad religiosa alta.
Las segundas reaccionan preferentemente
con motivaciones fundadas en el amor a Dios.

Dando todo esto por supuesto, me voy a permitir, por eficacia expositiva, unir a las personas de religiosidad baja con quienes muestran indiferencia hacia los valores, y los de religiosidad alta con los que aprecian mucho los valores. Y esto, esta coincidencia, es, sin duda, muy frecuente, aunque –como ya hemos dicho– no universal.

Lo que sí es importante observar es que abundan mucho más los seres humanos de religiosidad baja que los de religiosidad alta. El que haya tantas personas con religiosidad baja es, en el fondo, una de las consecuencias de la condición del ser humano como ser límite. Objetivamente hablando, es mucho más razonable hacer de Dios y de la vida cristiana la opción fundamental de la vida humana, pero la precariedad del ser humano en todos los sentidos, aun manteniendo que es un ser racional creado a imagen de Dios, hace bastante fácil y frecuente que opte por valores mediocres, relativos, temporales y pasajeros, dejando de lado a Dios y los valores que realizan en sentido positivo su ser en esta vida temporal y en la eterna.

En gran parte, esto lo hace el ser humano porque su inteligencia es muy reducida y está sometida a influencias de todo tipo, que la disminuyen en su función de orientar las opciones de la voluntad. Vemos, por ejemplo, cómo gran cantidad de jóvenes optan por ese modo de vida simplemente porque así lo hacen los demás. Este criterio, muy cercano a la irracionalidad, decide principalmente la orientación de sus vidas, que tanto va a tener que ver con la no consecución de la felicidad que es, después de todo, lo que los induce a esa conducta y lo que más desean.

Pues bien, las personas de religiosidad baja reaccionan con motivaciones interesadas o centradas en la propia conveniencia, procurando evitar lo que les causa temor y alcanzar lo que les puede causar felicidad y ventajas humanas para ellos mismos. Los de sensibilidad religiosa alta reaccionan preferentemente con motivaciones fundadas en el amor a Dios y, también, con motivaciones altruistas (ágape, amor incluso desinteresado a los demás).

Pues bien, sobre estas bases se puede hacer ahora más fácilmente el intento de descubrir alguna de las razones del porqué de la masiva presencia de la gente en las celebraciones de la Iglesia en tiempos pasados y la ausencia de las mismas, también masiva, de la gente de nuestro tiempo.

Pliego íntegro publicado en el nº 2.888 de Vida Nueva. Del 29 de marzo al 4 de abril de 2014

Compartir