Propiedades eclesiásticas

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Ya lo dijo Juan XXIII, cuando le preguntaron por qué no vendía el Vaticano y le daba el dinero a los pobres: “No sé si habría quien lo comprara”.

La polémica de las propiedades de la Iglesia, siempre latente. Es verdad que en la Iglesia se han cometido tropelías, como en instancias públicas con dinero de todos; y han ido a los tribunales. No echamos mano a la historia para recordar iniciativas y proyectos de la Iglesia para con los pobres.

Quienes tanto dinero pagan para tronos y enseres de Semana Santa en el sur, o en romerías y fiestas, ahoran levantan la voz por edificios que están abiertos al pueblo. La historia, pero, sobre todo, el sentido común debe imponerse en estas diatribas sobre una propiedad como la cordobesa.

Cuando Juan Pablo II hizo su primer viaje a Brasil, después de una ceremonia salió del protocolo, se metió en medio de una favela y visitó a una familia. Conmovido, les dejó de regalo su anillo de papa. No lo vendieron por su peso en oro para comprarse cosas necesarias. Es su tesoro, lo conservan en la capillita de la favela. El sentido de la propiedad tiene una estética; el sentido de la justicia va más allá. Revisar y replantear, pero no olvidar.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.887 de Vida Nueva

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