Los obispos nigerianos piden combatir la corrupción para acabar con los islamistas

fieles católicos de Nigeria van a misa

Cien campesinos cristianos son asesinados por pastores musulmanes en las montañas

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LUIS RIVAS | La violencia islamista recorre el noreste de Nigeria, habiéndose convertido ya en un factor de inestabilidad que amenaza a todo el Golfo de Guinea. A finales de febrero, miembros de la secta fundamentalista Boko Haram asesinaron a 59 estudiantes en los estados de Borno –donde se constituyó la milicia en 2002–, Yobe –adonde se trasladó en 2004– y Adamawa, acaso el foco de terrorismo más preocupante de todo el país, pues la población se resiste a duras penas a acatar los preceptos de la sharia.

“Acabo de regresar de Europa y, dondequiera que me he encontrado allá con nigerianos, me han preguntado lo mismo: ¿por qué Boko Haram mata a niños e inocentes?”, ha revelado el cardenal arzobispo de Abuja, John Olorunfemi Onaiyekan, haciendo suya la pregunta.

Así las cosas, ha conminado públicamente al presidente Goodluck Jonathan a “dar caza a los que roban el dinero en Nigeria” como única forma de neutralizar a los insurgentes. “Esas partidas –argumenta– no solo podrían utilizarse para aliviar el sufrimiento de los pobres, sino también para prevenir los ataques violentos en el norte”.

El obispo anglicano de Lagos West, el reverendo James Odedeji, coincide en que el yihadismo se alimenta de las irregularidades y del abuso de poder de los políticos, y recuerda al Gobierno que “debe asumir la plena responsabilidad de velar por la vida y la propiedad de los ciudadanos, como, por otra parte, juró hacer al asumir el cargo”.

La Iglesia nigeriana asiste alarmada a la expansión de la violencia sectaria, que se ha encarnizado significativamente en el conflicto que protagonizan ganaderos y comunidades indígenas también en la zona norte del país. El último episodio tuvo lugar el pasado 14 de marzo, cuando una batida de pastores de etnia fulani (de religión musulmana) masacró a más de cien agricultores cristianos en el Estado de Kaduna. La Conferencia Episcopal de Nigeria ha exigido al Ejecutivo una investigación sobre los asesinatos.

Pocos días después, los yihadistas intentaban asaltar un cuartel del ejército nigeriano en Giwa, donde permanecían prisioneros algunos de sus más ilustres milicianos. Durante el ataque perdieron la vida al menos 207 miembros de Boko Haram, informa el diario local Vanguard, si bien algunos de los rebeldes fueron rescatados aprovechando el desconcierto de la matanza. “Lo que pasa en la zona es una cosa bárbara: los ataques se producen a diario contra personas inocentes y es muy preocupante”, ha resumido el arzobispo de Lagos, Adewale Martins.

Un lastre para la educación

En un comunicado hecho público con pretensión de alcance internacional, los obispos de Nigeria califican de “sinsentido” los ataques de Boko Haram contra escuelas y residencias de estudiantes. Sin ir más lejos, la Conferencia Episcopal del país ha dedicado su primera asamblea plenaria de 2014 a los “problemas surgidos en la educación, pues esta también se ve afectada por la lacra de la violencia”.

La Iglesia lamenta asimismo que, “a pesar de los esfuerzos de los organismos de seguridad, la vida y la propiedad, en Nigeria siguen a merced de personas con malas intenciones”, instando a “encontrar soluciones duraderas para la paz y la reconciliación”.

En consonancia con estas peticiones, el obispo de Maiduguri, capital del Estado de Borno y origen de la secta islamista, ha exigido públicamente al Ejecutivo de Jonathan que tome medidas de transparencia y persiga el cohecho como único medio para derrotar a Boko Haram. Así, es preciso encuadrar en el contexto de las relaciones entre violencia y arbitrariedad política su petición a las autoridades de que “respeten, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, el derecho de los padres a elegir la educación que quieren dar a sus hijos”.

Trascendiendo el sectarismo religioso, la Conferencia Episcopal propone el establecimiento de una colaboración público-privada para evitar la discriminación en las escuelas por motivos económicos, tratando de garantizar un sistema educativo de calidad para todos los niños nigerianos.

En el nº 2.887 de Vida Nueva

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