Editorial

Francisco, un año de aliento y ternura

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papa Francisco saluda

EDITORIAL VIDA NUEVA | Lo que en aquella fría y lluviosa tarde del 13 de marzo del pasado año pareció una sorpresa, se ha ido viendo, transcurrido el tiempo, que solo era el acompasado ritmo del Espíritu Santo. Cuando el cardenal Bergoglio era elegido papa, todos iban recordando cómo, en el cónclave de 2005, su nombre, su perfil, su manera de entender la Iglesia ya estuvo en la mente y en el corazón de los cardenales que optaron por el cardenal Ratzinger.

Un largo pontificado como el de Juan Pablo II no podía cerrarse de forma abrupta; debía tener una suave continuidad, una inteligente transición que abriera un tiempo nuevo, como sucedió en la elección de Wojtyla en 1978.

En la Iglesia lo cambios no son copernicanos, ni se hacen de forma convulsa, sino que son llevados por la suave brisa del Espíritu, que entra por las coyunturas del momento e inspira lo que más conviene. En 2005 no podía ser otro; en 2013, tampoco podía ser otro.

Y ha pasado un año, y aquella novedad se ha hecho normalidad con un papa procedente del continente americano, en donde vive el mayor número de católicos; con un papa procedente de la Vida Religiosa y con una trayectora personal y pastoral enraizada en la espiritualida de Ignacio de Loyola, y con un papa que, por primera vez en la historia, tendrá como vecino y consejero a otro que, tras su gesto histórico, se ha retirado a orar. Novedades, pues, sin estridencias. Suaves soplos.

Y el nombre elegido, Francisco, era ya todo un programa de “renovación” desde lo esencial, marcado por el estilo del Poverello de Asís. Los cardenales encontraron a la persona que, con fuerza, energía y lucidez, devolviera a la Iglesia su lozanía y hermosura, lastimada por la miseria de quienes debían ser signo y ejemplo.

Benedicto XVI lo tuvo claro, puso los remedios, pero le faltaron fuerzas y apoyos para ponerse al frente de una nave que, en medio de las tormentas, debía seguir siendo “sacramento universal de salvación”, instrumento humano, pero llevado desde otras latitudes más hondas, más de arriba, más trascendentales.

Hay quienes critican los gestos del Papa como actuaciones de márketing latino. Hay quienes, por el contrario, caen en el vicio de la papolatría que antes criticaban. Hay para quienes la elección fue un error, pero son zarandeados por el diario ejercicio de su ministerio, y hay también quienes usan al nuevo papa para sus banderías, confrontándolo con sus antecesores.

Puestos a hacer balance, vemos cómo la Iglesia va retomando un camino sinodal desde la oferta y el diálogo, más que desde la ideologización. Se va viendo cómo se valorizan las Iglesias particulares, destellos de la universalidad y comunión en la diversidad, má que simples sucursales vaticanas.

Se advierte cada día que la prioridad ha de estar en la apuesta por los últimos, los más pobres, con sus rostros diversos, repartidos por las periferias, arrojados en las cunetas y a los que hay que curar sus heridas con mano samaritana, antes que señalarlos con el dedo acusador que solo conduce a la tristeza y la deserción.

Ha quedado claro que la Iglesia no es solo europea, sino más amplia, más rica, más católica y universal. Un estilo distinto para un tiempo distinto.

En el nº 2.885 de Vida Nueva. Del 8 al 14 de marzo de 2014.

 

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