Del desierto de la Cuaresma al jardín de la Pascua

hombre sentado en medio de una fuente circular de piedra

Cuarenta días de nuestra vida para preparar el único día de la Eternidad de Dios

hombre sentado en medio de una fuente circular de piedra

LLUÍS SOLÀ I SEGURA, monje de Poblet | Según el Diccionario de la RAE, desierto es “lugar despoblado, solo, inhabitado. Territorio arenoso o pedregoso que, por la falta casi total de lluvias, carece de vegetación o la tiene muy escasa”. Y jardín es “lugar casi siempre cerrado donde se cultivan flores y plantas ornamentales, generalmente destinado al recreo” (traducción del Diccionari de l’Institut d’Estudis Catalans).

Las definiciones de estos dos términos del diccionario son más bien frías y anodinas. Sin embargo, tomo estas dos palabras (desierto y jardín), de tantos ecos bíblicos, como matriz de mi reflexión, para preparar, para anticipar en el desierto de la Cuaresma el jardín de la Pascua.

¿Frías y anodinas? Más bien objetivas. Contienen elementos valiosos para la reflexión, para esta lectura compartida que quiero ofreceros. Lugar inhabitado. Es decir, de soledad. Más que la aridez, o el calor, nos interesa retener del desierto su dimensión de aislamiento, de incomunicación, algo que se aparta escandalosamente del proyecto de Dios para el hombre.

Y, de la definición de jardín, nos quedamos con su carácter de lugar cerrado, pero no para el aislamiento o la incomunicación, sino para la intimidad y el encuentro con uno mismo y con Dios, lo que, en verdad, no tiene nada que ver con el aislamiento. Me gusta también el concepto de esparcimiento o “recreo”: esto es, el jardín como lugar para la gratuidad y para la alegría del reencuentro, para la recreación, para la novedad de vida.

Ensayo de la alegría

Os propongo, con el divertimento inicial, entrar en la lectura comentada de algunos textos de la Sagrada Escritura, como una catequesis sencilla al misterio de la Pascua que nos disponemos a celebrar una vez más, un año más, y que la Cuaresma nos anticipa ya.

Los monjes de tradición benedictina vemos en la Cuaresma una anticipación de la Pascua, un ensayo de la alegría, un desierto que es ya, de algún modo, un jardín: san Benito define la Cuaresma como el tiempo del deseo espiritual gozoso de la Pascua, algo que además, según él, debe caracterizar toda la vida del monje (Regla de San Benito 49, 7). Será una catequesis en forma de meditación. Algo también muy benedictino. Los textos de la Biblia son para meditarlos, es decir, para llevarlos consigo, para degustarlos pausadamente, una y otra vez, sin prisas, para saborearlos, dejando que su dulzura nos impregne.

Jardín. ¡Bella imagen de la Pascua! Los monjes cistercienses, en el centro de nuestra casa, en el claustro, plantamos un jardín. Con un manantial de agua. Y hasta la decoración vegetal de los capiteles, coronando los troncos de las columnas, sugiere plásticamente la misma imagen de un bosque, de un jardín esculpido en piedra. Un espacio para la luz y para la belleza. Un espacio cerrado para la gratuidad del encuentro, no para la soledad del aislamiento.

Pero el jardín, por contraste, nos recuerda también la posibilidad del desierto: cuando el manantial de agua deja de manar, el jardín se convierte en un desierto; cuando truncamos en nuestro interior las fuentes de la vida, el corazón se seca. Y el desierto, por añoranza, nos debe evocar el jardín: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar”, canta el viejo salmo, y añade: “¡Cambia, Señor, nuestra suerte como cambian los torrentes del Négueb!” (Sal 125,1.4).

Itinerario de meditación y escucha

La Cuaresma nos hace revivir el desierto: 40 días de desierto, símbolo de toda una vida que se encamina hacia su horizonte, hacia la Pascua; 40 días de desierto, número imperfecto, para preparar 50 días de jardín, los 50 días de la Pascua que, bajo el signo de este número perfecto (san Agustín, en su comentario al salmo 150, habla del número 50 y cómo, al multiplicarlo por tres, el resultante es el conjunto del Salterio, para él un gran y admirable sacramento de Cristo), constituyen un solo día de alegría, un solo domingo de gozo: 40 días de nuestra vida, para preparar el único día de la Eternidad de Dios.

Un itinerario de 40 días, meditando la Palabra de Dios, escuchando su voz, que encuentra su meta, su solución y su sentido en el jardín de la Pascua. Durante la noche de Pascua, en la larga Vigilia “madre de todas las vigilias”, mediante las lecturas escogidas de la Escritura, y también mediante los signos palpables de la luz, el fuego, el agua, las flores, el olor del incienso, el sabor del pan y del vino, evocamos el primer jardín de nuestra historia, el jardín que hay al inicio de nuestro itinerario, en el fundamento de lo que somos como proyecto de Dios: el jardín de la Creación, que es donde está la clave de nuestra identidad.

Vamos, ahora, al primer jardín, allí donde empezó todo, al origen, a la raíz de todo…

Pliego íntegro publicado en el nº 2.884 de Vida Nueva. Del 1 al 7 de marzo de 2014

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