Teología construida sobre el Evangelio

ARMAND PUIG I TÀRRECH, decano de la Facultad de Teología de Cataluña (Barcelona)

Una vez le preguntaron a Jesús cuál era el primer mandamiento de la Ley. Él no rehuyó la pregunta y respondió que había dos primeros mandamientos o, si se quiere, un primero y un segundo: amar a Dios y amar al otro (véase Mc 12, 28-34). Todos los otros mandamientos de la Ley y de los Profetas “dependen de estos dos” (Mt 22, 40).

Jesús no redujo la Ley a dos únicos preceptos, sino que la focalizó en el mandamiento del amor. Así lo comprendió el Evangelio de Juan, donde se propone un único mandamiento del amor, el mandamiento “nuevo”, que encuentra en el amor de Jesús hacia los discípulos su fundamento y su medida (véase Jn 13, 32).

Estas reflexiones de cuño bíblico nos bastan para comprender la afirmación del papa Francisco en Río: “Toda la teología se puede resumir en las bienaventuranzas y en Mateo 25”. El gran referente de las bienventuranzas (Mt 5, 1-12 par. Lc 6,2 0-26) es Dios.

Él se presenta como amigo de los pobres, de los hambrientos, de los afligidos y de los perseguidos, pero también de los humildes, de los misericordiosos, de los limpios de corazón y de los pacificadores. El Reino se formula en términos de proximidad, de compañía, de proclamación de felicidad. Dios es quien toma partido a favor de los que el mundo deja de lado, y les garantiza un Reino que empieza ahora y aquí con su presencia salvadora, con su ternura de Padre.

Por otro lado, la atención de la perícopa del Juicio final (Mt 25, 30-46) se dirige hacia el otro, hacia el pobre, aquel que se encuentra herido en una de las múltiples periferias existenciales: el hambriento (también citado en las bienaventuranzas), el sediento, el extranjero, el desnudo, el enfermo, el prisionero. La sorpresa es que ese “otro” no es ni más ni menos que Jesús, quien se identifica con sus “hermanos más pequeños” (vv. 40.45). El Reino futuro, ya incoado, acogerá a los que Jesús designa como “benditos de mi Padre” (v. 34). Jesús, como Dios, se pone al lado de los pobres.

Así pues, si la Escritura es “el alma de la teología” (DV 24), podemos afirmar que la teología debe construirse sobre el mensaje central del Evangelio: hay una prioridad del otro, particularmente de los pobres, en el Reino de Dios y en las palabras de Jesús, Señor de vivos y muertos. Las palabras del Papa no van desencaminadas.

En el nº 2.882 de Vida Nueva.

 

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