La ‘lectio divina’ como una red de oasis (y II). La mesa de la Palabra

mujeres leyendo la Biblia sesión de estudio en grupo

Una peregrinación hacia Dios viviendo en el mundo

mujeres leyendo la Biblia sesión de estudio en grupo

JOAN ESCALES BARBAL, cura rural de la Diócesis de Urgell, licenciado en Teología y psicólogo | Uno de los aspectos más importantes para la vida espiritual del cristiano, en estos años del posconcilio, es el redescubrimiento de la Palabra de Dios. Asistimos, pues, a una epifanía de la Palabra de Dios en la comunidad cristiana, y hemos de alegrarnos y dar gracias al Señor por volver a empalmar con la gran tradición que marca la vida de plegaria de los primeros quince siglos de la Iglesia.

Digamos desde un principio que la auténtica meditación cristiana no está hecha, en primer lugar, para sacar provecho, sino para aumentar la comunión con Dios, que se pone delante de nosotros y nos ilumina. Y esta comunión se encuentra liberando los sentidos, bajando a lo profundo del ser y del hacer.

Meditar es leer despacio y releer, pensar y rumiar, fijar en la mente y conservar en el corazón la Palabra, para llegar así no a la discusión (escolástica), no a las sensaciones (devotio moderna), sino a la oración (oratio), a la contemplación y, como consecuencia, a la acción. Contemplativus in actione, decían los antiguos.

Solo la Palabra escuchada, acogida, conservada y meditada puede crear los profetas capaces de acciones liberadoras y de vanguardia. Hombres que, fieles a la tierra y a la humanidad, nos hablen de Dios.

Recordemos que la Revelación se ha realizado a través de la historia. Contiene un mensaje que es el resultado de acontecimientos políticos, económicos, personales, y este mensaje nos quiere mostrar la acción de Dios, los gestos de Dios a favor nuestro, propter nos homines. De manera que la espiritualidad, y en nuestro caso la meditación, no es un descenso intimista a nuestro interior, ni una ascensión personal hacia las alturas, sino una peregrinación hacia Dios viviendo en el mundo.

Por eso habrá que tener en cuenta, como mínimo, una lectura histórica, de cara a precisar el ambiente en el que ha surgido el texto bíblico, los interrogantes y necesidades de la fe a los que quería responder.

No un libro, sino una semilla

En la vida espiritual, la Palabra de Dios, es decir, la Escritura no debe entenderse nunca como una exposición ideológica. La Palabra de Dios es una llamada dirigida a cada persona para que conozca a Dios personalmente, se encuentre con Cristo y viva para Él y no para ella misma.

Debemos alegrarnos de los progresos de los estudios bíblicos y de su divulgación en estratos amplios del pueblo cristiano, pero debemos reconocer hoy una cierta esterilidad de la Palabra, porque nos acercamos a ella de una forma más intelectual que sapiencial, más especulativa que cordial.

La Palabra de Dios no es un libro, una colección de escritos, es una semilla (Mt 13, 19), algo que contiene la vida en sí misma (Dt 32, 47) y que desarrolla esta vida hasta crear el gran árbol del Reino. Germina en la historia y en la vida de cada persona.

Dios lo ha creado todo mediante la Palabra: estaba al principio cerca de Dios, y estaba con Él como arquitecto durante la creación (Pr 8, 30), infundiendo su fuerza y su sello a las criaturas que venían a la existencia: “En ella vivimos, nos movemos y existimos” (cfr. Hch 17, 28). Efectivamente, esta Palabra, desde la creación del mundo, es un proceso de concentración hasta hacerse carne, hasta convertirse en un hombre llamado Jesús.

La ‘lectio divina’ como una red de oasis (I). Hijos de la Palabra [extracto]

Pliego íntegro publicado en el nº 2.882 de Vida Nueva. Del 15 al 21 de febrero de 2014

Compartir