El desconocido poder de los votos

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Los católicos colombianos, el 80.1% de la población, están apoyando con sus votos a corruptos que han convertido la política en negocio de familia. En el congreso, en los concejos y asambleas, en las alcaldías y gobernaciones se sientan, apoyados por esos votos, personajes que uno no admitiría en su casa. No es complicidad, es inconciencia sobre un poder que puede hacer mejor o peor al país.

MANELa visita que el cardenal arzobispo de Bogotá hizo a la Corte Constitucional, a pesar de su apariencia protocolaria, fue objeto de debate. Con razón o sin ella, un editorialista la relacionó con un fallo de tutela que por esos días debía producirse sobre la adopción por parte de una pareja homosexual.

La visita, según el comentario, sería una intervención de la Iglesia en asuntos estatales, violatoria del reglamento de la Corte. La discusión alineó, a un lado, a quienes califican a la Iglesia como institución intolerante que con sus posturas hace sufrir a miembros de la sociedad; del otro lado estarían los que consideran necesario que la Iglesia defienda los principios que protegen la vida y los derechos de las personas.

También consideraron inconveniente la acción de la Iglesia los guerrilleros de las Farc en Putumayo. Según los panfletos que llegaron a las parroquias “todos los curas deben salir; se les pide que cierren las capillas, que no celebren ni prediquen”. Seis sacerdotes tuvieron que ser trasladados cuando recibieron amenazas del grupo armado.

Los políticos de Huila también pidieron el silencio de monseñor Duque Jaramillo, obispo de Garzón, cuando el prelado invitó a votar en blanco en unas elecciones para gobernador del departamento. En una circular leída en los púlpitos se les advertía a los electores que no debían dar su voto “por personas que no garanticen la libertad y la fidelidad de los fieles a la doctrina a la que pertenecen”. Según los políticos huilenses el obispo combatía así la aspiración de un candidato único, no católico.

 

Religión y política

Al plantearse en estos hechos el tema de las relaciones entre religión y política es notoria, inicialmente, la equivocada idea de que la Iglesia son los obispos, religiosos y sacerdotes, con exclusión de la feligresía, implícitamente considerada como una masa silenciosa e inactiva. Pero se la ve dinámica y combativa en otra noticia, esta de diciembre de 2012, sobre un grupo de “Católicos Anónimos” que, a través de un blog: Voto Católico (www.votocatolico-col.blogspot.com) se han impuesto la tarea de informar sobre la posición religiosa de los candidatos, con la invitación a no votar por los que mantienen posturas contrarias a la moral cristiana. La publicación de sus informaciones sobre las posiciones asumidas por los políticos en relación con temas como el aborto, políticas de género, uniones homosexuales, adopción por parte de parejas homosexuales, se conoció como “la lista negra” que provocó reacciones a favor y en contra en las que se revelan las ideas corrientes sobre este tema de las relaciones entre la política y la religión.

Rechazaron esa intervención de lo religioso en la política, los implicados; para quienes no se trata de temas en los que la religión tenga algo que ver. “Son fanáticos que no respetan el estado laico”, fue otra reacción; “esto no tiene que ver con la Iglesia ni con los curas inteligentes”, afirmó un tercero. La teóloga Isabel Corpas de Posada las llamó “posiciones fundamentalistas y retrógradas, como a fines del siglo XIX”; un vocero oficial de la curia afirmó, por su parte: “no son nuestros métodos, ni representan a la Iglesia”.

1525348_681784478539874_2143397663_nEn cambio, quienes vieron con buenos ojos la iniciativa informativa del grupo se explicaron: “dar a conocer las posturas de los políticos frente a estos temas es bueno porque esto influye en decisiones que nos afectan a todos”.

Agregado a los anteriores, este nuevo hecho hace más urgente una respuesta a la pregunta sobre las relaciones entre religión y política. Al comienzo de un año electoral, se hace necesaria la reflexión e información sobre el tema, especialmente si se tiene en cuenta que muchos de los graves problemas del país pueden ser relacionados con la práctica irreflexiva o mal informada del voto. O visto desde otro ángulo, no resulta coherente que en una sociedad que mayoritariamente manifiesta su adhesión a los valores cristianos, sean la corrupción, la violencia o la inhumanidad las que identifiquen sus actividades diarias. “¿Dónde está esa supuesta mayoría, cuando la noticia diaria ofrece un cuadro desolador de violencia, injusticia, corrupción e intolerancia?”, se pregunta la teóloga Corpas de Posada.

Hay que averiguar, por tanto, qué pasa con esa mayoría del 92.9% de creyentes, el 80.1% católicos, que hay en Colombia. La teóloga, con razón afirma: “si 8 de cada diez colombianos fueran realmente católicos de fe, este país sería un paraíso”.

MARCHA-PATRIÓTICA-INDEPENDENCIAPero no es paraíso y un intento de explicación tiene que echar mano de datos como el que ofrece la encuesta contratada por El Tiempo en los meses finales de 2011. Allí se encontró que para el 71.1% la religión es una experiencia individual antes que colectiva. Si esta realidad se confronta con la que teólogos y sociólogos recogen (Yaksic 40-44) es forzoso concluir que una religión así entendida, ha perdido o deformado su naturaleza. La imagen de la fe, reiterada en el Evangelio, la muestra como una luz que se enciende en lo alto de una montaña para que todos la vean. Esa figura se complementa con otras que muestran al creyente como fermento de la masa o como sal que le da sabor a los alimentos. Cualquiera de estas comparaciones contradice la idea de una fe que es solo para sí y sin repercusión social.

Es, pues, una naturaleza expansiva, de hecho social, la que constituye el ejercicio de la fe, y así aparece en la historia. Recuerda el teólogo chileno Yaksic, que “Lincoln fundó sus argumentos en contra de la esclavitud sobre un imaginario bíblico, y Martin Luther King hizo lo propio en relación con la segregación racial”. Si estos dos personajes hubieran aplicado la idea de que lo religioso es para consumo privado solamente, la historia que ambos hicieron sería distinta.

 

¿Asunto privado?

1470191_657592977625691_551219722_nCuando la Corte Constitucional a fines de 2012 ordenó a un juez que prescindiera de citas bíblicas en sus sentencias “para proteger la neutralidad religiosa que caracteriza al país”, compartió la idea de que la religión es un asunto privado que no se debe ventilar en público, tal como debe ser en una sociedad regida por una constitución que consagra un régimen laical. Ese rechazo a la intervención de lo religioso en la organización de la sociedad es explicable como reacción contra los abusos del pasado cuando las candidaturas, los nombramientos o los movimientos de la política se discutían en el palacio arzobispal; las elecciones se decidían en los púlpitos y confesonarios y la Iglesia militaba en un partido y en contra de otro. Guerras como la de 1876 con sus nueve mil muertos tuvieron una clara motivación religiosa y resuenan en la memoria del país cuando se reclama esa “neutralidad” que le recordó la Corte al juez de las citas bíblicas.

La reacción legítima contra esos extremos ha llevado a otro extremo en donde se pretende que para tratar los asuntos públicos el ciudadano se despoje de su alma religiosa, o por lo menos la oculte, para entrar a decidir asuntos que le conciernen, que afectarán su vida, sus intereses y su futuro y el de los suyos.

Reflexionaba Nicholas Wolterstorff (El lugar de la religión en el debate político) “si la sociedad no les permite a los ciudadanos fundar sus discernimientos y decisiones sobre sus creencias religiosas, se estaría violentando el libre ejercicio de su conciencia”.

Edison-SánchezUn extremo estaría precipitando al otro extremo de supresión de la libertad de conciencia. ¿Cuál es, por tanto, el justo medio entre estos dos extremos?

Los errores del pasado, al rectificarse, han dejado unos claros principios orientadores como los que acoge la pastoral de hoy.

Las creencias no se imponen, se comparten. El respeto a la libertad ajena -esa capacidad del otro para decidir por sí mismo- tiene en cuenta su dignidad, valora su capacidad para conocer y decidir y reconoce que en materia política no hay dogmas inapelables.

Al mismo tiempo encuentra que esos valores fundamentales de la democracia: la justicia, la libertad, la tolerancia, la igualdad, no son extraños para el creyente. Por el contrario, desde la fe estos valores se asumen con mayor fuerza y motivación.

Por tanto, al creyente no se le ha de impedir que participe en la vida pública con lo que él es. Esa participación es búsqueda en común, es decir, examen de distintas propuestas. Los programas políticos suponen, por eso, búsquedas, no adhesiones ciegas; pluralidad, no uniformidad.

Cuando el cristiano participa en política excluye la posibilidad de que haya “partidos de Dios”. Tampoco los hay del diablo; ni cree que el Reino de Dios pueda llegar a identificarse con proyecto político alguno. La historia de los errores de la Iglesia ha dejado una clara enseñanza: “el mundo será transformado por la gracia de Dios y no por la acción política”.

De este postulado teológico deriva la libertad de militancia al servicio de la propuesta política que el creyente considere más acertada, a sabiendas de su condición efímera y falible. También sabe que en cualquier partido político puede contribuir no a pesar de su fe, sino con las riquezas de su fe.

Los obispos colombianos, conscientes de la existencia de los hechos y dificultades mencionados, y de la necesidad de una participación inteligente y responsable de la extensa feligresía nacional trazaron su programa de evangelización de lo político, que constituye una guía para la pastoral en el actual período preelectoral (ver recuadro abajo).

 

El siguiente es un resumen del texto extenso que aparece en el documento de la Conferencia Episcopal: La Iglesia en Colombia, vol.2: La realidad que nos interpela.

 

Retos a la evangelización de lo político

IvanEstebanValenciaANuestro país requiere el ejercicio de la política en el sentido auténtico para contribuir a la construcción de una verdadera democracia.

La falta de una ética que acompañe a la práctica política ha llevado a la corrupción generalizada y al desconocimiento y pérdida del sentido de la legitimidad.

La ausencia de participación ciudadana consciente genera una democracia débil y expuesta a los abusos de poder.

El fenómeno del narcotráfico plantea para la evangelización la urgencia de hacer que en nuestro país se lleven a profundidad los valores de la transparencia y la probidad.

El anhelo creciente de paz, las búsquedas, propuestas e iniciativas numerosas para acabar la violencia y construir la paz son un gran reto para la labor evangelizadora.

 

Criterios para guiar la evangelización de lo político

  1. Existe una dimensión política de la evangelización y la responsabilidad que tiene toda la Iglesia. Un criterio clave es la moralización de la política.
  2. El compromiso político es diferente para los obispos, sacerdotes, religiosos y diáconos permanente que para los laicos y laicas. En el primer caso se refiere a la política en sentido amplio como búsqueda del bien común. En el caso de los laicos su compromiso es búsqueda, ejercicio y distribución del poder. En consecuencia, la política es una profesión noble y valiosa.
  3. Las exigencias del bien común están vinculadas al respeto y a la promoción integral de las personas y de sus derechos fundamentales. Entre estos derechos, el primero y fundamental, es el derecho a la vida.
  4. Tanto en lo político como en los demás aspectos de la vida social es necesario tener como  criterio el principio de la dignidad humana. La dignidad de toda persona ante Dios es el fundamento de la dignidad del ser humano.
  5. Criterio indispensable para promover la democracia auténtica es la construcción de la paz, meta de la convivencia social.
  6. Otro criterio fundamental es la búsqueda de participación.
  7. Es indispensable que haya absoluta claridad en cuanto a que las relaciones entre  la Iglesia católica y la comunidad política son independientes y autónomas.
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