Ricardo Menéndez Salmón: “Jesús pertenece a todos los corazones e inteligencias”

Ricardo Menéndez Salmón, escritor

Escritor, publica ‘Niños en el tiempo’

Ricardo Menéndez Salmón, escritor

Entrevista con Ricardo Menéndez Salmón [extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | La carrera literaria de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971), desde la publicación de La ofensa (Seix Barral, 2007) –novela que le descubrió ante la crítica y los lectores fuera de Asturias–, se proyecta con rigor, firme, incomparable en la escena literaria española. “Me veo como un escritor exigente consigo mismo, en perpetua búsqueda de sentido a lo que hace. Y también como alguien que, en esa búsqueda, a menudo incómoda, encuentra, si no respuestas, sabiduría o felicidad, al menos consuelo y el testimonio de la belleza”.

Entre otras razones, porque Menéndez Salmón contiene una gran voluntad de estilo, con un lenguaje, incluso, de ecos bíblicos: “El lenguaje religioso ha alcanzado unos niveles de expresión altísimos –responde–. Muchos de los escritores que admiro, como Michon o Faulkner, tienen ese tono, una forma peculiar que genera recogimiento y exaltación”.

Ha sabido, además, retratar, como pocos, un tema como el mal –con esa magnífica trilogía que componen La ofensa, Derrumbe y El corrector– y, por supuesto, la salvación, en novelas como La luz es más antigua que el amor y Medusa.

La salvación ante la pérdida de un hijo es el gran tema de Niños en el tiempo (Seix Barral), su décima novela, recién publicada: arriesgada, ambiciosa, honda, marcada ante todo por la recreación de la infancia de Jesús de Nazaret. La novela se divide en tres historias aparentemente independientes –“La herida”, “La cicatriz” y “La piel”–, pero que van a encontrar su ensamblaje.

La primera relata la angustia de un matrimonio ante la muerte de un hijo y su separación. Él, Antares, es novelista. Ella, Elena, traductora. La segunda inserta ese relato acerca de Jesús niño –también de José y de María ante la paternidad– que da plenitud a la novela y que escribe Antares para derribar su dolor recreando la infancia que no tuvo su propio hijo. El tercero, tres décadas después del primero, es de esperanza ante un embarazo, y ante el que Antares encuentra por fin la calma. “Todo nació sobre la idea de indagar, con todo respeto, en la infancia de Jesucristo. Y luego me di cuenta de que la historia necesitaba un contrapunto y de ahí la idea del matrimonio que pierde al hijo”.Niños en el tiempo, novela de Ricardo Menéndez Salmón, Seix Barral

PREGUNTA.- Parte, dice usted, de la “idea de indagar, con todo respeto, en la infancia de Jesucristo”. La pregunta obligatoria es simple: ¿por qué?

RESPUESTA.- Mi interés por la figura de Jesús no es exclusivamente religioso. Y es que una de las figuras capitales de nuestro imaginario nos ha sido dada a conocer como personaje de un relato plural, mestizo, equívoco. Jesús es un personaje literario de primer orden, nacido de distintas plumas y sensibilidades, y cuya vida se organiza con vistas a un fin propagandístico: la transmisión de un mensaje nuevo de amor, esperanza y redención. Que esta fascinante aventura careciera de una infancia propia, de un relato que se asomara a ese instante en el tiempo, me parecía extraordinariamente sugestivo.

P.- Recrea una infancia, digamos, alternativa de Jesús, sin sostén histórico. Libérrima, diría. ¿Cómo es este Jesús?

R.- He quedado satisfecho en la medida en que este Jesús nacido de la imaginación literaria me parece decisivamente humano y profundamente conmovedor. En un momento de la novela se dice: “Tenemos que regalarle una infancia a este niño. Cómo, si no, alguien podrá un día creer en él”. Creo que ese empeño tiene mucho de delicado y, a la vez, de necesario. También, por qué no decirlo, de justo. Una justicia poética, si se quiere, pero justicia al fin y al cabo.

P.- Es también una aproximación profundamente laica. Dice usted de un “no creyente”. ¿Qué va a aportar este Jesús a los católicos?

R.- La convicción de que hay símbolos que pertenecen a todos, tal es su poder de penetración, y que pretender apropiárselos, institucionalizarlos o reducirlos a fórmulas dogmáticas supone traicionarlos sin remedio. Como Sócrates o Buda, Jesús pertenece a todos los corazones y a todas las inteligencias, independientemente de que nos acerquemos a su peripecia desde la fe, el escepticismo o la negación.

“Este Jesús nacido de la imaginación literaria
me parece decisivamente humano
y profundamente conmovedor”.

P.- ¿Y qué le aporta este Jesús a usted?

R.- Algo parecido a la frase de Brecht que encabeza la segunda parte de la novela. La idea de que “ningún mortal es tan grande que no pueda ser incluido en una plegaria”.

P.- Usted se ha definido como un lector del Antiguo Testamento. ¿Qué encuentra en la lectura de textos bíblicos?

R.- La literatura veterotestamentaria me parece una de las cumbres de nuestra tradición cultural. Cuando uno lee el Pentateuco, los libros sapienciales o a los profetas mayores siente que se encuentra ante una de las más bellas y, en ocasiones, terribles manifestaciones del genio literario desde que la palabra cumple una función no solo simbólica, sino también de transmisión de conocimiento o ideología. Más allá de la fuerza o de la verdad de los mensajes contenidos en esos textos, el modo en que esos mensajes se han plasmado literariamente es abrumador.

Dolor y salvación

P.- Más que una novela sobre la paternidad o la maternidad, esta es una novela sobre el dolor y la salvación, también sobre temas bíblicos…

R.- Dolor, culpa, redención, pena, condena, castigo, salvación, recompensa, reconciliación… Todas esas ideas establecen una dialéctica constante en Niños en el tiempo. Diría que esta es una novela que nace como un libro de duelo y concluye como un libro de celebración. En este trayecto de la herida a la piel, de la más terrible pérdida a la confianza en un renacimiento, esas ideas centrales encuentran acomodo.

“En algún lugar he señalado que
quizá este sea mi libro más feliz,
más confiado en una suerte de reconciliación
con los propios demonios”.

P.- No hemos hablado del matrimonio que, en la novela, vive el drama de la pérdida de un hijo, luego la separación. Finalmente, él, Antares, encuentra de nuevo la esperanza…

R.- En algún lugar he señalado que quizá este sea mi libro más feliz, más confiado en una suerte de reconciliación con los propios demonios. El lector, en cualquier caso, descubrirá –espero que con agrado– qué papel puede jugar una posible infancia de Jesús en este tránsito de la muerte a la vida.

P.- Antares, como muchos de sus protagonistas, es escritor, pero también es un personaje epígono en el que muchos lectores pueden verse…

R.- Como Príamo, que acaso represente al padre por antonomasia que ha perdido a su hijo, Antares es un hombre que ha sufrido la más intolerable de las desgracias, pues la muerte del hijo atenta contra la propia flecha del tiempo y hace dudar de todo. En ese sentido, todo padre lleva un Antares potencial en su corazón. Si la muerte nos recuerda siempre que somos hombres, la muerte del hijo nos recuerda, además, que no es sencillo creer en un principio trascendente, justo y bondadoso.

P.- No niega usted que esta es una novela atrevida y compleja. Sin embargo, a la vez la califica como su primera novela “para todos los públicos”…

R.- Porque su capital de emoción me parece innegable. Frente a otros títulos míos, más fríos, más notariales, forjados sobre una mirada más intelectual, si se quiere, Niños en el tiempo es un libro que apunta directamente a los más profundos sentimientos.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.880 de Vida Nueva

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