Tres miradas a ‘Evangelii gaudium’

Tres reconocidos teólogos españoles analizan el ‘programa de gobierno’ del papa Francisco

peregrinos en una audiencia general con el papa Francisco agitan manos gigantes de colores con mensajes de paz y amor

J.I. GONZÁLEZ FAUS, J.M. ROVIRA BELLOSO Y L. GONZÁLEZ-CARVAJAL | Tres reconocidos teólogos españoles comparten con los lectores de Vida Nueva algunas de las reflexiones que les ha sugerido la lectura de la exhortación apostólica Evangelii gaudium, considerada ya por muchos como la hoja de ruta del papa Francisco al frente de la Iglesia católica. De sus respectivos comentarios se deduce que este documento no solo marcará el pulso y el curso del actual pontificado, sino que traza las grandes líneas de lo que supone ser cristiano en el mundo de hoy.

 

Lo mejor de ‘La alegría del Evangelio’

JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS, responsable del área teológica de Cristianismo y Justicia

El alma de la pasada exhortación del papa Francisco sobre la alegría del Evangelio me parece que radica en esta frase: “El Evangelio es el mensaje más hermoso que tiene este mundo” (núm. 277). Qué bien dicho: no se trata de tener la razón ni de “la religión verdadera” que está por encima de todo. Se trata de una oferta, de un anuncio que yo también considero el más hermoso que he recibido: la revelación del amor increíble de Dios a los hombres, visibilizado en el envío y la entrega de Su Hijo.

De esa oferta increíble se sigue este párrafo central: “Cada persona humana es digna de nuestra entrega. No por su aspecto, sus capacidades… o las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es reflejo de la ternura infinita del Señor y Él mismo habita en su vida… Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por eso, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida” (núm. 274, subrayado del original). He aquí el meollo del cristianismo.

Y de este venero tan rico, brota un hilo conductor del texto que me parece estar en la igualdad entre todos los seres humanos y que Francisco prefiere expresar con la palabra “equidad”, la cual ayuda a percibir mejor cómo toda desigualdad, toda inequidad es una auténtica iniquidad.

Curiosamente, y siguiendo la misma intuición que movió al Vaticano II (en la constitución sobre la Iglesia en el mundo), esto le lleva a la raíz última de casi todas las desigualdades, que está en el campo económico. Y le inspira algunas de las formulaciones más diáfanas y valiosas de todo el documento. Eso es lo que me gustaría mostrar aquí (…)

chica joven con la cara pintada con los colores del Vaticano

 

La renovación eclesial pasa por el Evangelio

JOSEP M. ROVIRA BELLOSO, profesor emérito de la Facultad de Teología de Cataluña

Evangelii gaudium es la síntesis de todas las florecillas que el Papa ha dicho o realizado, aquí y allá, en estos meses de pontificado, reunidas en una exhortación apostólica muy cercana en rango a una encíclica papal. Ahora ya nadie podrá decir que el contexto no permite tomar al pie de la letra lo que el Papa ha dicho de paso, seguramente con otras palabras, dichas en el avión…

No es nada original decir que la exhortación se presenta como el programa del papa Francisco. Este programa pone de relieve un tema con muchísimas variaciones: la renovación eclesial coincide con una Iglesia que escucha a fondo el Evangelio de Jesús y, por tanto, es fiel a su misión evangelizadora. Cada cristiano encontrará el don del sentido de la vida si es fiel al testimonio evangelizador, fruto de vivir la Palabra de Dios que es Jesucristo y de expresarla con palabras humanas que nos acercan a la gente.

Para exponer con objetividad las grandes líneas de este programa, no hay más que transcribir algo que el papa Francisco dice en la Introducción. En efecto, después de ponderar la alegría espiritual que comunica la novedad del Evangelio (núm. 14), expone estas grandes líneas:

  • Reforma de la Iglesia a partir de su misión evangelizadora.
  • La Iglesia ha de entenderse en consecuencia como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza.
  • Inclusión social de los pobres en la sociedad y en la Iglesia.
  • La paz y el diálogo social.
  • Las motivaciones espirituales para la tarea misionera.

Sin olvidar, por fin, las tentaciones de los evangelizadores y la homilía de los ministros. La homilía es importantísima: merece estar entre los grandes ejes de la exhortación.

Ahora destacaré una serie de puntos significativos, importantes. Los señalaré también con objetividad, puesto que los acompaño con palabras mismas del Papa; pero con cierta subjetividad, porque elijo los que me han impactado (…)

 

El programa del papa Francisco

LUIS GONZÁLEZ-CARVAJAL SANTABÁRBARA, profesor jubilado de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas

religiosa con una nariz roja de payaso

Quizás una “parábola” con la que Joseph Bouchaud expresó la impresión producida por Juan XXIII podríamos aplicarla con más motivo todavía al papa Francisco. Además de algunas adaptaciones obvias, voy a resumirla, porque el texto original tiene cinco páginas:

Había una vez un barco, un viejo y hermoso barco que llevaba mucho tiempo anclado en el muelle. La vida a bordo tenía distinción. Los oficiales estaban ataviados con uniformes de distintos colores –negros los de más baja graduación, violáceos y rojos otros–, a los que algunos habían añadido adornos (capas, armiños, condecoraciones…).

Las relaciones entre los mandos superiores y los subalternos se regían por un ceremonial cargado de ampulosos ritos y reverencias. En realidad, la vida a bordo resultaba fácil porque todo cuanto había que hacer u omitir estaba regulado por un reglamento muy preciso que todos observaban escrupulosamente.

Como es lógico, en el barco había también marineros, aunque apenas se les veía en cubierta. Trabajaban en las bodegas y en la sala de máquinas, a pesar de que el cuidado de los motores no era demasiado importante en un navío que no abandona nunca el puerto. Las señoras venerables que paseaban por el muelle se decían unas a otras: “Ese barco es mi preferido; es un barco muy fiel, no se mueve nunca de su sitio”.

Un día se jubiló el capitán y, cumpliendo el reglamento de régimen interno, los oficiales de uniforme rojo se reunieron para nombrar un nuevo capitán y eligieron a uno de ellos, ya de edad avanzada, que subió con cierta dificultad la escalera que conduce
al puesto de mando.

Y, de repente, se le oyó decir algo que dejó petrificados a todos: “Levad anclas, ¡rumbo a la mar!”. Uno de los oficiales se atrevió a preguntar: “¿Hemos entendido bien? ¿Podría repetir…?”. Y el capitán repitió con voz muy clara: “He dicho: ¡rumbo a alta mar!”.

Entre los oficiales se extendió un murmullo que acabó convirtiéndose en clamor: “¡Está completamente loco, se va a hundir el barco!”. En cambio, muchos marineros se alegraron, viendo que se acababa la monotonía.

Cuando la tierra desapareció de la vista se desencadenó una tempestad, y entonces todos cayeron en la cuenta de que el reglamento vigente en el puerto no servía para alta mar. Algunos gritaban, muertos de miedo: “Volvamos al puerto, que nos hundimos”; pero, al fin y al cabo, los barcos están hechos para navegar. Y empezó a cambiar el reglamento.

El programa del papa Francisco es, en esencia, una pastoral misionera; y una pastoral misionera no espera a que la gente visite el barco, sino que va a buscarla allá donde esté. Dicho como en la parábola de Bouchaud, el barco abandona el puerto y pone rumbo a alta mar.

La Iglesia –dice el Papa– debe ser una comunidad “en salida” (EG, 23). Y no le preocupan los riesgos que pueda correr el barco alejándose del puerto: “Prefiero –dice– una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG, 49).

Pliego publicado en el nº 2.879 de Vida Nueva. Del 25 al 31 de enero de 2014

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