Roma-Moscú: el deshielo ecuménico

Iglesia de Santa Catalina de Alejandría y basílica de San Pedro en Roma

La ortodoxa iglesia de Santa Catalina de Alejandría y, al fondo, la basílica de San Pedro

Roma-Moscú: el deshielo ecuménico [extracto]

DARÍO MENOR (ROMA) | El Vaticano y el Patriarcado ortodoxo ruso nunca han estado tan cerca: hacen frente común a los desafíos de la descristianización y a la persecución de los cristianos en Oriente Medio, allanando así el terreno para un eventual encuentro entre el papa Francisco y el patriarca Kirill.

Al salir de la iglesia ortodoxa de Santa Catalina de Alejandría, los cerca de 200 fieles que participan en la misa cada domingo se topan con una vista impresionante: la cúpula de la basílica de San Pedro. A menos de un kilómetro en línea recta, la mole del cupulone domina el panorama, mientras que sobre ellos se erigen las cúpulas con forma de bulbo de la principal parroquia de Roma dependiente del Patriarcado de Moscú.

Para completar el escenario, unas grúas se interponen entre el templo ortodoxo y el corazón de la Iglesia católica, formando una curiosa alegoría de los tiempos de reformas que se viven en estos primeros compases del pontificado de Francisco.

La liturgia la celebra el archimandrita Antoniy, secretario de la administración de las parroquias ortodoxas rusas en Italia y ex secretario personal de Kirill, patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa y líder espiritual de 150 millones de fieles. Este joven moscovita encarna el ecumenismo de calle, el que va más allá de las declaraciones oficiales y afronta cada día las dificultades y los gozos del contacto directo entre los discípulos del mismo Jesús, pero no fieles de la misma Iglesia.

Me recibe en un moderno despacho en una de cuyas paredes tiene enmarcada una fotografía en la que aparece al lado de Kirill. A Antoniy se le nota más joven, sobre todo por la barba, menos crecida que en la actualidad. Sobre la mesa baja hay otra instantánea, también enmarcada. Aparece dándole la mano al papa Francisco y al fondo se ve, sonriente, al metropolita Hilarión, presidente del departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú.

Cuando le pregunto si colgará su imagen con el Pontífice al lado de la que tiene junto al Patriarca, responde sonriendo: “Aún no lo he decidido”.

A la relación entre Roma y Moscú le sucede lo mismo que a Antoniy ante su fotografía con el Papa: hay buena disposición e ilusión, pero también algo de vértigo ante lo que pueda ocurrir y miedo a dar un paso en falso. La prudencia y la espera dictaminan la toma de decisiones.

celebración ortodoxa rusa celebrada por el patriarca Kirill y a la que asiste el primer ministro ruso Dmitri Medvédev

El primer ministro Medvédev en una celebración presidida por Kirill

Las expectativas, en cualquier paso, parecen justas: el deshielo entre la Iglesia católica y la ortodoxa rusa se ha acelerado y cada vez parece más cercano el encuentro entre Francisco y Kirill, el primero entre un obispo de Roma y un patriarca de Moscú desde el cisma entre Oriente y Occidente de 1054.

Hay señales que anuncian esa entrevista, como las continuas visitas que cardenales y arzobispos de peso han realizado a la capital rusa en los últimos meses. La semana antes de Navidad la pasó allí el suizo Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (PCPUC), el dicasterio vaticano encargado del ecumenismo. Koch se reunió con Kirill, quien manifestó sus “grandes expectativas” en el pontificado de Francisco.

Antes que él visitaron Moscú el arzobispo Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, y el influyente purpurado Angelo Scola, arzobispo de Milán y papable en el último cónclave.

Los viajes no son en un solo sentido, pues Hilarión acude a menudo a Roma. En la última ocasión, a mediados de noviembre, tuvo una audiencia con el Papa.

“Óptima relación”

Andrea Palmieri, subsecretario del PCPUC, confirma el buen momento: “Mantenemos una óptima relación con los ortodoxos. Hay muchos proyectos de colaboración a nivel cultural y teológico, además de las visitas. Hay una común atención a la defensa de los valores del patrimonio cristiano, que están amenazados en nuestra sociedad secularizada. Nos damos mutuo apoyo con estas cuestiones, como también ocurre con la preocupación por los cristianos de Oriente Medio”.

En la respuesta a la descristianización hay una defensa compartida del concepto tradicional de familia y un rechazo frontal al matrimonio homosexual y, sobre todo, al aborto. Fruto de esta colaboración es la conferencia que se celebró en noviembre en Roma bajo el lema Ortodoxos y católicos, juntos por la familia.

La lucha contra la interrupción voluntaria del embarazo es, además, un terreno compartido por el Gobierno de Moscú, que trata de aumentar la tasa de natalidad para detener la disminución y envejecimiento de la población.

El presidente ruso, Vladímir Putin, teme que si continúa esta tendencia, esta bomba demográfica dinamitará la restauración de Rusia como potencia. De hecho, coincidiendo con la audiencia en el Vaticano con Francisco, el 25 de noviembre, promulgó una ley que prohíbe hacer publicidad del aborto.

En el rechazo de esta práctica, y en tantos otros temas, las agendas del Patriarcado y del Kremlin coinciden, en esa mezcla de intereses religiosos y geopolíticos que caracteriza a la Iglesia ortodoxa rusa en muchas ocasiones.

visita del patriarca ortodoxo Kirill a Polonia en 2012

La histórica visita de Kirill a Polonia en 2012 supuso un paso más en la reconciliación

Otro gran punto de sintonía con los católicos es la defensa de la presencia cristiana en Oriente Medio. Las “primaveras árabes” han acelerado una situación ya deteriorada por la invasión de Irak, que acabó provocando el exilio de la mayoría de los caldeos. Con el conflicto sirio, las dificultades han empeorado.

Allí se da esa versión del ecumenismo de la que habló Francisco en su entrevista en La Stampa: la mezcla de la sangre de los mártires, pues a los asesinos no les importa si sus víctimas son católicos, ortodoxos o protestantes; solo que son discípulos de Cristo.

La defensa de los cristianos de Oriente Medio se ha convertido en los últimos meses en una prioridad del Kremlin, que quiere recuperar el estatus de protector sobre esas minorías que tenían ya los zares. “La Iglesia nunca se ha implicado en la política internacional como intermediaria de alguna idea del Estado ruso. La Iglesia tiene su propio orden del día y sus intereses en la esfera internacional. No obstante, a menudo estos intereses coinciden completa o parcialmente con los estatales”, reconocía Hilarión en una entrevista con el diario ruso Kommersant.

Ponía como ejemplo de esta colaboración a Siria, que Kirill visitó –junto con el Líbano– en 2011, cuando comenzaba el conflicto. Fruto del entendimiento con Roma es el trabajo conjunto que se está llevando a cabo para conseguir la liberación de los eclesiásticos secuestrados en Siria: dos obispos y una decena de monjas, por parte ortodoxa, y el jesuita Paolo Dall’Oglio, por parte católica. Hubo tambén un mutuo rechazo a la intervención armada de los Estados Unidos y Francia contra el régimen de Bachar Al Asad.

El aborto, la defensa de
la presencia cristiana en Oriente Medio o Siria
son los grandes temas de los que hablarían
Kirill y Francisco en un eventual encuentro.

Esos son los grandes temas de los que hablarían Kirill y Francisco en un eventual encuentro. Además, por supuesto, de las cuestiones teológicas, que se van tratando en las sucesivas reuniones de la comisión mixta existente desde hace décadas.

Aunque las dos partes concuerdan en que existe la posibilidad de la entrevista entre el Pontífice y el Patriarca, no coinciden en el momento en que debería producirse.

Para Roma, la entrevista sería una señal, una llamada a desbrozar el camino ecuménico, como expresaba el cardenal Koch en los micrófonos de Radio Vaticano: “Sería algo hermosísimo ofrecer, en este momento, un símbolo, algo que pueda llamar la atención sobre el deseo de comunión de Francisco y de Kirill, que resulte visible para todos”.

En cambio, en la Iglesia ortodoxa rusa esa cita se ve como el final de un recorrido, no un principio. “Nadie ha dicho nunca por parte del Patriarcado de Moscú que ese encuentro no vaya a tener lugar. Es importante que esa entrevista se prepare bien, debe ser el fruto de un trabajo por ambas partes para resolver los problemas existentes. No debe ser solo una reunión para darse la mano delante de las cámaras”, señala Antoniy.

Sector antiecuménico

No es la primera vez que se utiliza esa justificación, pues ya se planteó al barajarse la idea de un encuentro entre Juan Pablo II y el anterior patriarca, Alexis II. Lo recuerda bien el jesuita Simon Costantin, profesor de Historia rusa y eslava en el Pontificio Instituto Oriental.

En una sala del vetusto edificio donde tiene su sede este organismo vaticano dedicado a formar a los sacerdotes de las Iglesias orientales, Costantin cuenta que al precedesor de Kirill “no le gustaba nada el circo mediático” que solía acompañar al Papa polaco en sus viajes. Estaba dispuesto a reunirse con él, pero “sin presencia de la prensa”.

Este profesor gigantón de origen estadounidense y que ha pasado buena parte de su vida en Rusia no acaba de verle mucho sentido a un encuentro entre Francisco y Kirill. “¿Serviría verdaderamente para algo? ¿Iba a resolver los problemas entre ambas Iglesias?”, se pregunta, escéptico, lamentando, además, la supuesta falta de información del Papa sobre la relación con los ortodoxos.

Para llegar a la reunión
hay que construir una “confianza recíproca”
e ir “caminando juntos por el mismo camino”.

También expresa dudas sobre la eventual entrevista Adriano Roccucci, profesor de la Universidad Roma 3, experto en Historia rusa y secretario general de la Comunidad de Sant’Egidio: “La Iglesia rusa es muy prudente sobre ese encuentro debido a que dentro de ella hay un sector antiecuménico. Quiere ver si se dan las condiciones y cómo se vería entre los suyos”.

A su juicio, para llegar a la reunión hay que construir una “confianza recíproca” e ir “caminando juntos por el mismo camino”. “No se trata de negociaciones entre dos gobiernos”, asegura Roccucci, quien viaja con frecuencia a Moscú. La última, a finales de noviembre, acompañando a Paglia en la visita que le hizo a Kirill.

Palmieri apunta, por su parte, la postura “posibilista” de Hilarión respecto al encuentro, que no obstante “no tiene aún ni fecha ni lugar”. Este último punto es significativo, pues en principio se descartaría Roma y Moscú y se optaría por un país “neutral”, como Suiza o Suecia, propone Costantin.

papa Francisco recibe al metropolita Hilarión del Patriarcado Ortodoxo de Moscú

Francisco, con el metropolita Hilarión del Patriarcado de Moscú

La mejor muestra de la separación que aún prevalece entre católicos y ortodoxos se obtiene al escuchar sus diferentes ideas de lo que significa el ecumenismo, ese largo camino iniciado por el Concilio Vaticano II. Habla Antoniy: “Ese término no se entiende de la misma manera por todas las personas. Es, antes que nada, diálogo, que cada uno pueda expresar lo que piensa y el otro lo escuche. En ese diálogo, el objetivo ha de ser expresar los puntos de vista de los cristianos hacia los problemas que afrontan, ya sean éticos, morales o de otro tipo, como la situación de nuestros hermanos en Oriente Medio. Nuestros jerarcas han hablado sobre la necesidad de aunar esfuerzos. Este es el principal objetivo del diálogo ecuménico: ver cuáles son los puntos sobre los que podemos hablar”.

El discurso de Moscú no concuerda del todo con el de Roma, expresado por Palmieri: “El objetivo del ecumenismo es el restablecimiento de la plena comunión entre las Iglesias, visible en la única sede. Así lo propuso el Concilio Vaticano II. El diálogo tiene que ser un medio para superar la separación, pero solo es posible si las dos partes están dispuestas”.

El conocimiento profundo de la realidad de las dos Iglesias y de las diferentes posturas sobre cómo ha de ser la relación, hacen pensar a Costantin que el ecumenismo “debe llevar a un diálogo donde todos se respeten, no más allá”.

“Cuando se habla de unidad, los ortodoxos rusos piensan en unión, y no están de acuerdo. A ellos no les gusta que las Iglesias orientales se hayan latinizado”, opina el profesor del Pontificio Instituto Oriental.

Aunque las negociaciones tengan un techo que, a su juicio, nunca podrán superar, sí se puede mejorar el contacto entre ambas Iglesias a nivel local. Ese trato diario lo conoce bien Antoniy. “Normalmente, la relación es muy fluida con los obispos católicos. A veces les pedimos que nos dejen celebrar en parroquias católicas y casi siempre la respuesta es positiva”, cuenta. Él mismo participa en congresos y encuentros organizados por el Vicariato de Roma y acude a las grandes celebraciones en la basílica de San Pedro. “Las relaciones también se expresan a este nivel, digamos, personal”.

“De separación han pasado muchos siglos,
no se puede creer que en dos días se vaya a arreglar todo.
Por parte católica y ortodoxa hay grupos de diálogo no fácil”.

Cuando le pregunto si el diálogo ecuménico debe conducir hacia la unidad de todas las Iglesias bajo el liderazgo de Roma, frunce el ceño y responde con estas palabras: “Estoy de acuerdo en que es muy triste que los cristianos estemos divididos. Cristo nos dijo que todo el mundo entendería que éramos sus discípulos si estábamos unidos. Por desgracia, los cristianos no pueden cumplir este mandato de Jesús. Lo primero que tenemos que hacer es rezar por la unidad. Es lo que nuestra Iglesia hace al principio de cada liturgia. Debemos hablar de las cosas que pueden unir nuestros esfuerzos”.

El monje de Montserrat, Manuel Nin, rector del Pontificio Colegio Griego de Roma y buen conocedor del mundo oriental, explica que las Iglesias aceptan la “presidencia en la caridad del obispo de Roma”, por lo que quedaría por resolver “el primado de jurisdicción”.

Nin me recibe en su despacho, cuyas paredes no tienen ni un hueco libre para que cuelguen más iconos orientales. Con un inconfundible acento catalán pese a haber pasado casi media vida en Roma, apunta que la unidad solo se alcanzaría respetando “la diversidad de tradiciones litúrgicas, canónicas y teológicas”.

“De separación han pasado muchos siglos, no se puede creer que en dos días se vaya a arreglar todo. Por parte católica y ortodoxa hay grupos de diálogo no fácil. En la ortodoxia hay, a veces, realidades eclesiales muy antiecuménicas”, advierte el rector, que luce la larga barba propia de muchos eclesiásticos orientales. Costantin va más

papa Francisco y Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, 25 noviembre 2013

Francisco, con el presidente Putin

“Un redil renovado”

Otro experto en estas relaciones como el evangélico Paolo Ricca, catedrático de la Facultad Valdense de Teología de Roma, dice que el objetivo no ha de ser “que todos los cristianos se hagan católicos”. “La idea es crear una comunión con el reconocimiento recíproco de cada uno con sus tradiciones. A mí no me interesa un papa que intente ser un imán ecuménico”, afirma, descartando que haya que “volver al redil de Roma”, aunque sea “un redil renovado”.

En su opinión, la “comunión ecuménica” solo podrá alcanzarse a través de un camino conciliar. “Habría que crear un concilio en el que haya un lugar para el papa y los patriarcas. Cada uno de ellos estaría por debajo del concilio, que sería el organismo máximo. Todas las Iglesias deberían estar representadas, según su número, y dejar un espacio también para los laicos y, en especial, para las mujeres, que son mayoría en la verdadera comunidad cristiana”.

Pero, para Paolo Ricca, este escenario es más un deseo que una posibilidad: cree poco probable que se convierta en realidad, pues “va contra la historia espiritual y de los hechos”.

Tal vez nunca vea la luz ese organismo ecuménico que anhela el profesor evangélico, pero la reforma que Francisco planea para el Sínodo de los Obispos sí que puede abrir una nueva puerta para los ortodoxos. El propio Papa dijo que los católicos tenían mucho que aprender de ellos en cuanto a colegialidad en el viaje de vuelta desde Río de Janeiro.

“El nuevo modelo de Sínodo de los Obispos sería apreciado por el mundo ortodoxo. Se mira con buenos ojos que se siga este rumbo”, dice Palmieri, quien, no obstante, advierte de que “no se puede ir con un modelo precocinado” para afrontar el diálogo hacia la eventual comunión.

“El desarrollo del Sínodo de los Obispos como verdadero órgano permanente al lado del Papa, en el que estuvieran representadas las distintas Iglesias, haría ver a los ortodoxos que en Roma existe la sinodalidad. Debería ser como una especie de consejo de sabios en el que hubiera un lugar para los orientales. Primero habría que formarlo solo con católicos”, opina Nin, dejando la puerta abierta a que luego se sumaran otras comunidades cristianas.

Aunque el deshielo entre Roma y Moscú está en marcha, el camino a recorrer por ambas Iglesias es todavía largo y ni siquiera está claro adónde conducirá. Tal vez dentro de unos años, Antoniy se arrepienta de haber colocado su foto con Francisco al mismo nivel de la que tiene con Kirill. O de no haberlo hecho.

capilla de campaña grecocatólica en la Plaza de la Independencia de Kiev, Ucrania

Capilla de campaña grecocatólica en la Plaza de la Independencia de Kiev

 

Ucrania, el nudo gordiano en las relaciones

Ucrania. Cuando se examinan los problemas en las relaciones entre la Santa Sede y el Patriarcado de Moscú, las miradas siempre se dirigen hacia ese país del este de Europa, que tiene en su propio origen etimológico (Krajina, frontera) el primer motivo de su pulso interior.

Los ucranianos tienen el corazón partido: unos miran hacia Rusia, otros hacia Europa. La división también se da en la religión: hay quien tiene su centro espiritual en Roma, en Moscú o incluso en Kiev.

Los incidentes vividos en las últimas semanas, con la ocupación de la Plaza de la Independencia de la capital por parte de miles de ciudadanos proeuropeos y disconformes con el gobierno de Víktor Yanúkovich, es la última manifestación de esta lucha interna para definir dónde quiere ubicarse el país.

“La mayor dificultad en la relación entre Roma y Moscú está en Ucrania. El problema nació con la abolición de la Iglesia grecocatólica ucraniana por parte de los comunistas. Sus posesiones pasaron a los ortodoxos, pero tras el fin del bloque soviético, recuperó la mayoría de sus parroquias y centros de culto. La Iglesia ortodoxa rusa, en cambio, ha perdido casi toda su presencia en la parte occidental del país”, explica Frank Sysyn, director del Centro Peter Jacyk para las Investigaciones Ucranianas, dependiente de la Universidad de Alberta (Canadá).

El florecimiento de los grecocatólicos ucranianos, con alrededor de 30.000 parroquias y más de cuatro millones de fieles, choca con la idea de Russikiy Mir (Mundo ruso), defendida por el Patriarcado de Moscú en consonancia con el Kremlin, según la cual Ucrania es parte primordial del área de influencia rusa, tanto desde el punto de vista religioso como político.

“Kirill pretende mantener a su Iglesia en las antiguas repúblicas soviéticas como resistencia a los aires europeos y al secularismo. Le da miedo, además, el crecimiento de los ortodoxos que no obedecen a Moscú”, dice Sysyn. Se refiere a la Iglesia autocéfala ortodoxa ucraniana y a la comunidad dirigida por el Patriarcado de Kiev.

Moscú considera cismáticas estas realidades eclesiales y, para responder a ellas, contempla incluso excepciones a sus propias normas. En cualquier otro lugar está prohibido que un sacerdote ortodoxo entre en política, pero sí que se permite que lo haga en Ucrania para hacer frente a un eclesiástico de alguna de estas otras Iglesias que haya optado por postularse.

La mayor dificultad en la relación
entre Roma y Moscú está en Ucrania.
El problema nació con la abolición de
la Iglesia grecocatólica ucraniana por parte de los comunistas.

Andrea Palmieri, subsecretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, reconoce que la cuestión ucraniana es “muy compleja”. Señala como raíz del problema la devolución por parte del Patriarcado de Moscú de algunas propiedades que pertenecieron a la comunidad greco-católica, así como las relaciones de esta con las “realidades ortodoxas no reconocidas”.

Desde Kiev, donde está participando activamente en las “justas protestas” contra Yanúkovich, el obispo grecocatólico Boris Gudziak dice por teléfono que es “una excusa” que haya que resolver “el supuesto problema ucraniano” para poder establecer mejores relaciones entre la Iglesia católica y el Patriarcado de Moscú.

“Hay miedo a afrontar uno de los grandes problemas dentro del mundo ortodoxo, que es la pérdida de posición del Patriarcado de Moscú en Ucrania. Pierde influencia entre aquellos que pretenden una comunidad eclesiástica con un carácter ucraniano”, sostiene Gudziak. La división de los seguidores de Kirill ha quedado al descubierto durante las protestas, pues hay algunos que las apoyan y otros que defienden “el imperialismo ruso”.

“El Patriarca de Moscú actúa muchas veces en sintonía con Putin, que es responsable de que no se haya firmado el acuerdo con la Unión Europea, lo que ha motivado las protestas”, asegura el obispo grecocatólico.

En su opinión, son erróneas las acusaciones de que su Iglesia está “catolicalizando” el país, pues “el 99% de los que vuelven a la comunión con Roma solo recuperan la posición” que tenían antes de la Segunda Guerra Mundial. “Se olvida el florecimiento de las Iglesias ortodoxas en el país, excepto la comunidad fiel a Kiril. El Patriarcado de Moscú debe intentar contestar a una pregunta dolorosa: ¿por qué está fracasando en Ucrania?”.

El reto que supone la Iglesia grecocatólica ucraniana para la propia Santa Sede se ve en la consideración que le dispensa. Pese a constituir el grupo oriental más numeroso, no está liderado por un patriarca, sino por un arzobispo mayor. Un ascenso irritaría a Moscú, aunque se trataría tan solo de oficializar el tratamiento de patriarca que muchos de sus fieles ya reservan, sin embargo, a Sviatoslav Shevchuk.

En el nº 2.878 de Vida Nueva

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