1914 o el fin de la esperanza

soldados en la Primera Guerra Mundial

Numerosos ensayos coinciden en las librerías con motivo del centenario de la Primera Guerra Mundial

soldados en la Primera Guerra Mundial

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | El centenario de una barbarie. La mayor hasta entonces que había vivido la Humanidad. La Gran Guerra. La guerra que cambió la historia. Una destrucción y una crueldad desconocida que transformó el mapa europeo e inauguró un siglo XX hostil y pendenciero en el que, por primera vez, se introdujo el concepto de aniquilación.

La posteriormente denominada Primera Guerra Mundial fue exactamente eso: un prólogo de la que estallaría en 1945. “Casi todos los países que participaron calcularon que el conflicto que estalló en agosto de 1914 iba a ser breve. Duró más de cuatro años y dejó ocho millones de muertos, de los que un tercio fueron civiles”, explica el historiador Julián Casanova, autor de Europa contra Europa, 1914-1945 (Editorial Crítica).

Europa ha vuelto a preguntarse por la génesis de la decadencia que representó la Gran Guerra de 1914. Además del libro de Casanova, en las librerías coinciden ahora numerosos análisis del desastre, dos de ellos extraordinarios: son los de Margaret MacMillan en 1914. De la paz a la guerra (Turner) y Max Hastings en 1914. El año de la catástrofe (Crítica).

MacMillan –en línea al título original en inglés de su libro: La guerra que acabó la paz– no solo insiste en la idea de que la guerra es el fracaso de la política, sino que, además, pone sobre la mesa la hipótesis de que la guerra no fue, ni mucho menos, inevitable, como aún hoy propugnan otros muchos historiadores: “Existían muchas razones por las que no tenía que haber estallado, pero, cegados porque ocurrió, se tiende a contemplar todos los acontecimientos anteriores como prolegómenos. En realidad, la gran pregunta no es por qué empezó la guerra, sino por qué no pudo mantenerse la paz”.

La primera responde a un error de cálculo descomunal: todos los dirigentes de la época subestimaron el poder destructivo de la nueva tecnología militar. “No previeron lo que iba a ocurrir, pese a que había muchas advertencias. Se veía que, a causa de la nueva tecnología, podía llegarse a un mortífero punto muerto. Pero la capacidad de los seres humanos para ignorar lo que no quieren saber es ilimitada”. La artillería, las alambradas y las ametralladoras paralizaron a los ejércitos en las trincheras. El que iba a ser un conflicto de pocos meses duró cuatro años.

¿El origen? Hastings apunta a que la causa fue, básicamente, el ímpetu militarista del kaiser Guillermo II. Ya en 1912, como ha demostrado el historiador alemán Fritz Fischer, Alemania estaba preparada para el “gran combate” con el que esperaba dominar Europa. Solo necesitaba un pretexto. Ese detonante fue el atentado contra el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del Imperio austro-húngaro, en Sarajevo, el 28 de junio de 1914. Pero otros historiadores como Sean McMeekin culpan a Rusia; o a Gran Bretaña Niall Ferguson; mientras que Christopher Clark presenta a una Europa que se adentra “sonámbula” en la guerra. La cuestión sigue sin resolverse.libros de ensayo sobre la Primera Guerra Mundial

“Pese a que han fascinado y seguirán fascinando a los historiadores y a los estudiosos de la política –escribe MacMillan–, quizá tengamos que aceptar que nunca habrá una respuesta definitiva, porque para cada argumentación existe una contra argumentación sólida”.

Paralelismos

Decana del St. Antony’s College de la Universidad de Oxford, MacMillan no dejar de nombrar paralelismos entre aquel 1914 y hoy día: “Vivimos en un mundo muy diferente, tras dos guerras mundiales y la Guerra Fría hemos aprendido a reconocer mejor los peligros. Pero al mismo tiempo, es indudable que hacemos frente a muchos de los mismos problemas: nacionalismos, ideologías, la hostilidad de sectores de las democracias hacia ellas…”.

O el terrorismo. “Sí, resulta difícil no comparar a la joven Bosnia o la Mano Negra con Al Qaeda. El asesinato de Sarajevo sirvió a los que en el Imperio austrohúngaro querían invadir Serbia de manera parecida a cómo Bush aprovechó el 11-S para atacar Irak”.

Las semejanzas entre nuestro tiempo y aquel 1914 también las tiene presente Max Hastings. “Aunque la historia no se repite, siempre es importante entender el pasado –afirma– si tenemos alguna esperanza de entender nuestro futuro. La crisis del euro estuvo presente durante todo el tiempo que estuve estudiando para escribir este libro. Pongo todo el énfasis en que no creo que vaya a haber otra guerra en Europa, pero, aun así, muchos se preguntan hoy: ¿eran estúpidos los líderes de Europa en 1914 que no vieron lo que iba a ocurrir? La respuesta la tenemos en nuestros propios líderes”.

¿Qué significó aquel “largo túnel de sangre y oscuridad”, como definió André Gide a la Primera Guerra Mundial? “Durante cien años, Europa creyó en certidumbres y eso acabó en 1914 –responde Hastings–. Durante mucho tiempo después de la guerra, pensaron que había sido tan terrible que no sería posible otra conflagración, y también en eso se equivocaron. El eslogan de 1933 en Gran Bretaña fue Nunca Más, un movimiento pacifista muy grande que surgió para conmemorar el 15º aniversario del fin de la guerra, porque creían a pie juntillas que los jóvenes británicos nunca volverían a luchar”.

El papel del Papa

El Imperio austro-húngaro, con el apoyo de Alemania, declaró la guerra a Serbia el 28 de julio. Rusia, aliada serbia, ordenó la movilización general. El 1 de agosto, Alemania declaró la guerra a los rusos y el 3 a Francia, que también había movilizado sus ejércitos en la frontera en virtud de la alianza militar franco-rusa de 1894. La Triple Alianza –a la que luego se unieron el Imperio otomano e Italia, antes de cambiar de bando– contra la Triple Entente: Francia, Reino Unido y Rusia–, a la que se sumaron la propia Serbia y Bélgica, que había sido invadida por Alemania. Fue el maldito verano de 1914.

En el Vaticano, entretanto, un nuevo papa había sido elegido esos días: el italiano Benedicto XV, que jugó un papel singular de absoluta neutralidad y, sobre todo, de símbolo de la paz. No en vano la historia le conoce como el “papa de la paz”. Hasta el 2 de abril de 1917 no salió Estados Unidos en defensa de la Triple Entente. Había comenzado el final de la Gran Guerra.

Cuatro imperios –el ruso, el austrohúngaro, el otomano y el Reich alemán– desaparecieron al acabar la contienda. “En 1919, solo quedaban los imperios británico y francés. Todos los demás habían desaparecido, y con ellos, un amplio ejército de oficiales, soldados, burócratas y terratenientes que los habían sostenido”, explica Casanova.

Pero la verdadera consecuencia de 1914 fue aún mucho mayor de ocho, nueve, hasta diez millones de muertos. Hay quien habla de 15 millones, sumando los civiles y el genocidio armenio: “Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el destino de Europa comenzó a decidirse por la fuerza de las armas. Fue un conflicto de una escala sin precedentes, con dos frentes principales, uno occidental y otro oriental. Ya a comienzos de 1915, hubo ataques con bombas desde el aire, ejecutados por británicos y alemanes. Y las atrocidades cometidas sobre los civiles demuestran que esa guerra inauguró una nueva época en la violencia entre estados, que alcanzó su cénit en la Segunda Guerra Mundial”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.878 de Vida Nueva

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