OBITUARIO: Ricard Maria Carles, un pastor cercano y de fe firme

Ricard Maria Carles, cardenal arzobispo emérito de Barcelona, fallecido en diciembre 2013

Ricard Maria Carles, cardenal arzobispo emérito de Barcelona, fallecido en diciembre 2013

JORDI LLISTERRI (BARCELONA). Foto: LUIS MEDINA | Desde el 19 de diciembre, los restos del cardenal Ricard Maria Carles Gordó descansan en Basílica de la Virgen de los Desamparados de Valencia, tras el funeral que se celebró en la Catedral de Barcelona. Falleció el 17 de diciembre en Tortosa a los 87 años tras unas semanas hospitalizado. Valencia, Tortosa y Valencia, representan precisamente los tres puntos vitales su biografía.

Nació en la capital del Turia en 1926 y fue ordenado sacerdote a los 24 años en la misma archidiócesis. Desplegó su actividad sacerdotal en varias parroquias y como delegado diocesano de Clero y de Pastoral Familiar, que, junto con Juventud y la Pastoral Social, fueron sus grandes preocupaciones.

Pero en agosto de 1969 recibió el nombramiento para la responsabilidad eclesial que más años ocupó en su trayectoria: obispo de Tortosa. Durante 21 años rigió esta sede catalana pero con un tercio del territorio en la provincia valenciana de Castellón. Su tarea fue la aplicación del Vaticano II en una diócesis con un perfil tradicional.

Por eso, se apreció su proximidad y disponibilidad hacia los feligreses, que era el nuevo perfil episcopal que pedían los tiempos conciliares. También destacó por su dedicación personal a la formación y al acompañamiento de los seminaristas. Durante esos años fue presidente de la subcomisión Episcopal para la Familia y presidente de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades de la Conferencia Episcopal Española.

Esta labor, y el reconocimiento y afecto que le tenían en Tortosa, fue especialmente valorada cuando en 1990 Juan Pablo II se fijó en él para suceder al cardenal Narcís Jubany como arzobispo de Barcelona. Así llegó Carles a la que, con cuatro millones de habitantes, era, entonces, la segunda diócesis más poblada de Europa y que dirigió hasta su jubilación, en 2004.

Un nuevo modelo organizativo

En una primera etapa reorganizó los organismos sectoriales agrupando delegaciones para facilitar la coordinación. Al mismo tiempo, creó nuevas demarcaciones territoriales con un obispo auxiliar responsable de cada una de ellas para acercar la figura del obispo a los feligreses. Con este modelo organizativo, impulsó los tres ejes que propuso para renovar la pastoral diocesana: identidad, comunión y misión.

Pronto llegó otro reconocimiento de la Santa Sede y en 1994 fue creado cardenal. La Prefectura de Asunto Económicos, el Consejo de Cardenales para cuestiones organizativas, Justicia y Paz o Educación Católica, fueron algunos de los organismos vaticanos con los que colaboró. Ya jubilado, participó en el conclave de 2005 que eligió a Benedicto XVI.

También fue elegido vicepresidente de la CEE en 1999 durante el primer mandato presidencial del cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela.

En Barcelona fue reconocido su celo evangelizador y su dedicación prioritaria a las vocaciones, a los jóvenes y a la acción social. También la sociedad catalana aplaudió sus críticas públicas a la deriva política de los espacios informativos de la Cadena Cope. Pero tuvo, especialmente en los últimos años, una dura contestación sobre su forma de gobierno y la elección de algunos de sus colaboradores. La reacción a las falsas acusaciones de blanqueo de dinero por el caso Torre Anunziata aún enrareció más este clima.

La sucesión de Carles por Lluís Martínez Sistach coincidió con la división de la Archidiócesis de Barcelona y la creación de las nuevas sedes episcopales de Sant Feliu de Llobregat y de Terrasa. En su despedida, Carles dijo que no era partidario de esta división, pero como el mismo hizo en toda su trayectoria episcopal, pidió obediencia a la Santa Sede.

Esta fidelidad eclesial fue una de las virtudes que destacó el cardenal Martínez Sistach en el funeral en la Catedral de Barcelona. Acompañado de los cardenales Rouco y Cañizares, del nuncio Fratini, y de unos 20 obispos concelebrantes, Sistach remarcó cómo “nuestro hermano Ricard Maria invirtió su vida al servicio de Dios y de la Iglesia, olvidándose de sí mismo y dejando así una estela de buenas obras”. Y destacó que “es la firmeza de la fe lo que lo sostuvo y consoló en medio de las pruebas y las noches que –como todo buen creyente– encontró también él en el camino de la fe y del ministerio pastoral”.

Un recuerdo que se complementa con el reconocimiento unánime a su profunda espiritualidad. Una espiritualidad ligada a su afición por el montañismo que también quiso transmitir a los suyos.

En el nº 2.877 de Vida Nueva

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