No solo de pan vive el hombre, pero también

mendigo sentado en la puerta de una iglesia en Bruselas

La lucha contra el hambre y a favor de la justicia, prioridad para la Iglesia

comedor social de iglesia

J. L. CELADA | Hace un par de meses, el Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM) convocaba en Burundi a las comisiones regionales de Justicia y Paz del continente. Sobre la mesa de trabajo, un propósito que resume perfectamente los desvelos de la Iglesia al servicio de un mundo más justo: promover el buen gobierno, el bien común y, en el caso africano, las transiciones democráticas.

Antes, sin embargo, los participantes condenaban las situaciones que se interponen en la consecución de tales fines. Se trata de muy diversas expresiones de la infinita pobreza que asola aquellas tierras: la explotación de los más vulnerables (esclavitud y tráfico infantil, tráfico de órganos…), la violencia y los abusos de guerrilleros sin escrúpulos en países como la República Centroafricana o la vecina República Democrática del Congo, el incremento del fanatismo religioso de sesgo islamista en otros lugares como Nigeria, Malí, Kenia, Somalia o Egipto, la extracción injusta de recursos naturales que causa nuevas muertes, la corrupción y el abuso de poder, la falta de libertades sociales, de opinión y de alternancia política en tantas y tantas naciones…

Contra todo eso –y mucho más– se ha seguido empleando a fondo la Iglesia durante 2013, aun a riesgo de las vidas de algunos de sus miembros. En África y en otros tantos puntos calientes del planeta. Porque su compromiso con quienes más lo necesitan no entiende de fronteras. Sí de prioridades; y, entre estas, combatir el hambre siempre ha sido objeto de especial atención.

Así lo ha vuelto a poner de manifiesto la campaña global lanzada recientemente por Cáritas Internationalis, con el apoyo del papa Francisco. Su inequívoco lema (Una sola familia humana, alimentos para todos) nos habla de justicia, pero también de solidaridad; y su ambicioso objetivo es terminar con el hambre para 2025.

La iniciativa, que se extenderá hasta mayo de 2015, cuenta para ello con el apoyo de otras organizaciones de Iglesia (en España, además de Cáritas, Manos Unidas, Obras Misionales Pontificias o REDES), porque toda ayuda es poca ante “un escándalo mundial de casi mil millones de personas”, como lo calificaba el propio Pontífice en un vídeo-mensaje difundido para la ocasión. “No podemos mirar a otra parte, fingiendo que el problema no existe –recordaba Bergoglio–. Los alimentos que hay a disposición hoy en el mundo bastarían para quitar el hambre a todos”.mendigo sentado en la puerta de una iglesia en Bruselas

En su opinión, esta urgencia reclama un lugar en el corazón de cada persona. No solo para compartir lo que se tiene, sino para ser “promotores de una auténtica cooperación con los pobres, para que, a través de los frutos del trabajo de ellos y de nuestro trabajo, podamos vivir una vida digna”. Esta aspiración pasa por “dar voz a todas las personas que sufren silenciosamente el hambre, para que esta voz se convierta en un rugido capaz de sacudir el mundo”. Una invitación que él quiere transmitir a toda la Iglesia que pastorea y a las instituciones nacionales e internacionales que rigen los destinos del mundo.

El escándalo del hambre

No era la primera vez, a lo largo de su pontificado, que el Papa argentino nos interpelaba sobre tan importante responsabilidad con quienes menos tienen. El 16 de octubre, coincidiendo con la Jornada Mundial de la Alimentación, Francisco envió un mensaje al director general de la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, con sede en Roma), el brasileño José Graziano da Silva, en el que sostenía que “es un escándalo que todavía haya hambre y malnutrición en el mundo”.

Y añadía: “No se trata solo de responder a las emergencias inmediatas, sino de afrontar juntos, en todos los ámbitos, un problema que interpela nuestra conciencia personal y social, para lograr una solución justa y duradera”.

Con este mismo espíritu trabaja la red de Cáritas Europa, presente en 46 países del Viejo Continente, lo que le facilita un conocimiento directo y cercano de la realidad circundante, fundamental para documentar con abundantes datos económicos y sociales sus estudios de la misma. Tal es el caso del informe El impacto de la crisis europea, presentado el pasado febrero en Bruselas.

Tras el análisis de la situación que atraviesan cinco países como Grecia, Irlanda, Portugal, Italia y España, Cáritas advertía de que la conversión de la deuda privada de los bancos en deuda pública, así como la apuesta casi exclusiva por las políticas de austeridad, estaban conduciendo a un modelo “injusto e insostenible”, que corre el riesgo de convertirse en “irreversible”. Si esta es la fórmula que propugnan los gobernantes continentales para alcanzar la ansiada recuperación, todo apuntaba ya entonces –según el brazo caritativo de la Iglesia– que estamos abocados al fracaso, pues cada vez queda menos espacio para la “justicia social”.

¿Y para la esperanza? El cristiano no puede renunciar a ella. Por mucho que se nos haga “creer que la verdad, la justicia y la paz son una utopía y que se excluyen mutuamente”, reconocía Benedicto XVI en su último discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede.

Aquel 7 de enero, el papa Ratzinger volvía sobre la crisis económica y financiera para denunciar cómo “se ha absolutizado con demasiada frecuencia el beneficio, en perjuicio del trabajo”, y cómo nuestras sociedades occidentales se han “aventurado de modo desenfrenado por el camino de la economía financiera en vez de la economía real”.

Y el hoy papa emérito nos sugería entonces un modo de “encontrar de nuevo el sentido del trabajo y de un beneficio que sea proporcionado”. “Sería bueno –decía él– educar para resistir la tentación del beneficio del interés particular y, a corto plazo, para orientarse sobre todo hacia el bien común”.

La misión de educar

Educar. Ahí reside también otra de las claves del compromiso eclesial al servicio de los últimos. Valga simplemente como muestra la labor que realiza una de las muchas familias religiosas dedicadas a esta vocación universal: el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. En 2013, celebró su II Asamblea Internacional para la Misión Educativa Lasaliana.

Una Familia, una Misión: Lasalianos Asociados para el Servicio Educativo de los Pobres fue el significativo lema de un encuentro que identificó y sintetizó los principales desafíos a los que se enfrentan estos religiosos –y la Iglesia en general– en el ámbito educativo en los más diversos contextos: desde la secularización y el pluralismo religioso de nuestras sociedades occidentales hasta el anuncio explícito de la Palabra y el testimonio de vida como grandes medios de evangelización, sin olvidar ese otro testimonio silencioso y una presencia educativa profundamente humanizadora que respete a las personas y la cultura local en escenarios más hostiles.

Privilegiando siempre en esa misión la pastoral en favor de los más necesitados, auténtico ADN de los seguidores de Jesús de Nazaret.

En el nº 2.876 de Vida Nueva. Sumario del número especial

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