El gesto revolucionario de Benedicto XVI que lo cambió todo

La inesperada renuncia de Ratzinger, inicio del cambio

papa Benedicto XVI lee su renuncia dimisión

Benedicto XVI, en el momento de comunicar su renuncia

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Muy pocas personas sabían lo que iba a suceder el pasado 11 de febrero cuando Benedicto XVI entró en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico. Ante una nutrida representación de cardenales responsables de los principales organismos vaticanos, estaba previsto que se analizaran distintas causas de canonización. Y así fue, pero luego la cita adquirió una relevancia tal que, a los pocos minutos, todas las agencias de comunicación del mundo iban a transmitir una notica que generaría una enorme conmoción.

Fue a partir del discurso de Joseph Ratzinger, cuando el pontífice alemán dijo esto: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. (…) En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de Pedro y anunciar el Evangelio es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu; vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma, sucesor de san Pedro, que me fue confiado por medio de los cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013 a las 20:00 horas, la sede de Roma, la sede de san Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencia, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice”.

De repente, la Iglesia se veía convulsionada por un hecho inédito: la renuncia de un papa. Y es que, aunque es cierto que ha habido tres precedentes (Benedicto IX en 1044, Celestino V en 1294 y Gregorio XII en 1415), todos ellos se dieron en contextos en los que la Iglesia padecía la lacra de la corrupción y proliferaban las luchas internas por el poder político, siendo los papas príncipes temporales a la vez que cabezas de una comunidad espiritual.

No obstante, si en algo convenían la mayoría de analistas, es que la retirada de Benedicto XVI, más allá de un menoscabo en sus fuerzas físicas, obedecía a un deseo de impulsar una reforma integral en la Iglesia que él no se veía ya facultado para llevar a cabo.

Un repaso al contexto de inicios del pasado año permite recordar que, entonces, el escándalo del caso Vatileaks o el conocimiento de malas prácticas financieras en el Instituto para las Obras de Religión (IOR), la banca vaticana, marcaban la actualidad eclesial y reflejaban una batalla de fondo entre varios purpurados y el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, acusado por varios de sus críticos de no tener experiencia en el ámbito diplomático y, en consecuencia, buscar monopolizar los nombramientos curiales con personas afines y crear en torno suyo la conocida como “ala bertoniana”.

Contexto crítico

En un tiempo marcado por las fuertes tensiones internas, el episodio más dañino y mediático había sido el caso Vatileaks, zanjado en primera instancia con el encarcelamiento de Paolo Gabriele, mayordomo papal, condenado por el robo de documentación privada de Ratzinger que, con el supuesto fin de “protegerle de sus enemigos”, acabó siendo siendo publicada en el libro Su Santidad. Los papeles secretos de Benedicto XVI.

A esto, que sin duda causó un grave daño moral al Papa, se unían escándalos heredados del pontificado de Juan Pablo II, como la salida a la luz de numerosos casos de abusos sexuales a cargo de clérigos y religiosos durante décadas y en varios países de todo el mundo, con una incidencia especial en los Estados Unidos, Alemania o Irlanda (a cuya comunidad católica Benedicto XVI había dirigido una amplia carta pidiéndoles perdón por el crimen de la pedofilia).

En otro sentido, había sido significativa la intervención a la Legión de Cristo, a cuyo fundador, Marcial Maciel, se le acabaron conociendo al menos tres hijos de dos mujeres diferentes. Después de varios años de travesía hacia la purificación, bajo el control del cardenal Velasio de Paolis como delegado pontificio, el próximo enero habrá un nuevo gobierno central y renovadas constituciones para la Legión.

Bajo la perspectiva de ese complejo contexto, se entiende perfectamente cómo el aparente paso atrás de Ratzinger (simbolizado con la imagen de su helicóptero sobrevolando Roma camino de Castel Gandolfo, donde ese 28 de febrero, a las ocho de la tarde, pasó a ser papa emérito), no fue sino un aldabonazo en la conciencia de toda la Iglesia, llamando la atención de quienes ya reivindicaban la necesidad de un cambio, como se pudo comprobar en el transcurso de las congregaciones generales previas al cónclave del que resultaría elegido Francisco, con un gran número de cardenales reclamando la reforma de la Curia, una gestión eclesial menos vertical y una pastoral de diálogo con el mundo asentada en los aspectos más puramente evangélicos, con un mayor énfasis en la misericordia.

Precisamente, es muy interesante comprobar que, entre quienes calificaron de profética la renuncia de Benedicto XVI, estuvo el entonces cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, quien se manifestó así: “Se habla de un papa conservador, pero lo que Benedicto XVI hizo al anunciar su renuncia representa en realidad un gesto revolucionario, un cambio en 600 años de historia”. Y es que, a su juicio, se trató “de una decisión muy pensada delante de Dios y muy responsable por parte de un hombre que no quiere equivocarse él o dejar la decisión en manos de otros”.

Nueve meses después, desde su retiro en el monasterio vaticano Matter Ecclesia, el papa emérito comprueba cómo ha mejorado ostensiblemente el panorama con su sucesor, teniendo ahora la actualidad eclesial un tono generalmente positivo. Un proceso que acompaña espiritualmente y del que no es descabellado pensar que también lo hace aportando el apoyo de su experiencia y la voz de su fina sabiduría. De hecho, con un gesto suyo empezó a cambiar todo.

En el nº 2.876 de Vida Nueva. Sumario del número especial

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