Morir por aburrimiento

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Puede ser que este aburrimiento posmoderno y desgana existencial provenga no tanto de fracasos y desilusiones, sino de una infinita pereza…”

Hay muertes y muertes. Todas serían malas si se viene a pensar que, con ellas, todo ha terminado. Más que una apoteosis de la vida, como valoramos el hecho de la muerte los cristianos, es el reconocimiento de un fracaso total. Hemos sido creados para vivir y Dios garantiza, con su palabra y el amor a sus hijos, la eternidad de la existencia.

Muy malo, y poco inteligente, es morirse de sed, de hambre, de frío o de enfermedad, sobre todo teniendo el agua, el pan, las mantas o la medicina como remedio tan cerca. Lo cual no deja de ser una absurda contradicción. Las formas y modos por los que se puede llegar a la muerte son varios y ni la imaginación ni la maldad se cansan de poner en marcha los artilugios necesarios para eliminar a cualquiera del censo de los vivos.

Se habló de la muerte de las ilusiones, del amor, de la esperanza… Hay una muerte muy particular y santa. Por ella suspiraba Teresa de Jesús. Es la antítesis y la paradoja, más entre palabras que de conceptos, entre el deseo de la vida y de la muerte: “Vivo sin vivir en mí / y tan alta vida espero / que muero porque no muero”.

La antítesis de estos sublimes pensamientos teresianos sería la muerte por aburrimiento. Cuando desaparece el gusto y el motivo para empeñar la vida en algo que merece la pena; cuando la desconfianza se adueña de la eficacia de las acciones; cuando se quiere justificar el fracaso antes de haber emprendido el trabajo por conseguir una meta; cuando se considera que la evangelización no convierte el corazón de las personas; que los instrumentos pastorales son un entretenimiento y poco más; cuando…

Enfermedad un tanto extraña y frecuente es la del aburrimiento. Los síntomas son difíciles de apreciar, igual que las motivaciones que producen este fastidio y cansancio del que no se sabe a ciencia cierta la causa. Tampoco es fácil de encuadrar esta dolencia. Hunde a la persona en el pozo del desinterés y no es depresión. Es contagiosa, pero puede uno sacudírsela con algo que nos pueda divertir.

Puede ser que este aburrimiento posmoderno y desgana existencial provenga no tanto de fracasos y desilusiones, sino de una infinita pereza que anula la capacidad del emprendimiento, de la superación de las dificultades y de la confianza en el apoyo que puede ofrecer una sociedad, de la que se desconfía a priori.

Un tanto de lo mismo sucede en la vida cristiana. La indiferencia, la falta de práctica, no participar en la vida de la comunidad, olvidar la oración, huir de los sacramentos… Todo ello provoca una anorexia espiritual y la consecuencia de la muerte, en un sentido acomodaticio, por aburrimiento.

Otra cosa muy distinta es la sequedad espiritual, que más es ansia de estar cerca de Dios que olvido de la fe.

En el nº 2.875 de Vida Nueva

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